Opinión
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Lo repito de nueva cuenta, no me gusta decirlo, pero se los dije. La semana pasada se señaló desde este espacio, respecto a la ley y lo que está sucediendo en el país en el siglo XXI, que “Un país que no vive bajo sus normas es un país condenado al fracaso, al caos, a la ley del más fuerte”.

     Con horror todos los mexicanos vimos en la televisión que la ley del más fuerte se hizo presente en un pueblo rabón del estado de Puebla, en el que la turba enloquecida y endemoniada, sacó de la cárcel a dos campesinos que estaban detenidos por una simple falta administrativa (beber cerveza en su camioneta), pero que algún estúpido (y malvado) acusó sin fundamento alguno de ser “robachicos”, lo que hizo que la plebe torpe, ciega, carente de todo sentido de sensatez y justicia, enloquecida por su acusación falsa, rociara de gasolina a aquellos inocentes, para luego encenderlos como teas hasta morir calcinados en medio del horror y de lamentos.

     La turba enardecida a la manera de Fuenteovejuna, no tuvo entre sus filas a nadie que se interpusiera para evitar aquel acto de injusticia extrema que mostró en plenitud la perversión de toda la comunidad. Ni del gobierno ni de la sociedad hubo voces de cordura y justicia que se interpusieran, permitiendo que aquellos demonios dieran rienda suelta a lo que había en sus corazones.

      Los malditos teléfonos celulares solo sirvieron para filmar aquella escena de horror que servirá para recordar que ese pueblo perdido en la nada, careció a la hora de salir a la escena pública nacional, de una sola voz de cordura y sensatez.

      Cientos de los aparatejos se levantaban por sobre las cabezas de la plebe para dar testimonio de la crueldad de los habitantes de ese pueblo llamado “Acatlán de Osorio” ¿Para eso les sirvió la tecnología, no podrían haberle dado un uso mejor o de apoyo para su educación y comercio?

     El pueblo mexicano no salía aun del estupor (de conocer semejante horror) cuando se entera que en el Estado de Hidalgo, en“Santa Ana Ahuehuepan” para ser exacto, a una pareja, otra turba enloquecida y endemoniada les asesinó exactamente como lo hicieron en “Acatlán de Osorio”.

     En estos (y otros) actos de barbarie comunitaria ha estado presente el celular, en particular las llamadas ‘redes sociales’, que utilizadas de manera positiva pueden ser herramienta eficaz, pero que lamentablemente se ha visto que se utilizan mayormente para promover lo malo y para desinformar. Tenían varios días azuzando a los usuarios de esas cadenas humanas con el borrego de robachicos pululando por todo el país, aunque en otros agregando a su iniquidad que el robo de infantes era para quitarles los órganos, dando como fruto de esa corta siembra de falsía e iniquidad el asesinato de inocentes a manos de turbas estúpidas, enajenadas por el odio y el fanatismo, que al amparo de esta falsa acusación, dieron rienda suelta a sus frustraciones y violencias reprimidas.

     En la obra clásica de Lope de Vega la autoridad real pregunta: “¿Quién mató al comendador? —y la plebe con sus manos manchadas de sangre responde— “¡Fuenteovejuna!”, que aplicada a la tragedia vivida en estos días en dos pueblos mexicanos se puede responder: “¡Acatlán de Osorio!” y “¡Santa Ana Ahuehuepan!”.

     Responsabilidad que en primerísima instancia implica a los gobiernos municipales, estatales y federal, pues estos crímenes comunitarios no son otra cosa que el resultado de la impunidad vivida desde hace varios años y permitida por ellos, por los gobiernos, pero que ha ido creciendo hasta llegar a la impunidad (casi) total; indiferencia y negligencia oficial que han envalentonado a la turba de cobardes hasta llegar al punto del homicidio colectivo, hasta dar rienda suelta a sus maldades internas capaces de asesinar inocentes ¿O caso lo que hicieron no es el reflejo de cómo son en realidad?

¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!

Email: mahergo50@hotmail.com

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