La inmensa mayoría de las personas en el mundo, si no es que todas, saben que las cosas no marchan bien. Violencia, rebelión, pobreza, fanatismo, soberbia, adicciones y perversiones, son por cierto la carta de presentación de la generación posmodernista; aunque gobiernos, ONG’S y grupos de ilusos optimistas aseguren lo contrario.
Los hombres visionarios en el siglo XX, famosos o no, vieron venir la debacle y nadie les hizo caso. La culta Europa además de apostatar en su creencia bi-milenaria, desoyó también las voces de advertencia que le anunciaban la llegada de los peores tiempos de toda la historia. Y para no escuchar a los profetas del “desastre” se auto engañó con sus propias trampas: entregándose en brazos del cine, la tecnología y los medios, como también en falacias políticas que además de debilitar a los estados (dejándoles a merced de terroristas, anarquistas y demás) no protegen al ciudadano observante de la ley, sino al otro, al delincuente, al malvado, al desviado ¿Tendría futuro sociedad alguna con semejante cosmovisión? Por supuesto que no. Sus días estarían contados, como de hecho lo están.
En la década de los treinta, el filósofo Ortega y Gasset vislumbraba ya la unidad de los europeos, sin embargo señalaba también la decadencia de las nuevas generaciones, su incapacidad para valorar su enorme legado, su notoria pereza y superficialidad. El describir al ‘señorito satisfecho’ pinta de cuerpo entero al hombre del siglo XXI:
―”…Anda por todas partes y dondequiera impone su barbarie íntima, es, en efecto, el niño mimado de la historia humana. El niño mimado es el heredero que se comporta exclusivamente como heredero. Ahora la herencia es la civilización ―las comodidades, la seguridad, en suma, las ventajas de la civilización… la sobra de medios que está obligado a manejar no le deja vivir su propio y personal destino, atrofia su vida” (La Rebelión de la Masas, Porrúa, pág. 161-162).
Si recorremos el calendario a fines del siglo XX y principios del XXI, el sociólogo Gilles Lipovetsky deja en los títulos de sus obras, la impronta de la sociedad actual: “El Imperio de lo Efímero”, “La Era del Vacío”, “El crepúsculo del Deber”, etcétera.
En una de sus deleitosas obras el italiano Umberto Eco señalaba tajante: “somos como enanos que están sobre los hombros de gigantes, de modo que podemos ver más lejos que ellos, no tanto por nuestra estatura o nuestra agudeza visual, sino porque, al estar sobre sus hombros, estamos más altos que ellos” (A paso de Cangrejo, Debate, pág. 371) De su paisana Oriana Fallaci, mujer visionaria y valiente mejor no reproduzco nada, corro el riesgo de que algunos abandonen la lectura, y el deseo es otro.
A nivel mundial la destrucción de las torres gemelas de Nueva York en septiembre de 2001, pareció inaugurar esta etapa de desastres y desazón global. Ser el detonador de la mayor crisis de la Humanidad de todos los tiempos, aunque medios oficiales y oficiosos lo nieguen y sus jilgueros (pagados, y muy bien, por el estado) digan lo contrario y nos pretendan endilgar un mundo que ni ellos se lo creen; por muy protegidos y refaccionados económicamente que se encuentren.
El ser humano, llámese ciudadano, persona o como se prefiera y guste, percibe que las cosas andan mal. Acortemos distancia, limitémonos a nuestro país, sabemos que no hay modo que mejoren, al menos no como las enfrentan y pretenden resolver.
Con una clase política mega ambiciosa, corrupta en un enorme porcentaje de sus integrantes y sin importar el partido de origen (las ideologías se ausentaron del gobierno y sus instituciones), adicta a los medios y lejana a los ciudadanos; no se puede esperar una mejoría. Los spots mentirosos y vulgares de las campañas lejos de ofrecer esperanza, nomás corroboran y aumentan la presencia de toda clase de alimañas.
Maistros cuya verdadera vocación no es la escuela ni la educación, sino el caos, el dinero fácil, la holgazanería, el robo impune de autobuses, la destrucción de vehículos, negocios y oficinas públicas. La anarquía como estilo cotidiano de vida y si no son suficientes, tienen a sus pupilos de las normales rurales como Ayotzinapa para que les ayuden (que aunque pagadas con dineros del pueblo, a nadie le importa que se dilapide un dinero ganado con el esfuerzo de tantos millones de mexicanos). Incluso los padres de los ayotzinapos, su luto ha sido un lucrativo negocio para vivir paseando, destruyendo, molestando y agitando, acabando entre todos, uno de los pocos y precarios tesoros que nos quedan ¡la paz social!
Hemos llegado a tal extremo de demencial social que los delincuentes han sido convertidos en héroes gracias a los medios, a jueces de todo tipo, y a una Suprema Corte que lo que menos imparte es Justicia. Se cuida el mínimo detalle para que al narco detenido se le evite toda incomodidad y sus “derechos humanos” queden protegidos hasta lo irracional, mientras que ese mismo chacal ha dejado una estela de cadáveres, de vidas y familias destruidas que nadie defiende y tutela, una huella de cientos y miles de mujeres vejadas y asesinadas, pero que a final de cuentas no valen nada. El capo es la estrella, incluso posible estrella de cine o autor de derechos fílmicos sobre su miserable y sangrienta vida.
Podríamos agregar páginas y páginas que nos describen un clima social que en lo local y lo mundial todos estamos conscientes, que a todos en el fondo nos preocupa, y algunos más que a otros. Pero que los interesados en el status disimulan o niegan.
¿En verdad creen los líderes mundiales que promoviendo la homosexualidad y todo tipo de perversiones bajarán la tasa poblacional? ¿Los barones del dinero que manejan las finanzas del planeta creen que sus riquezas les librarán de la gran crisis final? Por mucho menos fueron destruidas Sodoma y Gomorra (ciudades que se encuentran en el fondo del Mar Muerto) y si algunos piensan que negando la existencia de Dios el asunto se resuelve, hay malas noticias. Hasta el presente día no ha habido palabra alguna anunciada por Dios en las Sagradas Escrituras que no se cumpla al pie de le letra.
A propósito y antes de concluir por esta ocasión, la Biblia advierte a los seguidores del becerro de oro su grave yerro: “arrojarán su plata en las calles, y su oro será desechado; ni su plata ni su oro podrá librarlos en el día del furor de Yahwéh; no saciarán su alma… porque ha sido tropiezo para su maldad” (Eze 7:19) Y en el último de sus libros vaticina: “Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos… se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono… porque el gran día de su ira ha llegado; y quién podrá sostenerse de pie?” (Ap 6:15-17). El día y la hora nadie lo sabe, pero por el clima de maldad (e incredulidad) imperante en el planeta, téngalo por seguro que cada vez está más cerca.
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
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