Uno de los principales diarios de circulación que hay en Jalisco, publicó el lunes (31/mar/2014) que Octavio Paz había sido olvidado en Guadalajara, incluso daba a entender la nota que era menospreciado, aun cuando su abuelo Irineo Paz era paisano nuestro. Semejante afirmación resulta en buena medida falsa y atrevida.
Quizá los malos sueldos en los diarios hacen que sus notas se mantengan fuera de la realidad. Un reflejo de que quienes cubren esa área carecen del perfil, solidez y conocimientos necesarios, además de que la cultura no siempre es valorada por los dueños y directores de periódicos, muchos de los cuales norman sus empresas por la caja registradora.
A final de cuentas son los lectores los que dicen qué escritor vale y les gusta (cosa que no siempre es coincidente, pues se puede valer y no gustar y viceversa). Octavio Paz es y ha sido un escritor consentido y admirado en Jalisco. Me consta. En los agitados días de 1968, cuando su servidor era estudiante de primer año de leyes; a los que nos gustaba leer, porque también habrá de decirse que es inmensamente mayor el número de universitarios alérgicos a la lectura, que los que la tenemos como enorme placer y riqueza, Paz era uno de los favoritos y continúa siéndolo.
Así que lo que digan en los periódicos o no, no cambia en absoluto la realidad ni la calidad literaria de nuestro Premio Nobel (1990). Sus ideas claras y precisas, su conocimiento universal, pero sobre todo su capacidad de análisis, de introspección y discernimiento del cosmos, le permitieron legar a la humanidad una obra rica, abundante y trascendente.
Un hombre inteligente, libre e independiente como él no es común entre las veleidosas deidades del Parnaso mexicano. Siendo de izquierda tuvo las agallas y el valor para señalar los excesos e incongruencias de la Unión Soviética y sus satélites, lo que le valió la excomunión de los rábanos criollos y de la camarilla de exquisitos que ha vivido usufructuando “el pensamiento” mexicano (como si realmente lo representaran o fuera su patrimonio exclusivo). Octavio Paz los fustigaba con dureza sin rodeos ni contemplamientos, por eso le odiaban y criticaban sin descanso.
El poeta y ensayista reflexionaba y maduraba sus ideas para luego exponerlas sin temor a los convencionalismos o a las camarillas de vividores del presupuesto cultural. Tenía un espíritu libre y vivía con esa libertad, que otros de manera modesta también lo hacemos, pero con la misma intensidad, pues es tesoro que vale al usarse y no depende de la fama ni de los gobiernos en turno.
En lo personal disfruto y he disfrutado desde los años ’60 la literatura de Octavio Paz. Incluso lo cito con frecuencia en mis obras pues no es común encontrar una mina tan rica en ideas y desarrollo intelectual. Al efecto y para mostrar el error de los que dicen que nuestro querido poeta es poco menos que olvidado en Guadalajara, reproduzco algunos fragmentos de tres de mis libros:
―Con relación al gobierno de Don Miguel de la Madrid, Paz no tenía prejuicios para reconocer los aciertos de su gobierno, aun cuando los demagogos y los que viven de las “becas” literarias y culturales jamás lo harían: “…El presidente Miguel de la Madrid recibió un país arruinado, su labor consistió esencialmente en impedir el desplome total, imponer un límite al gasto público, sanear las finanzas y, en fin, comenzar por los cimientos …La política sobria y prudente de Miguel de la Madrid no se limitó a la esfera de la economía y la administración pública; si aplazó la reforma política, su estilo civilizado y sereno de gobernar fue un saludable cambio en nuestra tradición, en la que abundan las violencias de hecho y los excesos verbales” (tomado de Pequeña Crónica de Grandes Días y citado en mi libro Medio Siglo, Vivencias y Testimonios, 1990, pág. 163).
―Paz no rehuía la respuesta que le podía comprometer, aun a sabiendas que podría traerle críticas adversas. En otro de mis libros, que por cierto lleva el nombre de la presente columna, escribo: “…En alguna ocasión se le preguntó a Octavio Paz que cual era la gran herejía del siglo XX. Nuestro premio nobel de literatura con su voz clara y tono cálido respondió al instante: «Haber sustituido a Dios por la historia»” (tomado de Pequeña Crónica de Grandes Días y citado en mi libro Análisis y Propuesta, 20 Años de Periodismo Libre, 2008, pág. 287).
―Poseía la capacidad y valor para reconocer aciertos y señalar errores de los gobernantes sin temor al ostracismo oficial. De Lázaro Cárdenas dijo: “Yo fui testigo del cardenismo, lo viví… Creo que la política del general Cárdenas en muchos aspectos fue admirable… Pero la política de Cárdenas en materia cultural padeció de graves limitaciones. No tuvo simpatía por la Universidad ni por los aspectos superiores de la cultura, quiero decir, por la ciencia y el saber desinteresados y por el arte y la literatura libres. Sus gusto artísticos –o los de sus colaboradores cercanos- tendían al didactismo seudorevolucionario y al nacionalismo” (El Laberinto de la Soledad, Posdata, Vuelta a El Laberinto de la Soledad, citado en mi libro México: ¿Estado Fallido o País Traicionado? Volumen Dos, 2013, págs. 161-162).
En lo personal me queda claro que para los gobiernos panistas Octavio Paz era un desconocido, como lo eran los demás escritores mexicanos y extranjeros, ya que salvo honrosas excepciones (como el fallecido Carlos Castillo Peraza), los blanquiazaules lejos del catecismo es improbable que hayan leído cosa alguna. Así que no era la misma situación con los “intelectuales” mexicanos, de los cuales Paz señalaba con frecuencia e ironía: “Estos letrados son imaginativos y contemplativos; también, por fatalidad astral, pendencieros y quisquillosos. Cuando no están ocupados en algunas de sus interminables guerras civiles, se apasionan por los fenómenos más sutiles y por las realidades apenas perceptibles” (Sueño en Libertad, 2001, pág. 322).
A Octavio Paz le ha sucedido como a otro de los grandes escritores, tan libre y brillante como él ¡Francois de Chateaubriand!. Un noble francés que para la nobleza era un revolucionario y para los revolucionarios era un simple burgués, un enemigo a vencer. Lo bueno e inmutable para estos grandes hombres como Octavio Paz, es que los gobiernos y los “intelectuales” pasan, pero su pensamiento y su obra trascienden en el tiempo, pues no necesitan el aval ni de unos ni de otros. Ese es el salario real de los verdaderos hombres libres.
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
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