Sólo en México pueden ocurrir semejantes cosas, que un fugitivo de la justicia de pronto, por arte, no de magia, sino del agua bendita del nuevo presidente, se convierta en Senador de la República. Es el caso de Napoleón Gómez Urrutia, un líder sindical con un historial negro, que a diferencia de Carlos Romero Deschamps (hoy en declive político), es amigo y protegido de López Obrador.
Y es que, como todos sabemos, en el actual gobierno ‒si es que se le puede llamar así a este grupo de improvisados para los que el estado de derecho y la aplicación de la justicia no existen y cuando intentan hacerlos valer, lo hacen a contentillo y gusto personal (no en base a lo establecido en las leyes correspondientes)‒: escaños, curules, secretarias de estado y direcciones, fueron y están ocupados por personas ajenas al perfil requerido.
Para el actual presidente la capacidad y la inteligencia que los cargos reclaman y requieren puede suplirse con amiguismo, con que le hayan apoyado en su campaña es suficiente (quizá apoyado económicamente también). De otra manera no se pude entender y mucho menos aceptar que el ya referido fugitivo líder minero, además de no ir a la cárcel, haya sido postulado y elegido como senador ¡Ver para creer!
Un hombre que además de su terrible historial, de vivir por años en Canadá con estilo de magnate; en nuestro país gusta ir acompañado con un séquito de guardaespaldas impresionante, y si se trata de un acto público, con una coreografía integrada por incondicionales de su sindicato minero; evoca sin duda los peores tiempos y ejemplos de ese gremio.
Y que conste, no se está hablando mal del sindicalismo, expresión legítima y necesaria para la unidad y defensa de los trabajadores, para los equilibrios sociales y económicos. No, se está señalando ese sindicalismo charro, gansteril, extorsionador de la fuente de empleo, y manipulador y controlador del trabajador. Vividores ajenos al dolor y problemas del obrero y trabajador, los cuáles utilizan como bandera y pretexto para sus deleznables propósitos, para continuar son sus faraónicos y opulentos estilos de vida. Y todavía tienen el descaro de hablar a nombre del proletariado: ¡cínicos, desvergonzados!
No, los verdaderos líderes sindicales son individuos sensibles a la necesidad del otro, a la búsqueda de soluciones que ayuden a su agremiado, sin acabar con las fuentes de empleo; a las que no ven como enemigos ni explotadores, sino como generadores de trabajo y riqueza, sirviendo ellos como mediadores sociales para un reparto mejor y más equitativo del capital. Individuos con ideales pero sin fobias, con metas generosas pero ajenos a fanatismos radicales (producto de la envidia y el revanchismo), entendidos de su rol social por el cual luchan aun en medio de la incomprensión de muchos y el desprecio del charrismo gansteril de los grandes grupos.
Así que la iniciativa de Napoleón Gómez Urrutia de que la práctica del outsourcing se penalice y equipare con delincuencia organizada, es muestra irrefutable de su anti sindicalismo, de su mente corrompida que muestra sin retoques su falta de interés por la mejoría y futuro de los trabajadores. De su gatopardismo en perjuicio de sus agremiados.
¿Acaso desconoce este individuo que los juicios laborales son en este momento, y desde hace muchos años, la principal causa de los bajos sueldos que se pagan en México? ¿No sabe acaso que por estos juicios los patrones (micro, pequeños y medianos) no se atreven, claro, los que sus negocios se lo permitirían, a aumentar los salarios con generosidad ante el temor real de que sus 4,8,12 , 20 ò 60 trabajadores, en algún momento y azuzados por un mal dirigente, demanden su negocio y se vayan a la ruina? Por supuesto que lo sabe, pero como las aves carroñeras, viven del despojo.
La falsa izquierda que padece la clase trabajadora mexicana es el peor ejemplo de esta expresión política. Se trata de meros vividores, dominados como ya se dijo por la envidia y el revanchismo de clase para hacerse de los bienes del que ha trabajado duro, hecho un capital y creado fuentes de empleo.
Si realmente fueran de izquierda, leyeran un poquito siquiera, y analizaran las condiciones laborales, económicas y sociales del mundo posmoderno, se hubieran enterado ya de que su visión sindical tiene casi una centuria en quiebra. El sindicalismo del siglo XXI requiere de una visión y conceptos totalmente opuestos a los del señor Gómez Urrutia y demás camaradas.
El mundo y México en particular requieren de un sindicalismo que bùsque la prosperidad de la fuente de trabajo, que en lugar de quererla extorsionar o acabar (como lo han hecho algunos hasta hoy): encontrar fòrmulas a través de la producción y las utilidades de los negocios y empresas que mejoren los ingresos, calidad y condición de vida de los trabajadores. Que el estúpido negocio de las demandas se acabe para siempre y solo queden para casos en los que la parte patronal (luego de un proceso rápido que lleve a la verdad) haya abusado del trabajador; que los chismes y las mentiras de tanto ‘torero’ y vividor del negocio de las demandas se acaben para siempre. Que los despachos llamados ‘talibanes’ dejen de existir.
Que los líderes sindicales dejando su postura extorsionadora e inquisitorial contra las fuentes de trabajo, busquen a diputados y senadores para que elaboren una nueva legislación en la que se incluya, además de un seguro de desempleo por dos o tres meses, un acceso seguro a la jubilación pero no controlada por el IMSS. Legislación a la que se deberá de incluir la posibilidad de dar de baja a un trabajador malo, flojo o informal sin perjuicio para el empleador, al mismo tiempo que se estimulen los buenos sueldos (sin que ello represente una carga que acabe con los negocios, como sería el derecho al seguro social con el mismo sueldo, pues la mayoría no podría cubrir sus altas cuotas).
En síntesis: el problema es serio y requiere que las cámaras se involucren y busquen la manera sabia y justa de cuidar a patrones y trabajadores y mejorar el nivel de vida de los mexicanos. Nada de revanchismos ni posturas que solo han traído pobreza, atraso y divisiones.
Concluyamos: la aclaración que le hiciera Bill Clinton a George Bush «es la economía estúpido» sirve también para otras muchas cosas, en este caso, al añejo problema que padece México: el uso y abuso indiscriminado de los juicios laborales, que dicho sea de paso, son la principal causa de los bajos salarios y plaga para la planta productiva nacional. Sobre todo para las PYMES que son las que ofrecen el 80 por ciento de los empleos en este país. De manera que lo menos que necesita México es que un aburguesado líder minero quiera penalizar el outsourcing como ‘delincuencia organizada’ (que en muchos, pero muchos casos, es la respuesta a la debilidad económica de los negocios y empresas y una manera de protegerse ante la marea asfixiante de los juicios laborales) cuando el problema real es otro y ese es el que hay que resolver: «no es el outsourcing estúpido, son las demandas»
¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!
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