El mexicano es muy propenso al maniqueísmo, a ver siempre en otros al culpable de lo malo que sucede, pero casi nunca es capaz de auto examinarse. El horrendo clima de violencia que padece el país, pero que en algunas zonas como es el caso de Guadalajara, es todavía peor, tiene un origen, una larga lista de causas y culpables de los que nadie habla o desea hablar.
En primerísimo orden tenemos a los padres, ya sea a los dos o a uno de ellos, que no han sabido educar, ni formar a sus hijos, que los han malcriado, en unos casos dándoles todo pensando que esto es “amor”, y en otros desatendiéndoles o de plano abandonándoles. En muchos de estos casos la banda o pandilla se ha encargado de la educación de los chavalos.
Y es que al no conocer el amor (que no es darles cuanto piden), tampoco han conocido el orden ni la disciplina, de manera que su conducta tiende a la anarquía o a la depresión. Las bandas delincuenciales hoy llamadas “carteles” se nutren de jóvenes con este perfil.
Vayamos al mundo de las drogas. Un mundo cuyo rastro de sangre es cada vez mayor, que satura los Anfiteatros de cadáveres y miles de hogares de luto, sin embargo siempre se señala a los asesinos, nada de sicarios, asesinos. La cuestión es que hay otros culpables, sí, legiones de culpables a los que nadie molesta y estos son LOS QUE COMPRAN Y CONSUMEN LAS DROGAS. Si no hubiera quien comprara su maldito veneno no habría muertos, así de sencillo.
Todo mundo se molesta e indigna con el alza de las gasolinas. De hecho no pocos políticos mañosos e hipócritas utilizan la bandera del “gasolinazo” para atraer incautos a su inmundo redil, cuando lo cierto es que si se roban la gasolina y el diésel, es porque hay muchos mexicanos que compran esos combustibles. A estos compradores de robado habrá que recordarles que son cómplices de muchos de los asesinatos que se cometen en el país, que son culpables del alza de los energéticos, de la desviación de elementos del ejército y de las policías en tareas que no deberían estar, que por su culpa familias enteras han dejado de ser productivas para convertirse en bandas de delincuentes. En verdaderos problemas de seguridad nacional.
No son pocos los ejidatarios vivales y corruptos, como los que reclaman el pago de tierras del Aeropuerto de Guadalajara, que asesorados por abogados de la U. de G. y con la evidente complicidad de jueces igual de corruptos, extorsionan al gobierno federal para que les pague tierras que no les costaron un cinco, y que de cualquier modo hace décadas ya se les pagaron. ¿Qué no saben que todo lo que se les pagó salió, no de los dineros de los gobernantes, ellos no pagan un solo peso, sino de los bolsillos de todos los mexicanos? Lo peor es que su mal ejemplo empieza a cundir en otros lados.
Y ya que mencionamos jueces, el poder judicial está poblado de corruptos, que con las excepciones que confirman la regla (porque sí hay jueces probos y justos —para estos el respeto y reconocimiento—), gran parte de este gremio vende la justicia al mejor postor, deshonrándose a sí mismos y deshonrando al estado que les confió tan importante responsabilidad, haciendo del país un lugar difícil de vivir, donde lo único que vale es el dinero y el poder. Donde las personas no cuentan. No existen. Son legiones de “don nadie” que para estos mercaderes de la justicia no valen nada. Punto.
Los productores de cine y televisión hipócritamente se rasgan las vestiduras por la violencia que se vive en las calles, mientras que en las salas cinematográficas filmes que destilan sangre y derrochan tecnología en una apologética de la violencia son su menú principal, camino por el cual transitan la mayoría de las televisoras, abiertas y de paga ¿Para qué producir series que aporten valores y una cosmovisión positiva de sociedad, si los narcotraficantes y sus amantes son mercancía fácil y vendible?
Los que compran objetos robados se tienen así mismos por listos, y téngalo por seguro que se indignan ante los demás por la violencia que nos aflige y aterroriza, pero su doble moral los exhibe y hace cómplices, pues al comprar el producto de los robos de otros ellos mismos los cometen y ellos mismos se convierten en derramadores de sangre. De despojadores del trabajo y el esfuerzo de otros.
Los que compran chatarra robada, que compran el mobiliario urbano de la ciudad, es decir, estatuas, alcantarillas, bancas, barandales, postes, bronces, y cuanta cosa hay en las calles del equipamiento y patrimonio colectivo comprados a través de décadas entre todos los ciudadanos (a través de nuestros impuestos), son tan criminales como cualquiera de los cárteles conocidos y desconocidos. Son delincuentes hipócritas por cuanto pretenden hacerse pasar por ciudadanos honestos.
Igual sucede con los que compran autos robados, al tomar las llaves del auto que adquieren se manchan con la sangre de gente inocente que fue asesinada o golpeada brutalmente. Los que compran los abarrotes que fueron robados de tráileres o camiones de carga en las carreteras igual, etcétera y muchos etcéteras más.
Y es que mientras se continúe viendo solo al otro y no se analicen los actos propios, nuestra sociedad continuará ahogándose en ese mar de sangre que apesta ya de costa a costa y de frontera a frontera. Mientras permanezca esa falta de ética, de auténtica moral (que hemos bebido de la fe judeocristiana), y sin un deseo social de retornar a la legalidad y la justicia, la lista de los otros culpables de la terrible violencia que nos afecta a todos continuará creciendo hasta el infinito. Las Sagradas Escrituras proponen una ruta de sanidad: “El que reconoce su pecado prosperará”. ¿Cree usted estimado lector que todos esos mexicanos estarían dispuestos a reconocer su complicidad en el horrendo clima de violencia que azota al país y rectificar su conducta?
NOTA: en la semana que recién concluyó, esta columna fue visitada por casi 6,000 lectores. A todos: muchas gracias.
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
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