En México, aunque sea de manera temporal, debería desaparecer el Congreso federal y los estatales, más que nada por su enorme costo y su inútil servicio en el pacto social. Un país saturado de leyes, que no requiere de nuevas si no que se cumplan las que hay, ha dado la espalda a la legalidad para dar paso a la anarquía e impunidad. Un caos que amenaza ya con la debacle total.
Con gobiernos de utilería que solo gobiernan virtualmente a través de declaraciones en los medios (auto engañándose y engañando a los bobos): en la calle, en la vida real; la fauna delincuencial ha crecido en violencia y daños contra una sociedad inerme, aterrorizada y sin que nadie le defienda. Con un estado ornamental enormemente costoso.
Los diversos cárteles han utilizado a los tontos útiles (como les calificaban los regímenes comunistas a los bobos que trabajan sin querer para ellos), entiéndase a fanáticos de los derechos humanos, de los delincuentes normalistas, ayotzinapos, de los maistros de la CNTE y demás, para intentar derribar al régimen del presidente Peña Nieto. Situación que si bien no les ha permitido su cometido, en cambio sí ha debilitado no solo al gobierno federal, sino a todos los niveles de gobierno.
En Zacatecas, Jalisco, y varios Estados del país los secuestros están a la orden del día y ya ni siquiera se denuncian, mucho menos se contabilizan. Ante la impunidad imperante a nivel nacional, cualquier individuo ya se siente capaz de cometer cualquier delito (que antes solo se veían entre los peores criminales), de extorsionar, secuestrar, matar, robar, despojar, etcétera, etcétera. Total, nadie les va a perseguir, y si el ciudadano agraviado se atreve a denunciar, una burocracia indolente y perezosa escudada en una ley importada (nuevo sistema penal acusatorio) concederá al delincuente la impunidad total.
El problema real y extremadamente grave, es que al darle la espalda al estado de derecho y dejar de aplicar la ley con la fuerza que solo le pertenece al estado, la estabilidad del país se encuentra en riesgo inminente de fractura.
¿Cómo admitir que una banda de delincuentes que roba autobuses que valen millones de pesos, que bloquea el tránsito de los ciudadanos en carreteras y autopistas (es decir, violando la Constitución) se atreva a quemarlos, a secuestrar policías, golpearlos y amenazar con prenderles fuego si no sueltan a sus compinches? ¿Cómo aceptar que los gobiernos municipal, estatal y federal no hagan nada para poner orden y hacer valer la ley?
Todos los mexicanos sabemos que los 43 ayotzinapos andaban delinquiendo, traían autobuses robados con valor de unos 10 millones de pesos, se encontraban a 150 kilómetros de su escuela y era casi la una de la mañana, incluso algunos andaban armados y metidos con los mafiosos de la droga. No son ningunos héroes, eran delincuentes, quizá sin historial porque eran grajos, es decir, los mandaron al matadero precisamente por novatos, pero andaban de vándalos, y para ser delincuente basta con ser primario, no se requiere de ser reincidente.
En Jalisco la violencia crece de manera alarmante y el gobernador vive en otro mundo. El aeropuerto tomado por otros vándalos que violando flagrantemente el artículo 9º constitucional ―con el cuestionable argumento de una deuda de terrenos ejidales― no permiten que los viajeros salgan o lleguen con la libertad que la ley les concede. ¿Quién anda detrás de este mega negocio sucio?
Han dejado a tanto vándalo hacer de las suyas, que ya cualquiera se atreve a cometer las peores estupideces y delitos en perjuicio de los ciudadanos pacíficos y ajenos a sus demandas, pues saben, la historia reciente se los comprueba, que el gobierno no les va a hacer nada. Que la impunidad está asegurada.
Impunidad que narcos y golpistas abonan en calles y redes sociales para amedrentar a gobiernos (municipales, estatales y federal), para que no cumplan con la ley, es decir, con su deber. “¡Dos de octubre no se olvida!”, gritan anarquistas y darketos en el Distrito Federal (ciudad de México siempre se ha llamado así), rompiendo cristales, prendiendo fuego y destruyendo cuanta cosa encuentran a su paso, mientras que policías de adorno les miran de lejos dañar el patrimonio ajeno (lo cual es delito), obstruir el tráfico, acabar con la economía de la zona; incluso, si los policías se acercan, golpearlos, insultarlos, orinarlos y rebajar su imagen ante la sociedad.
Los chamacos de aretes, tatuajes, pelos verdes y demás, todavía no nacían cuando sucedió el 2 de octubre. Era el año 1968 y la vida se entendía desde otros parámetros abismalmente distintos, la cosmovisión de los gobiernos posrevolucionarios como de la sociedad mexicana era otra, de manera que están en incapacidad de reclamar cosas que ni vieron, ni entienden, que no las conocen a fondo porque no les gusta leer, y que quienes fueron los actores directos la mayoría ya murieron. Ya que si nos ponemos a buscar fechas trágicas no resueltas nos pasaríamos el año entero con nuestro trágico ayer.
Volviendo al terreno local, en Jalisco el clima de violencia ha crecido de manera alarmante y el gobernador de manera inentendible y fantasiosa se atreve a declarar la reciente semana que concluyó, que“los ojos del mundo están puestos en Jalisco”. Además de que su enfermizo chauvinismo le impide ver la realidad, es obvio que si los ojos del mundo se posaran en Jalisco, sería a causa de tanta violencia que nadie para. No por los negocios. Al llegar al aeropuerto se devolverían a sus países de origen.
Urge pues que el gobierno federal, estatales y municipales paren tanta violencia. El gobierno son ellos, no la prensa chismosa, la de los periodistas con egos enormes que creen que su dicho se encuentra por encima de la Constitución, las leyes e incluso de la Presidencia misma; como tampoco son las redes sociales. La ley y el espíritu derivado de las mismas son las que deben retornar a México. Vivimos en el caos a causa de tanta impunidad mientras que muchos ciudadanos se quejan sin atinar el origen de su angustia, ansiedad e impotencia, y solo el retorno al imperio de la ley nos podrá traer la tranquilidad perdida en este país hace algunos lustros.
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
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