La amenaza de los padres de los chamacos de la escuela guerrillera de Ayotzinapa (que oficialmente opera como “Normal”) asesinados por policías de Iguala y delincuentes de las mafias locales, de impedir las elecciones merece seria y profunda reflexión. En medio de gritos y demás expresiones que saben ejecutar muy bien, los belicosos padres dijeron que “el siete de junio próximo no permitirán la instalación de unas 4,500 casillas electorales, como medida de presión al gobierno estatal y federal, para que les entreguen con vida a sus hijos” (El Universal, 5/Mar/2015)
Los progenitores, más hechos para la anarquía y la desestabilización que para el trabajo y la construcción de un país fuerte y unido, iban acompañados de otros matriculados de la escuela de Ayotzinapa, quienes declararon a los medios durante una manifestación –otra de tantas- afuera del Congreso de Guerrero: “desde aquí les decimos, que si es necesario moriremos diciendo la verdad, no nos callaremos, vamos a seguir hasta las últimas consecuencias, pese lo que pese, cueste lo que cueste, hasta dar con el paradero de nuestros compañeros” (El Universal, 5/Mar/2015)
En cuanto a los padres, su actitud está muy lejos del dolor de un padre que ha perdido un hijo. Quien esto escribe hace poco menos de un año perdió –como ya se mencionó en otro artículo- un nieto de 20 años de edad. Un joven prometedor, estudiante de medicina, pero murió en un accidente automovilístico adelante de la ciudad de Colima. Acababa de salir de clases e iba con otro compañero a descansar el fin de semana a Manzanillo. Vino sin embargo lo inesperado y fallecieron.
Sería una torpeza (y tontera) de mi parte pedir al gobierno de Colima que los entregaran vivos, porque vivos salieron de Guadalajara. Y andaban bien y con el permiso de sus padres. Sin que esto pretenda lastimar a nadie, tan solo poner las cosas en perspectiva, los chamacos de Ayotzinapa andaban en otra ciudad, a más de 100 kilómetros de su escuela y tratando de romper un mitin político. Pasaba de la medianoche, andaban en autobuses robados y se dice incluso que gente armada iba con ellos. Se toparon con policías corrompidos y sus jefes de la mafia en un municipio gobernado por una pareja de delincuentes. El final de la historia todos los mexicanos la sabemos.
El problema es que los padres de los matriculados en Ayotzinapa se han empeñado en exigir con vida a los que a todas luces están muertos. Contra tal tozudez no valen los argumentos ni la sabiduría tiene cabida.
Lo raro en todo esto es que los padres han tomado una extraña actitud y acciones impropias absolutamente a personas en duelo. Su incesante activismo político mueve a hacer preguntas, muchas preguntas:
¿En qué trabajan todas estas personas? Millones de mexicanos no podemos darnos esos lujos de permanecer tantos meses sin trabajar. Sería imposible, se lucha a diario para vivir.
¿De dónde sacan dinero para subsistir? Un hogar donde hay otros miembros es un sitio que reclama a diario de comida, luz, gas (o leña), y si hay escolares todo aquello necesario para aprender y estudiar (sin contar ropa, zapatos, medicinas, etcétera).
¿Quién paga los viajes y viáticos que a diario realizan desde septiembre del año pasado? Decenas de millones de mexicanos no pueden realizar una salida siquiera de dos o tres días porque esos gastos les sacarían de balance ¿cómo le hacen estas gentes para comer, viajar, gastar, dejar para su casa?
¿Quién paga los viajes a Europa? Se supone que si matricularon a sus hijos en esa escuela guerrillera, normal, o lo que sea, es porque carecen de recursos para inscribirlos en la preparatoria y luego en la universidad pública, que aunque pagadas con los impuestos del pueblo, de cualquier forma durante todos los años de estudio los padres se ven en la necesidad de sostener económicamente a sus hijos. No es el caso. Varios de los padres han hecho viajes a Europa que como se sabe cuestan verdaderas fortunas. Lo peor del caso es que con olor a traición, puesto que se han dedicado a hablar mal del país y de sus autoridades.
¿Quién los asesora políticamente y financia económicamente? Los mexicanos estamos cansados de tanto bribón con disfraz de redentor social, y la muerte de estos chamacos –que dicho sea de paso no les cayó encima el techo del Templo- que aunque dolorosa, ha sido el pretexto idóneo para pretender tumbar al gobierno que los mexicanos elegimos en las urnas. Guste o no.
¿Por qué no da la cara a la sociedad el director de la normal de Ayotzinapa? ¿Por qué envió a grajos esa noche a Iguala, justo por ser de primer ingreso? Es obvio que los chamacos ignoraban del todo que estaban siendo carne de cañón, lanzados por una escuela formadora de anarquistas y “comunistas” trasnochados que ni siquiera se han enterado que estamos en el año 2015 y que Kruschev ya murió hace varias décadas (1971).
Los ciudadanos que sostenemos el país, que no tenemos dinero para vivir en vacaciones eternas (o fregando prójimo con el cuento de la “lucha”) nos preguntamos cuál es el verdadero motivo de estos padres, que de dolientes se han convertido en parte de la delincuencia sureña encabezada por los maistros de la CNTE y demás mafias parasitarias y dañinas.
Los mexicanos enterados saben que el meollo de la problemática en Guerrero es el narcotráfico, en particular los cultivadores de amapola. Nadie mejor que ellos desea un Estado sin control, sin presencia del ejército ni fuerza del orden alguna; y es obvio que los maistros y ahora los padres de los chamacos asesinados están haciendo el trabajo sucio.
¿Están haciendo ese trabajo de manera voluntaria o involuntaria? De ser lo primero el problema sería gravísimo y los gobiernos federal y local ya deberían estar preparando reclusorios enormes para las hordas de vándalos que han querido desestabilizar el país y crear una zona sin control ni gobierno.
Todos somos testigos que la vida económica de Acapulco y el Estado de Guerrero en general les importa un comino. No hay delincuente que no sea egoísta, es ególatra por formación, por eso delinque, para satisfacerse a sí mismo rápido y sin esfuerzo. La sangre y el dolor de sus semejantes no le importa, tan es así que mientras más de 100 millones de mexicanos se esfuerzan por sacar el país adelante, su egoísmo es capaz incluso de convertir algunos de dolientes en delincuentes ¿Usted qué considera, estimado lector?.
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
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