Los seres humanos fuimos dotados divinamente con el lenguaje para poder comunicarnos entre nosotros. Somos seres gregarios, dependientes unos de otros. Cuando la humanidad pretendió rebelarse contra el Creador precisamente a través del lenguaje fue dispersado, su intentona solo produjo confusión y lenguajes diversos que impidieron la comunicación.
La palabra hablada o escrita es indispensable para el entendimiento de los pueblos, ya sea hacia adentro o hacia sus semejantes de otras culturas. En el caso de México, quizá como consecuencia del mestizaje y la integración de culturas que jamás se han comprendido ni integrado del todo, pocos son los tiempos en que hemos tenido buena comunicación de frontera a frontera y de costa a costa. Quizá los mejores años de toda nuestra historia los disfrutamos durante la época posrevolucionaria hasta la llegada del echeverriato.
Epoca en la que el doble discurso tomo carta de naturalización, en el que se arengaba con la izquierda pero se corrompía con la derecha; en la que se invitó a Salvador Allende a un auditorio repleto de gorilas de la FEG que le aplaudían a rabiar, mientras que en la calle se perseguía con saña y crueldad a la verdadera izquierda.
A partir de entonces nuestro país ha vivido, si a esto se le puede llamar vivir, bajo una esquizofrenia política en que nada es lo que parece ser. Partidos que se dicen de izquierda (PRD, PT, Morena, MC, etc.), pero que están integrados por pillos expulsados de otros partidos y una gama de parásitos sociales (con excepción de algunos casos). Maistros que odian la educación, las aulas y a los niños.Estudiantes que no estudian, alérgicos a la preparación y a todo aquello que represente esfuerzo y ganas de contribuir a un país mejor pero que saben robar y destruir.
Los suyo es el desmadre, la marcha, la manifestación, el enfermizo apoyo a grupos minoritarios cuya visión de vida se basa en sus órganos reproductivos. Entre esta pléyade tan diversa se acomodan los fanáticos de los derechos humanos (que ignoran y menosprecian las garantías individuales que legalmente son más profundas), los obsesionados con las bicicletas y las mascotas. Sin faltar por supuesto los que les urge que legalicen la mariguana y otras drogas para fumársela en las calles y dar rienda suelta a su hedonismo. El cuadro social es enorme y todo indica que incapaz de homogeneidad. Una Babel con lenguaje confundido.
Ahora bien, dentro de este mosaico que se inicia en Tijuana y termina en Mérida (no desde la capital y hacia “provincia”; los mexicanos no somos provincia de nada, ni de nadie): los ciudadanos que trabajan y se esfuerzan para sacar adelante este país y que son mayoría, tienen por supuesto otra visión más, que aunque no es homogénea del todo, en gran medida conjuga una misma visión y un mismo criterio: ¡Quieren un México bajo el imperio de la ley y en paz!
De hecho, aún entre otras cosmovisiones existe en buena medida ese mismo deseo. Excepto, claro está, entre los anarquistas, entre los que viven a la manera de las tribus enemigas de los aztecas, en guerra eterna contra todo gobierno que no sea el suyo.
La cuestión es que para lograr metas comunes resulta obligado hablar un solo lenguaje. No se puede pedir protección de la ley sólo cuando nos afecta a familia y bienes y mostrar indiferencia o descalificación de la autoridad cuando se trata del prójimo. Nos encontramos en una auténtica encrucijada nacional. Las mafias de criminales y de pseudo organizaciones políticas han rebasado todos los límites aprovechando las voces e ingenuidad de los tontos útiles, que bajo el escudo del respeto a los derechos humanos, han convertido esta nación en una verdadera madriguera de delincuentes impunes de todo tipo y tamaño.
El presidente Calderón declaró la guerra a las mafias delincuenciales y para ello sacó al Ejército de sus cuarteles. Los resultados fueron desastrosos. La cantidad de muertos espanta al más flemático. Lo peor es que sin tener un marco jurídico adecuado, el Ejército quedó en medio del fuego de los criminales y el de una prensa que muchas veces parece al servicio de los mafiosos pues no informan lo que sucede, sino lo que ellos quieren que el televidente o el lector vea o lea.
Como vemos, pues, el lenguaje en toda actividad resulta indispensable y el momento histórico que vivimos los mexicanos requiere de unificar visión y criterios ¿Queremos que retorne el imperio de la ley? Concedamos al estado mexicano el apoyo que requiere, basta de chismes, basta de cadenitas en las redes sociales con falsas notas y videos manipuladores, basta de apelar a las emociones. La madurez de un pueblo debe reflejarse en sus decisiones, sobre todo en los momentos de gran crisis.
El gran Winston Churchill no hubiera alcanzado el sitio de honor que posee en la historia si el pueblo inglés no le hubiese concedido su apoyo. No les prometió cosas bonitas como al pueblo mexicano ―inmaduro en buena medida― le gusta escuchar y que le prometan. El viejo gruñón del puro y rostro endurecido, solo les ofreció: «trabajo, sangre, sudor y lágrimas». A pesar de su nada halagüeña propuesta, al final obtuvieron juntos el triunfo sobre sus enemigos.
En días recientes, y luego de una cobarde emboscada en la que murieron 5 soldados y 10 más quedaron gravemente heridos en Sinaloa, el General Salvador Cienfuegos Zepeda, Secretario de la Defensa Nacional, pidió abiertamente el apoyo de los mexicanos para combatir a los delincuentes que además de agraviar al Ejército, nos han agraviado a todos con el asesinato y heridas de los soldados. Resulta de pésimo gusto, por no decir, ingratitud, esperar del Ejército su ayuda inmediata en cuanto desastre natural padecemos, incluso salir en nuestra defensa contra los criminales, y no responder a su llamado cuando nos están hablando a todos los mexicanos. En lo personal respondo: son nuestro Ejército, son nuestra gente, y son nuestro garante de paz y legalidad ¿Qué responderán todos los mexicanos? Esperemos que la respuesta sea unánime e inmediata.
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
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