Estos son días de guardar, oficialmente de asueto, los más los aprovechan para vacaciones y descanso. Se recuerda la Navidad, que como ya se ha dicho durante años en esta columna, no se sabe con certeza la fecha exacta del nacimiento de Jesús (que bien pudo ocurrir tomando en cuenta los Evangelios, por septiembre u octubre). Lo que se recuerda entonces es al personaje bíblico. El problema es que se cuenta la historia plagada de errores y sin casi jamás llegar al fondo del mensaje.
Todo queda y se desarrolla en el mundo de las emociones y casi nada en el terreno espiritual. Se enfatiza por ejemplo los supuestos animales en los que venían los magos de oriente, así como el nombre de ellos y su color de piel, cuando la Biblia no menciona en absoluto ningún animal, como tampoco el nombre de los magos ni el color de su tez.
Ya encarrerados en la fantasía, clero y polulacho han centrado el festejo en un sitio como el pesebre, en lugar de narrar la razón por la que nació ese niño que un día se hizo adulto, desentendiéndose de lo que profetizara el anciano Simeón durante la presentación de Yeshua (Jesús) por sus padres en el templo de Jerusalén:
―”Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel… y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto par caída y levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha” (Luc 2:29-34).
Simeón no profetiza sobre posadas, ni que aquel nacimiento se convertiría en una fiesta anual de intercambio de regalos y mucho menos de borracheras (ni qué decir de las perversiones actuales). Su mensaje profético tiene como palabra clave la «salvación» del hombre. Que al ser aceptada por unos se transforma en levantamiento, y en caída para los que la rechazan. Salvación personificada en las palabras y obra de Jesucristo (Yeshua ha Mashiach).
En el caso de México y los países latinoamericanos las llamadas posadas son parte muy importante del festejo decembrino. Festejo que en las últimas décadas ha abandonado gradualmente su centenario sincretismo para convertirse en vil borrachera, sino es que bacanal. Pero eso sí ¡le llaman posada!
¿Acaso el rechazo a dar hospedaje a Yosef y Myriam (nombre original de José y María) en Belén se limita a lo sucedido hace dos milenios, cuando el pequeño poblado de Judá estaba repleto de ciudadanos que habían acudido a empadronarse a su lugar de origen conforme a la orden del emperador romano? ¿Porqué no hablar de la negación en Guadalajara, en México, Monterrey, Oaxaca, Mérida o la ciudad o pueblo que sea, de recibir en los hogares al Salvador de la humanidad? Basta leer un diario o encender la televisión para enterarnos del clima de violencia, maldad y corrupción que impera en la sociedad, consecuencia, no de haber negado hospedar al Salvador, sino de haberle echado fuera luego de varios siglos de creer y confiar en Él (incluso de manera superficial y sincrética, pero con verdadera fe y amor).
Lamentablemente el hecho histórico, no se diga el mensaje, se han desvirtuado y diluido a causa del descreimiento, el materialismo y el hedonismo. En esta fiesta en que hasta los gobiernos seculares obligan a empresas y patrones a dar un regalo (aguinaldo) y conceder vacaciones, nadie, excepto un remanente, hablan del porqué Dios se hizo hombre como lo escribe Yohanán: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros… A lo suyo vino ―a salvarnos― y los suyos no le recibieron” (Juan 1:14,11). Nadie quiere incomodar al otro, palabras como pecado, arrepentimiento, salvación, humanidad caída y rebelde, han dejado de ser políticamente correctas de ahí que el mensaje real de la Navidad resulte incómodo en la navidad.
Resulta mucho más fácil cantar algún villancico, poner algunas luces de colores o un árbol con esferas, que detenerse y hacer una introspección. Jesús ya nació hace dos milenios, no necesita nacer de nuevo, el que necesita nacer de nuevo es el hombre caído cuya condición delante del Dios santo y justo es negativa, por no decir de condena. Situación grave en verdad.
Para poner las cosas en perspectiva y entender la razón del llamado divino para que espiritualmente nazcamos de nuevo, consideremos lo siguiente: Si cometiéramos tres pecados al día ―cantidad que rebasamos con facilidad― en un mes serían 90 y en un año 1080, cerremos la cifra en mil. Si viviéramos ochenta años serían 80,000 ¿cómo le iría a una persona ante un juez con semejante cantidad de delitos? Ese símil nos coloca en nuestra real posición delante de Dios. Somos pecadores y estábamos perdidos. Punto.
Todos los seres humanos necesitábamos a alguien que nos reconciliara con el Creador, que nos salvara de la muerte eterna y Jesús para eso vino. Esa es la verdadera historia y grandeza de la Navidad. Almacenes repletos de luces vistosas y mercancías de todo tipo no tienen nada que ver con el Autor de la vida ni con su mensaje de salvación. Así que como puede usted ver, se trata de una historia mal contada, aunque por fortuna tenemos al alcance el libro que narra con absoluta veracidad hechos y mensaje, lo cual nos recuerda a las palabras del ángel anunciadas a los pastores de Belén y con esto concluimos: “He aquí que os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo; que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías el Señor” (Luc 2:10-11).
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
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