La pandemia del coronavirus ha traído aparejada una estela de daños por demás amplia e imposible de cuantificar. El gobierno mexicano se ha limitado a los efectos y daños en la salud, y aun esto lo ha hecho de manera torpe, deficiente, avara, y sin medir la gravedad del problema, desentendiéndose casi de manera total de los efectos colaterales de esta terrible plaga que azota a la humanidad y que en nuestro país (a causa de no haber tomado medidas eficaces a tiempo), la epidemia comienza a causar enormes daños.
En primerísimo orden se encuentra la salud de los mexicanos, de ese pueblo que el presidente cree que solo se integra por sus incondicionales, ignorando voluntariamente que somos 130 millones de personas. Salud que el titular del Ejecutivo remedia fantasiosamente con declaraciones, cuando la realidad es que el sector salud oficial actualmente es un desastre (con sus honrosas excepciones); hospitales y clínicas sin medicamentos o en ocasiones caducados o adulterados (como sucedió en el hospital de Pemex en Tabasco), con carencia de instrumental médico, de insumos de todo tipo, incluyendo los de limpieza y las reparaciones de baños.
Y si a este caos y mundo de deficiencias le agregamos la poca o nula capacidad de respuesta oficial para remediar (a tiempo y de manera adecuada) semejante amenaza, el cuadro pasa del desaliento al horror. Horror al que se suman otras calamidades que el presidente y su troupe de improvisados ni siquiera han contemplado mucho menos implementado y ofrecido soluciones. En su frivolidad e insolencia se atreve a diario a culpar a sus adversarios. Difícil que un ególatra acepte sus yerros e incapacidades.
En segundo orden de daños aparece el empleo e ingresos de millones de mexicanos. La visión populista del presidente de ganar adeptos regalando dinero público le ha estallado en la cara a manera de bomba, primero, porque tales recursos no tardan en agotarse, segundo, porque el ser humano requiere mantener su dignidad en alto y el trabajo remunerado la concede. Regalar dinero a ociosos a manera de dádiva degrada al receptor. El expresidente Barack Obama de Estados Unidos escribió acerca de esta nociva práctica: “arrebata a la gente su iniciativa y erosiona su amor propio” (La audacia de la esperanza, pág. 306)
Si la mitad de los empleos en la actualidad los produce el comercio informal, el que no paga impuestos, por tanto no aporta ingresos a las arcas públicas, y si se toma en cuenta que muchas familias mexicanas han optado por la cuarentena voluntaria (y algunos gobiernos estatales y locales la han establecido; no así el federal), los ingresos para millones de familias mexicanas se han cerrado o se encuentran bajo esa amenaza. Mientras tanto el gobierno calla.
Y no solo es problema de gobierno, también es de personas. Ante esta pandemia la mezquindad de muchos ha quedado en evidencia, el coronavirus los ha exhibido. Entendidos que el 80 por ciento de los empleos formales los ofrecen medianos, pequeños y micro empresarios; se entiende también que muchos de estos emprendedores (como les dicen ahora) pagan rentas en sus locales (restaurantes, loncherías, tiendas de abarrotes, de ropa, de pinturas, tlapalerías, papelerías, salones de belleza, taquerías, talleres, etcétera); rentas la mayor de las veces superior a la capacidad de pago de los arrendatarios, los arrendadores se han convertido en dueños también de los negocios y sin ninguna responsabilidad para con los empleados y el fisco. El problema en el momento actual es que la inmensa mayoría de esos emprendedores que rentan locales o inmuebles para sus negocios o están cerrados o están con la amenaza de hacerlo y quienes les rentan están dominados por la mezquindad y carencia absoluta de sensibilidad y humanidad. Además de desangrar mes con mes a sus inquilinos, en este momento de emergencia la inmensa mayoría ha cerrado su corazón y solo se interesa por su bolsillo. A la manera de los ricos que viajaban en el Titánic, en lugar se subir a cubierta a encontrar un sitio en los botes, bajaron dominados por su ambición a las cajas de seguridad, siendo los primeros en sucumbir. Mientras tanto el gobierno calla.
Tres gravísimos problemas se avizoran en todo esto: uno, que en las pymes no hay dinero en la mayoría de los casos para pagar sueldos ya que por lo general van al día (y sujetos a deudas y créditos pendientes); dos, que los arrendadores indolentes (sin duda que debe de haber algunos con sensibilidad humana) no bajan la renta o la suspenden hasta que pase la crisis; y tres, que los propios comerciantes o emprendedores van también a quedar sin ingresos para sus familias. Mientras tanto el gobierno calla.
Relacionado a este punto es un hecho que muchos trabajadores perderán su empleo, optando no pocos por demandar a sus patrones, dando con ello la puntilla a negocios que apenas sobreviven desde hace años (como es el caso de la mayoría de líneas de camiones del transporte público en Guadalajara). Tratándose de un derecho sustentado en una ley federal, el presidente ni siquiera ha mencionado este punto. Su populismo y demagogia no le permiten ver los tiempos que se viven, no se ha enterado que la lucha de clases ya no se debe (ni puede) resolver con los métodos de hace medio siglo, que el muro de Berlín ya cayó. Su limitado fanatismo ideológico –y de muchos de los que le rodean- no les permite enterarse que entre patrón y trabajadores se sostiene un país, que ambos se necesitan y corresponde al estado procurar el equilibrio.
En el sexenio anterior se modificó la Ley Federal del Trabajo para evitar tantos juicios (que estaban dañando gravemente a la planta productiva), en el entendido que micro, pequeño y mediano empresarios son los que sostienen el 80 por ciento de los empleos formales en México. Reforma que buscaba revolver cuando menos el 70 por ciento de las demandas laborales por medio de la conciliación. Ha sido letra muerta. Tomando en consideración la situación del país es urgente que el gobierno haga algo al respecto, ya que no hacerlo cientos de miles de empleos están en riesgo inminente. A problemas excepcionales, soluciones excepcionales. No se trata de eliminar la LFT y sus derechos. Se trata de entender la realidad y en tanto que pasa la crisis congelar o adecuar el derecho laboral.
Al presidente López Obrador queda claro que el puesto le quedó demasiado grande, la responsabilidad lo ha hecho polvo. El problema es que su ego enfermizo y gigantesco le impide no solo aceptar sus limitaciones, sino incluso oír las voces de cordura y los llamados de auxilio desde la sociedad mexicana. Le basta con aislarse en Palacio nacional e irse de gira al sureste. Donde la ignorancia le aplaude, donde los brujos le hacen limpias, donde sus estampitas para el coronavirus causan risas y aplausos.
Por eso el título del presente artículo ¡ATIENDE GOBIERNO! Urge que el presidente haga caso a aquellos que cercanos a él, o desde la sociedad, pero que saben y conocen lo que se tiene que hacer ante semejante emergencia nacional. Que considerándose en primer orden la salud de los mexicanos; a las medidas que se tomen se acompañen otras (económicas y legales) que ayuden a superar esta terrible crisis.
Bien por el gobernador de Jalisco Enrique Alfaro, pues aunque carece de simpatía y eficacia en sus acciones, en la presente crisis ha hecho las cosas bien. Incluso ha puesto 1,000 millones de pesos de ayuda para sortear la crisis. El problema es que se trata de préstamos para pagar sueldos de empleados por las pymes, cuando lo cierto es que si los negocios no estaban ganando, ahora necesitarían endeudarse para pagar nóminas. Es obvio que no es una buena solución, se requiere de buscar otras opciones. Pero cuando menos se está intentando algo. Concluyamos, ¡ATIENDE GOBIERNO!
¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!
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