Los gobernantes por lo general no saben escuchar a su pueblo, soberbia y cortesanos les impiden. Siempre habrá excepciones que confirmen la regla, claro, personajes cuyas convicciones y visión de estado son tan fuertes que el sistema no logra aislarlos. No es el caso de México, al menos no en los últimas cuatro décadas.
Lejos han quedado los días de hombres patriotas, honrados y austeros como el Presidente Adolfo Ruíz Cortines, trabajadores y comprometidos socialmente como Adolfo López Mateos, de visionarios como Gustavo Díaz Ordaz, hombre recio formado por una Revolución nacionalista que fue retado por una revolución extranjera. El parnaso político mexicano a partir de entonces ha sido ocupado por hombres cuyas acciones han sido en la mayoría de las veces, mediocres, poco trascendentes y en algunos casos grandemente nocivas. Podríamos recordar a Echeverría y López Portillo, lista a la que deben sumarse Zedillo, Fox y Calderón.
La deuda pública dejada por esos gobiernos sumieron al país en la pobreza, lo sometieron al dominio del agio internacional y nacional, y abrieron la puerta para que todo tipo de alimañas del sector público y privado hicieran de manera rápida y descarada, enormes e insultantes fortunas. Todas impunes, jamás tocadas por la ley.
Siempre ha existido la corrupción en nuestro país, nuestro pueblo tiene esa inclinación (pecado, dijera la Escritura) como otros pueblos tienen otras. Sin embargo no se trata de justificar, sino de entender y enmendar. Lamentablemente las comaladas sexenales de millonarios comenzaron a crecer y la pobreza a aumentar sin que gobierno alguno (federal, estatal o municipal) hiciera algo para detener a tanto ladrón de los dineros públicos. La impunidad tomó patente de corzo.
Una prensa comodina y sin compromiso social ha denunciado los hechos pero sin exigir constante y firmemente la detención de los corruptos, cuyas fortunas ofenden al pueblo y son exhibidas en las páginas de sociales por los mismos diarios que en su momento señalaron el saqueo. Desde esta columna, desde algunos de mis libros y durante mi participación en la televisión, he señalado los $ 74,000’000’000 millones de pesos gastados de manera discrecional por el exgobernador Emilio González Márquez sin que nadie lo moleste.Como tampoco han molestado a las familias Fox, Sahagún y demás cortesanos que a la sombra de Vicente se enriquecieron hasta el infinito. Pero no son los únicos: miles de funcionarios, la mayor de las veces en complicidad con particulares, han llenado sus alforjas de manera indebida con los dineros del pueblo y permanecen impunes, repito ¡IMPUNES!
Esta es la primera causa del descalabro en las recientes elecciones. El pueblo mexicano ha llegado al hartazgo de que se le quiera maquillar la realidad nacional con mentiras televisivas y periodísticas.Gobernadores como el de Veracruz no deben jamás ocupar semejante responsabilidad que merece los mejores ciudadanos de un Estado, no los peores. Por eso perdieron. Y la crítica no es contra el PRI, es contra la manera de pensar de toda la clase política, contra su forma de pretender gobernar para servirse del poder cuando el pueblo espera que le sirvan y protejan.
Perder siete gubernaturas tiene que ser digerido por el bien de México pues a final de cuentas el PRI es el único partido con visión de estado (urge que rescaten a los viejos priístas para que les orienten). En los demás reina la mera ambición de dinero y poder. Su presencia en el gobierno federal durante dos sexenios y algunos Estados y municipios habla de su doble moral. De su divorcio entre lo que dicen y lo que hacen.
En medio de la lectura a las recientes elecciones del 5 de junio, la figura de las “encuestas” quedó hecha trizas. El ciudadano se hartó de sus mentiras, de que ofrecieran sus encuestas al mejor postor para influir en el ánimo de los futuros votantes. La distancia entre lo vaticinado por estos negocios diseñados para los políticos y partidos contendientes y los resultados resultó atroz. De tener vergüenza cerrarían sus cortinas, sin embargo téngalo por seguro que en las próximas les veremos de nuevo. Es negocio.
Hay sin embargo una lección que el gobierno federal no ha querido ver y la mayor parte de los medios ha guardado silencio. Apenas hace unos días el Presidente recibió en Los Pinos a homosexuales y lesbianas y demás gente extraña para decirles que modificaría las leyes de este país para que se casen y adopten niños. Grave error.
La mayor parte de los ciudadanos que votan (por el PRI o por el partido que sea) son padres de familia que entienden esta como la base de la sociedad y centro de sus propias vidas, de manera que la decisión presidencial atrajo a manera de pararrayos la irritación familiar nacional, que téngalo por seguro que de haber sido votación presidencial la hubieran perdido también.
Considerar al ciudadano por su “preferencia” sexual además de ser una barbaridad, abre la puerta a otras semejantes. No tardarán los grupos que exijan su trato por sus gustos culinarios, etcétera, como sin duda aparecerían también los de preferencias adquisitivas distintas, es decir rateros, gandallas y demás.
El ciudadano lo es porque cumple sencillamente con los requisitos constitucionales y punto. Esta situación permite un trato igual y equitativo para todos. Ir más allá como se ha hecho con los homosexuales refleja simplemente la genuflexión ante las exigencias del Imperio pues como nos pudimos dar cuenta los mexicanos, los únicos que le aplaudieron al gobierno por los matrimonios de homosexuales fueron los periódicos yanquis. La elecciones pues dejaron lecciones, los mexicanos esperamos que el gobierno federal, los estatales y municipales las hayan entendido.
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
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