No somos buenos para todo, negarlo es autoengaño, camino rápido al error y problemas. En el caso de los alemanes la diplomacia no es su fuerte, y en el caso particular de Angela Merkel, su Canciller, el asunto raya en lo patético. Mira que tener de invitado al Presidente de México y salir con su domingo siete ofreciendo lo que no debía: “Un ejemplo de la cooperación concreta es el apoyo que podría prestar Alemania. A través de la Sociedad Alemana de Cooperación Internacional en el esclarecimiento de caso de los 43 estudiantes de Iguala… En materia de la investigación criminal, en la que también ayuda Alemania, identificamos proyectos de cooperación, el combate al crimen organizado y la lucha por los derechos humanos.” ¡Uffff, ver para creer!
Es como si Peña Nieto al tener en mente los horrores de los Campos de Exterminio creados por Alemania, los seis millones de judíos asesinados en esos sitios y considerando el resurgimiento de los grupos neo nazis, le ofreciera a Merkel su ayuda contra el añejo racismo (y antisemitismo) alemán. Es obvio que la dirigente alemana se sentiría ofendida; pues no menos ofendidos nos sentimos los mexicanos con su torpe ofrecimiento. En primer lugar porque nadie se lo estaba pidiendo (la visita fue de carácter económico); y segundo, porque dejó ver sus prejuicios y desinformación, acusando al gobierno mexicano de un asunto que es ajeno y que finalmente le ha convertido de víctima en acusado (merced a la falacias de los golpistas itinerantes tan bien recibidos en Alemania y algunos otros países). Su tacto diplomático fue de rinoceronte.
Pero qué se le va a hacer, la diplomacia no se les da a los teutones, sus genes vikingos les empujan al atropello, a lastimar u ofender de la manera más absurda. Su violencia verbal no se mide en base y respeto al otro, sino a su cosmovisión colonialista. En lo personal, como mexicano, me sentí profundamente ofendido con el trato concedido a nuestro Presidente por la señora Merkel, pues parecía estarse dirigiendo a algún empleado de su “imperio” y no a un mandatario extranjero con el que deben guardarse el respeto y las formas del protocolo.
Ya lo decía Walter Benjamin, considerado por muchos el intelectual alemán (de origen judío) más importante del siglo XX: “De cara al idealismo alemán, la técnica intentó mover los hilos del heroísmo con lanzallamas y trincheras. Pero se equivocó. Confundió a los heroicos con los hipocráticos, los manejadores de la muerte. Así es que predicó, profundamente atravesada por su propia depravación, el semblante apocalíptico de la naturaleza y la hizo callar a pesar de ser la fuerza que pudo haberle dado la palabra… Palabras como ‘Héroe’ y ‘Destino? Se yerguen como Gog y Magog en sus cabezas” (Conceptos de Filosofía de la Historia, pág. 210)
De nada han servido a los alemanes las lecciones de la historia, al menos a la mayoría de sus gobernantes. En el siglo XIX los europeos en general recibieron una dura lección de uno de nuestros mejores Presidentes, me refiero a Don Benito Juárez, quien una vez recuperado el poder y las riendas de la República, ordena fusilar al invasor Maximiliano en el cerro de las campanas (archiduque de la casa de Habsburgo, hermano del Emperador austriaco y yerno del rey de Bélgica).
Los europeos no podían dar crédito que un Presidente de América (no sajona, sino de herencia española e indígena) se atreviera a pasar por las armas al príncipe invasor. Claro, estaban acostumbrados a saquear Africa y Asia y consideraban en su soberbia que el mundo les pertenecía. De nada sirvieron los ruegos e intercesión de la reina Victoria de Inglaterra, del escritor Víctor Hugo, de Giuseppe Garibaldi, incluso del propio emperador austriaco Francisco José y tantos otros. De todas formas Maximiliano fue fusilado el 19 de junio de 1867 respondiendo y advirtiendo Juárez a los europeos de manera sabia y firme «No mato al hombre, mato a la idea».
Lamentablemente así son los pueblos sin Dios, orgullosos y autosuficientes en sus dichos y hechos, no miden sus palabras. El alemán apostató en siglo XIX siendo capaz incluso de crear la perversa teología liberal que infectó seminarios y universidades con teólogos incrédulos que llegada la era nazi en el siglo pasado, son capaces de entregar al Führer la iglesia alemana (luteranos, católicos y otras minorías protestantes) sin oposición y con entusiasmo, proclamándole como “enviado” divino. A excepción del remanente fiel a Dios representado en la llamada «Iglesia Confesante» perseguida por Hitler, en la que sobresalen las figuras del pastor Martin Niemöller (capitán y héroe de la Ira Guerra) y el teólogo Dietrich Bonhoeffer, ambos enviados por Hitler a los campos de exterminio (dos meses antes de concluir la 2ª Guerra, Bonhoeffer es ahorcado por órdenes de Hitler).
Sin Dios y sin autocrítica, los alemanes se dedicaron después de la guerra a crear riqueza y levantar su lastimado orgullo. Abandonaron a Dios y dejaron de asistir a las iglesias; hoy cientos de ellas están convertidas en mezquitas. Sin restituir jamás el daño causado a sus víctimas de la segunda guerra, abrieron las puertas de su país de par en par a sus aliados (los árabes). Extraña respuesta de un pueblo: ¡casi aniquilan a un pueblo, el judío, y abren sus brazos de manera fraternal a los hijos de Alá!
En fin, espacio nos hace falta para analizar con mayor amplitud la historia reciente de este pueblo, el alemán, que como se aprecia por la actitud de Merkel hacia nuestro Presidente, carece absolutamente de tacto y respeto, cayendo el aforismo de Gracián a manera de sentencia sobre su cabeza: “Por grande que sea el puesto, ha de mostrar que es mayor la persona” (Oráculo manual y arte de prudencia, pág.150).
Pero sobre todo y por tratarse de una cuestión diplomática, y por ende sujeta a protocolo, cabe la máxima Juarista en plenitud: “Entre los individuos como entre las Naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. Una paz que debe llevarse a todos los estadios de las relaciones humanas, paz que conlleva respeto por el otro y por los otros. Lo opuesto a la actitud prepotente y sin tacto guardada por Angela Merkel.
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
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