Aunque esta semana Donald Trump asumió la presidencia del Imperio, hay otros temas que obligan reflexión por su gravedad e inmediatez. El tema del criminal adolescente que hirió a su maestra y otros compañeros para luego suicidarse no es cosa menor ni asunto que deba archivarse pasado el escándalo. Por cierto que no.
Se trata de un asunto que merece toda seriedad y reflexión. Un tema que obliga a la sociedad mexicana a hacer un alto en su acelerado caminar cotidiano ¿Qué nos pasó? ¿Qué hicimos mal o qué dejamos de hacer para llegar al punto donde nos encontramos? Aunque la respuesta está cercana y pudiera ser rechazada por la mayoría, es esta: ¡El pueblo de México renunció a su fe y raíces cristianas!
Siempre habrá excepciones y en nuestro país hay testimonio del remanente de judíos y cristianos que mantienen viva su fe tanto en lo privado como en lo público. Nos referimos entonces a la gran masa; la que todavía hace unas décadas, con todo y su sincretismo, creía realmente en Dios; que fue formada con el Decálogo y se nutrió espiritualmente con los valores divinos tomados de la Biblia. Instrucción que se reforzaba teológicamente a través de una sencilla pero eficaz catequización. Se acabó, ya no existe esa sociedad, estamos viejos o ya se murieron. Se cortó la transmisión que hubo por siglos de generación a generación.
Hoy nos enfrentamos a una sociedad mayoritariamente incrédula en la que la religión es un mero adorno social. Una conglomerado de individuos donde reina la impiedad, donde Dios ha sido sacado de los hogares, de las escuelas, de las leyes (habiendo sido tomado el Decálogo como base de lo que por siglos era delito, hoy ya dejó de serlo), de la vida social en general. Una secularización mal entendida nos ha llevado al simple libertinaje, aunque bajo una cubierta inútil de retórica falaz e insostenible.
La fe judeocristiana no está peleada con la inteligencia ni con la participación individual de la política(no desde las creencias, sino viviendo esas creencias de manera pragmática). El padre de la Patria, Don Miguel Hidalgo y Costilla era doctor en teología, la mayoría de los liberales del siglo XIX eran creyentes fervientes, incluso algunos buenos teólogos. Juárez contrario a lo que muchos creen, siempre fue un cristiano ejemplar y ferviente, de hecho dejó las filas del catolicismo para decidirse por el cristianismo reformado (con el que tuvo contacto en Nueva Orleans durante el exilio). La época de la Reforma es una evocación de la llevada a cabo en Europa a partir de 1517.
Por cinco siglos, primero durante la Colonia y luego ya como País independiente, México vio crecer y formar a sus hijos (al menos a la inmensa mayoría) con los valores de la fe judeocristiana. Las historias bíblicas, los valores divinos, pero sobre todo las enseñanzas y esperanza redentora en el Mesías (Jesucristo), sostuvieron los pilares de nuestra sociedad. Fe que aun los no creyentes valoraban por cuanto además de ennoblecer al individuo, aportaba al contrato social una paz que ningún gobierno, ni ningún programa humano puede conceder.
Las Sagradas Escrituras advierten que el hombre sin Dios queda a merced del mal, en el estado de depravación en que quedó en El Paraíso. El rabino de Tarso, el San Pablo de la cristiandad, con la guía e inspiración del Espíritu Divino lo dice con toda claridad:
―”Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios les entregó a una menta reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia” (Rom 1:28-31).
¿Se le hace conocida semejante descripción? ¿Le recuerda a ciertos políticos, a grupos de pervertidos, a criminales sanguinarios, a cierta juventud violenta, egoísta e inútil que cree merecer todo? ¿A generaciones de ateos confesos o pragmáticos?
Descripción que abarca en muchos otros aspectos a las nuevas generaciones de mexicanos, que a diferencia de sus padres y abuelos, han dado la espalda a Dios sin investigar ni darse siquiera un poco de tiempo para saber si lo que ellos creían tiene sentido. En su auto engaño creen que las tablets y sus telefonitos portátiles lo saben todo.
Viven engañados. Lo peor del caso es que muchos de ellos son absolutamente infelices y aunque aseguren regodearse en la materia y una vida hedonista, en el fondo no tienen reposo. Ignoran su sentido existencial, pues de acuerdo a su cosmovisión se ajustan a la descripción que nuestros maestros de biología nos daban en la secundaria a principios de los años sesenta respecto a plantas y animales: “nacen, crecen, se reproducen y mueren”.
El viernes pasado (20/Ene/2017) el rector de la UNAM se quejaba y horrorizaba ante la prensa por los sucesos de la escuela de Monterrey. De inmediato surge la pregunta ¿Y las hordas de porros armados que se han adueñado desde hace años de un auditorio de la Universidad Nacional y han hecho del campus su feudo y punto de venta de cuanta droga existe? ¿Ellos no existen, el malo es el chamaco de la escuela privada? ¡Por favor!
El lema de Vasconcelos que es utilizado por esa casa de estudios “Por mi raza hablará el espíritu” se refiere al Espíritu Santo. Nuestro Ulises criollo, con todas sus subidas y bajadas, con todos sus errores y desvaríos que llegó a tener, siempre volvía a su origen, a la fe recibida de sus padres. Una fe que absurdamente rechazaron y han rechazado millones de mexicanos cuando menos en las últimas cuatro décadas y que ahora se horrorizan de los resultados. Rechazo que como ya se dijo, la Biblia nos indica que se cae en una mente reprobada ¿Se quiere enmendar el rumbo? Estamos a tiempo.
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
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