En nuestro país a partir del siglo veinte se volvió costumbre, por no decir pésimo hábito (y condenable abuso), vivir del apellido. Exigir a manera de herencia cargos públicos por el solo hecho de ser parientes de cuestionables próceres del santoral oficial; la más de las veces auto creados o promovidos a conveniencia del grupo en el poder. Parodia nociva que si no fuera por los daños que han causado al país, era para desternillarse de risa (como lo hiciera Ibargüengoitia con sinigual humor y sarcasmo en “Los relámpagos de agosto”).
Sucede pues que entre esta galería de usufructuarios con apellidos históricos, en los últimos lustros hemos padecido –y ya de largo rato e incontables yerros, abusos e incapacidad- a un sobrino nieto de Francisco I. Madero, aunque lleva el nombre de su hermano, Gustavo, Gustavo Madero.
Para no dar muchos rodeos al tema, permítame el lector citar un breve texto biográfico del expresidente Francisco I. Madero, tomado de mi libro México: ¿Estado Fallido o País Traicionado?:
―“Bajo de estatura y de débil condición física, estudia en su adolescencia un año con los jesuitas, pero por lo que escriben sus múltiples biógrafos, a Madero no le gustaba el estudio… En realidad lo suyo era el esoterismo, en particular la oscura pasión que siempre le dominó «el espiritismo». Desviación que una vez que se sitúa al frente del poder ejecutivo le dominaría por completo, al grado de no tomar decisión alguna si antes no ‘consultaba a los espíritus’. Su alejamiento del estado de derecho, la buena política y el sentido común, finalmente le condujeron a la tumba, ¿acaso podría llevar un país de vivos con enormes dificultades, apenas salido de una revolución, con el falso consejo de los ‘muertos’?… Su extravío espiritual le lleva al grado de asegurar tener charlas frecuentes con el general Mariano Escobedo, al igual que con el Presidente Benito Juárez, lo que nos permite a la distancia analizar las chifladuras de este hombre… El carácter de Madero (como el de varios próceres mexicanos con pies de barro en el siglo XXI), carecía de solidez y la visión del estadista le resultaba ajena del todo. Gustaba de jugar a la guerra sin ser guerrero, de ser presidente sin tener la capacidad para tan alto encargo, de ser político cuando apenas era un fanático de las cosas políticas, un idealista superficial y sin raíces incapaz de sacar adelante tan enorme lucha social” (volumen uno, págs. 208-214).
Como se aprecia, lo suyo no eran las luces; la inteligencia y la ecuanimidad fueron mezquinas con el prócer en cuestión, le negaron casi todo. El problema de fondo, asunto que parece genético, es que Madero se creía un Maquiavelo criollo, incapaz por tanto de aceptar sus muchas limitantes. El hombre tomaba poses de estadista, cuando su estatura física y política eran cortas en el estricto sentido de la palabra.
Lamentablemente esta semana el señor Gustavo Madero que en este momento cobra como diputado federal (PAN), se lanzó con escudo y lanza a defender las refresqueras para que no les cobren cierto impuesto (que ayude en algo a combatir la gordura que provoca tanta azúcar).
Para su infortunio se encontró con la firmeza de un senador que no solamente entiende la vida republicana, sino que ha demostrado ser un hombre con profunda visión de estado, comprometido con México por encima de los colores de su partido (PRD). Capaz incluso de votar siempre en conciencia en los acuerdos parlamentarios por el interés de los ciudadanos (actitud por demás escasa y valiosa), sin hacer caso a las represalias o reclamos de los propios y los ajenos. Me refiero al senador Miguel Barbosa. Un hombre hecho para el Parlamento.
Al echar abajo el Senado las pretensiones de Gustavo Madero y demás diputados de defender a las compañías refresqueras, el pariente del presidente esotérico ofende desde su cuenta de twitter a Barbosa y entre otras cosas le dice “mentiroso, pendejo, bato, autor de historias mafufas y bien jaladas, para terminar diciendo que lo que dice son puras Barbosadas” (El Universal, 29/Oct/2015).
La respuesta del senador Barbosa no se hizo esperar. Pero como lo haría cualquier hombre decente y maduro, dijo a los medios que “las palabras de Madero no le incomodan ni le calan, que son parte de la picaresca de la política, agregando para concluir que Gustavo Madero hace gala de un lenguaje zafio y grosero”.
¿Cuándo se va a terminar en México esta plaga de usufructuarios del apellido? Aunque en la Constitución en México no existen los títulos de nobleza y vivimos bajo el régimen republicano, en la vida cotidiana la realeza existe y goza de cabal salud. ¿Cómo podemos soportar a tanto personaje inútil e incapaz en cargos de suma importancia tan solo por el apellido?
Sirvan entonces de reflexión las corrienturas de Madero para que las cámaras tomen cartas en el asunto y se comience a cerrar el paso a tanto individuo que se cree con herencia a los cargos públicos tan solo por el apellido, que muchas de las veces es apenas recuerdo de un hombre abusivo, corrupto y sin escrúpulos. El aprovecharse del olvido social debe ser limitado por la ley y el recuento continuo de la historia, pues lo que tanto se critica de los derechos hereditarios de plazas entre los maistros de la CNTE, no puede ser virtud entre los gobernantes.
En buena la hora que el senador Miguel Barbosa Huerta no solo mantuvo la dignidad y postura de un verdadero parlamentario ante los denuestos de Madero. Su ejemplo y congruencia republicana ―al igual que el de algunos pocos de sus compañeros (de otros partidos)―, rescatan las instituciones públicas en una época donde la incapacidad, mediocridad y corrupción son el sello de la casa.
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
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