Durante estos días se observan en México diversas prácticas, ritos y festividades con relación a la muerte. En un país en que asesinaron a 250,000 personas en el sexenio recién terminado, y en el primer mes del actual, algunos Estados como Sinaloa, Guerrero, Chiapas, Michoacán, etc., están sumidos en una guerra que nadie interviene para detenerla, resulta absurdo y grotesco ver que algunos salen a las calles a divertirse con el tema de la muerte.
Miles de personas en la ciudad de México, Guadalajara y otras, se disfrazan y pintan de la ‘muerte’ o caminan como zombies sangrientos por las calles ¿La sangre de tantos miles de asesinados no les merece respeto? (impune su muerte cuando menos en el 98% de los casos) ¿No hay reflexión alguna que lleve a pensar en el paso de la vida y la muerte? ¿No creen acaso que su ‘festejo’ banaliza aun más la vida humana y abona a la labor de los criminales y la impunidad?
Así que, con el permiso de los lectores, hoy abordaré este tema desde las vivencias propias. Cuando era niño, preguntaba a mi hermano Javier (mayor que yo cinco años) acerca de cuándo nos morimos: a dónde vamos, qué nos sucede. Conste, tenía seis o siete años. Téngalo por seguro que jamás me hubiera disfrazado de ‘zombie´, de hecho, durante mi infancia (años ’50) lo único que se veía por estas fechas era la Feria del Cartón en el Parque Morelos. A las niñas les compraban muñecas de cartón y a los niños caballitos del mismo material, con un carrizo como montura y un par de rueditas atrás. Días de inocencia, de aceptación. Nada de exigir y disfrutar lo que se tenía.
Mis primeros encuentros con la muerte no les encontré nada de festivo y sí mucho de temor y reflexión. Cursaba el 5º año de primaria y mi amigo y compañero de banca (eran para dos niños), que se llamaba Mauro Mejía, no asistió a clases, la maestra nos dijo que había muerto del corazón. Y como antes los niños no éramos preguntones, ni tampoco se nos alentaba a ello, su muerte me llenó de preguntas. Yo lo veía sano ¿qué le paso que se murió?
Cuando cumplí 15 años (1965), murió mi abuelita paterna, fui con mi padre y familia a Tepa al velorio (de este querido pueblo son mis raíces por ambos lados). En ese tiempo los muertos se velaban en sus casas, las mujeres dentro de la casa levantando rezos alrededor de un féretro con cuatro velas enormes en sus costados, mientras que los hombres en el pasillo y la calle fumando y charlando en voz queda, casi en susurro. Aquello me imponía demasiado, misterio el cual se acrecentó al siguiente día al llevar a la querida (muy querida) abuela al camposanto. Una enorme procesión de personas caminando y rezando desde la casa hasta depositarla en su tumba.
Su funeral definitivamente me impuso. Me di cuenta que la muerte era cosa seria y nos llegaba a todos. A lo largo de la vida fui perdiendo amigos, parientes y conocidos en diversas fechas y por causas absolutamente distintas, aunque la mayor por diversas enfermedades.
A mi amigo de la época de secundaria, prepa y universidad, Enrique Bustos, lo asesinó un policía de San Pedro (yo tenía unos 18 o 19 años). Otros perecieron en accidentes, años después, algunos de mis conocidos o amigos murieron a causa del vino (las drogas eran ajenas para la inmensa mayoría). Otros más dejé de verlos y al paso del tiempo me enteré que también habían muerto.
En 1978 murió mi padre, se llamaba Javier, el hombre a quien más he admirado y más amado, lo hice sufrir con mis errores y excesos de juventud y aun así, siempre me amó y trató de guiarme en la vida. Mirando hacía atrás, muchos y estimados amigos fueron quedando en ese tránsito efímero que es la vida, dejando huecos y reflexiones sin respuesta (todavía).
De mis compañeros de la Facultad de Derecho (U de G), nos graduamos en el año 1975 alrededor de 300 abogados. Actualmente han muerto cerca de 80 de ellos. A unos estimaba, otros eran sólo mis compañeros y conocidos (es imposible amistar con tantas personas).
Un día me enteré de la muerte de mi amigo y compañero de primaria y secundaria, Aurelio Godínez (era arquitecto), hace algunos años me habló otro de mis muchos amigos, se llamaba Pedro González, alteño también (era de Mexticacán) y al poco tiempo, uno de sus hermanos me dijo que había fallecido. Y así, el camino del ser humano va quedando lleno de lápidas y recuerdos de parientes, amigos y conocidos. Unos amados, otros nomás estimados y algunos pocos, nomás conocidos.
Caminar éste que nos obliga, al menos es mi caso, a pensar en las tres grandes preguntas de la vida: ¿Quién soy? ¿A dónde voy?, y, ¿Estoy preparado para ese día? Por poco más de tres décadas no tenía la respuesta, por lo que acudía a los placeres para fugarme, pues el no saber adónde iba al final, y qué me esperaba, me resultaba por demás angustiante.
Han pasado un poco más de cuatro décadas desde entonces y sigo temiendo a la muerte, se me hace cosa por demás seria. Sin embargo, hoy si tengo la respuesta a las tres grandes preguntas que mencioné anteriormente, lo que me permite ver la vida desde otra perspectiva abismalmente distinta. Solo diré que leí toda la Biblia y en ese bendito libro encontré la respuesta a esas y muchas otras respuestas fundamentales. Conozco su mensaje y soy conocido por el Autor del mensaje.
De manera que al tener conocimiento sólido y veraz de la vida y la muerte, de nuestro tránsito existencial, corroboro que la muerte es algo por demás grave que hay que tomar con la seriedad debida (la eternidad está de por medio). Los lectores podrán entender entonces porque no me gustan esas expresiones de frivolidad y banalidad acerca de la muerte.
Utilizar la muerte de Guadalupe Posada, ni siquiera refleja la razón de este gran dibujante y grabador de Aguascalientes, quien a través de sus “catrinas” denunciaba la pobreza y miseria de un pueblo pobre y oprimido. De hecho, él mismo fue enterrado entre los más pobres en la ciudad de México (Panteón de Dolores en 1913), y al cabo de unos pocos años, echados sus restos a la fosa común. No es el héroe que piensan muchos, ni tampoco era su intención que la gente se disfrazara de “catrina”, no se diga ahora, tiempo en el que casi todos los días asesinan a un centenar de mexicanos sin que el gobierno haga absolutamente nada por evitarlo. Lo dicho: ¡MORIR ES COSA SERIA!
¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!
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