La visión del profeta en la sociedad siempre ha sido indispensable para entender tiempos, errores y circunstancias. El gran filósofo español Ortega y Gasset lo decía con todas sus letras: “Eludo precisar a qué gremio pertenecían los profetas. Baste decir que en la fauna humana representan la especie más opuesta al político. Siempre será éste quien deba gobernar, y no el profeta; pero importa mucho a los destinos humanos que el político oiga siempre lo que el profeta grita o insinúa… Cada vez es menos posible una sana política sin larga anticipación histórica, sin profecía. Acaso las catástrofes presentes abran de nuevo los ojos a los políticos para el hecho evidente de que hay hombres, los cuales, por los temas que habitualmente se ocupan, o por poseer almas sensibles como finos registradores sísmicos, reciben antes que los demás la visita del porvenir” (La rebelión de las masas, Porrúa, pág, 231).
Para desgracia de las sociedades posmodernistas el menosprecio a todo lo que se relacione con la fe judeocristiana le ha llevado a extremos por demás negativos. En su desvarío, políticos y líderes son capaces de confiar más en el chamán, el esotérico o en el “experto” (por lo general jóvenes con apenas algunos conocimientos en cierta materia, pero ajenos a la experiencia y a la seria reflexión), pero incapaces de acercarse a los viejos con sabiduría, experiencia y conocimientos.
Ni qué decir de aquellos que tienen que ver los asuntos espirituales. Los detestan y condenan en los medios pues como advirtiera nuestro gran pensador y hombre de letras Alfonso Reyes: “En nuestros días, la crítica solo cree ver escritores profundos… en aquellos que le piden cuentas a Dios”.
Hace 26 siglos aproximadamente, Dios le pregunta al profeta Jeremías «¿Qué ves tú, Jeremías?» (1:12) y Jeremías le responde lo que él veía. Hoy en día faltan en la sociedad aquellos a los que el Creador les habla a través de la situación que guarda la humanidad, los países, las ciudades. Su respuesta no se oye, no se conoce en los medios. Han sido silenciados o enviados al ostracismo (a excepción de unos pocos).
Sociedades dominadas por la violencia, el escándalo, las perversiones sexuales (y el interés desmedido de gobiernos y medios por apoyar y aprobar legalmente lo antinatural) dedican su energía y recursos a asuntos de poca importancia o de plano contrarios al bienestar y futuro de la sociedad.
En el caso de la ciudad de Guadalajara ¿Es sensato dedicar una millonada a estacionamientos para bicicletas y a la compra de bicis? (sin atender en absoluto las vialidades que utiliza a diario el ciudadano en su automóvil). Trayectos de 15 minutos se convierten en 45 o en una hora a causa de la pésima condición de las vialidades, a su deterioro y descuido absoluto, pues no existe ya ninguna vigilancia vial, por lo que cualquier conductor se estaciona dónde le viene en gana (tomando para sí un carril, duplicando de inmediato el tráfico en el carril vecino), incluso en doble fila. El caos reina y los gobiernos en babia.
Los conductores tortuga, que además de tráfico producen contaminación, se han convertido en verdadera plaga urbana, pues igual de nocivo es el exceso de velocidad como la lentitud extrema. La expedición de licencias de conducir se ha convertido, como casi todo lo que hacen los gobiernos del siglo XXI, en simple caja recaudadora, en lugar de ser institución que asegure la capacidad de la persona para conducir un vehículo. La multitud de choques por alcance son una bofetada a Vialidad como también a los Ayuntamientos.
Así que incapacidad para conducir; calles colapsadas por falta de vigilancia y mantenimiento, como la ausencia total de obras de infraestructura vial; son una bofetada en el rostro de gobiernos cínicos, corruptos e incapaces. Pero aun así no reaccionan.
Es obvio que la ausencia de visión y voz de los profetas sociales se refleja en la condición que guardan las cosas, que en el caso de la zona metropolitana de Guadalajara, ha llegado al límite. Al suicidio urbano que nadie advierte y que todos callan, incluso aplauden como si se tratara de un logro.
La ambición económica y política los ha perdido. Capaces de traicionar a sus partidos de origen, los políticos en el poder traicionan todo, excepto su egoísmo y ambición desmedida, pues con ellos mismos son fieles hasta la muerte.
Una vez que se hicieron del poder, eliminaron a los viejos, sobre todo a los que sabían y tenían experiencia, dedicándose en lo que va del siglo a hacer no pocas tonterías; desde levantarle frívolamente las naguas a la horrenda estatua de la Minerva para ver si tiene várices (y curarla a millonario costo); hasta eliminar los planes de desarrollo urbano de los años ’60 y ’70, dando paso al crecimiento vertical de la ciudad mediante una fiebre desbordada de edificios y con ello llevando a la ciudad al suicidio.
Ambición y soberbia también los han enceguecido. Han pasado por alto cosas elementales y fundamentales para toda ciudad, como es el caso del agua potable, drenajes y vialidades. Con infraestructura diseñada para los años sesenta y setenta del siglo pasado, han autorizado ―los permisos de construcción cuestan mucho dinero y son fuente a borbotones de corrupción― han dado paso a un nuevo modelo de ciudad que nunca debieron de autorizar, olvidándose de diseñar y construir la infraestructura subterránea que se requería, autorizando en su locura (a causa de la ambición) decenas y cientos de edificios que requieren de servicios hidráulicos que no existen (agua, drenaje, colectores),pero que tarde o temprano colapsarán los que ya se tenían. Eso sin contar con los problemas en superficie a causa del tráfico que producen.
Y es que no es lo mismo la construcción necesaria de hoteles para recibir al turismo o al viajero, que la plaga de enormes edificios que solo producen tráfico y contaminación en una sociedad que tiene casi 30 años sin nueva infraestructura vial; sin que se construyan nuevos y más grandes colectores para los desechos residuales y sin asegurar siquiera el agua necesaria para Guadalajara (andan ocupados en enviar la del río Verde a León, Guanajuato).
Dominados pues por sus ambiciones, los gobernantes de la zona metropolitana nos recuerdan la frase lapidaria de Ortega y Gasset: “Domina todas las cosas, pero no es dueño de sí mismo. Se siente perdido en su propia abundancia. Con más medios, más saber, más técnicas que nunca, resulta que el mundo actual va como el más desdichado que haya habido: puramente a la deriva”. ¿O usted que opina, estimado lector?
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
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