La pandemia del coronavirus no solo ha traído enfermedad y muerte. Las estrategias de algunos gobiernos para enfrentar la epidemia han sido terribles, erróneas y de gravísimas consecuencias, como es el caso de México. Pero hoy no hablaremos directamente de los yerros del gobierno; hablaremos de los otros efectos dañinos y mortíferos que ha traído esta peste moderna (aunque ocasionados en gran medida por las decisiones del gobierno).
En primer orden hablaremos de los daños ocasionados a LA FAMILIA, con el coronavirus se acabaron los abrazos, los besos, las muestras físicas de afecto, las visitas, las convivencias, las charlas, la instrucción y ejemplo generacional con y sin palabras. Abuelos (y bisabuelos) quedamos aislados, solos, al impedirse el contacto y la reunión física, nos convertimos en una especie de ‘desaparecidos’ sociales.
Debiendo procurar la protección y cuidados en la vida de los ciudadanos en todos los órdenes, de manera irresponsable, indolente e inhumana, el gobierno se metió de lleno a la preparación de las elecciones próximas, importándole un comino la vida, economía y salud de los ciudadanos (recurriendo a los métodos más bajos, menospreciando el orden social y la inteligencia de los gobernados).
Y al desentenderse de sus deberes y acciones, la economía nacional, que ya estaba en proceso de recesión, con la pandemia se colapsó. Trago amargo para la inmensa mayoría de los mexicanos, que los gobernantes, a causa de la fastuosidad de Palacio Nacional y la embriaguez del poder, no han probado. Pero que sin duda les será reclamado a su tiempo con dureza.
Como consecuencia del derrumbe de la economía, no atendida (ni querido entender) por el gobierno, la pobreza se soltó a galope como no se había visto desde la época de la Revolución Mexicana, y con la pobreza, llegó de la mano el hambre, hambre que aumentará día con día pues los estómagos no se nutren con conferencias mañaneras. Se hace con comida, no dada a manera de limosna para mantener tiranizado a un pueblo (como ‘mascotas’, escribiera el compañero Sergio Sarmiento), sino con el esfuerzo del trabajo, creando condiciones favorables para las inversiones extranjeras y nacionales (y no viendo en ellas a enemigos a los que hay que eliminar) y con ello la creación y sostén de empleos.
Con la epidemia la violencia ha crecido, ríos de sangre corren a diario y aflicciones sin fin azotan a los mexicanos (secuestros, extorsiones, asaltos, robos, etc.). A las empresas robo de camiones de carga, asalto de trenes con mercancías, descarrilamiento para saqueo, obstrucción de vías y demás. Mientras que al estado el robo de gasolinas y gas son cosa de todos los días. Y aunque se prometió que en este gobierno se acabarían todos estos delitos, nada se ha hecho. Al contrario, con la epidemia han aumentado a manera de pesadilla.
Contrario a lo que se pudiera pensar, la violencia en los hogares también ha aumentado, saliendo lo peor de cada quien (el haber sacado a Dios de la familia ha traído costos por demás altos), así que golpes, drogas, abusos sexuales, y adicción a la pornografía son parte de los nocivos efectos.
Por si no fuera suficiente para esta sociedad desprotegida por su gobierno, agobiada, desangrada, empobrecida y ahora hambrienta, se suma al cuadro de horror una jauría de hienas y chacales que se dicen humanos, pero de tales no tienen más que el cuerpo, demonios que les ha dado por abusar y asesinar de mujeres e incluso niños. Para tales monstruos la pena de muerte o la cadena perpetua en juicio sumarísimo debiera instaurarse. Primero los derechos de las víctimas, no las del victimario. Lamentablemente en México reina la impunidad.
Ante tanta adversidad, la irritabilidad social se encuentra con o sin cubre bocas, a punto de explotar, ya sea porque el familiar se murió a causa del coronavirus, que el negocio del que se mantenía la familia o en el que se era empleado cerró sus puertas, que la profesión u oficio ejercido no funciona en este momento o carece de clientes, así que cualquier cosa puede prender la mecha
El derrumbamiento del mundo cultural es otro de los terribles efectos: libros, librerías, actores, teatros, cines, presentaciones y ferias de libros, espectáculos, conciertos, se han ausentado, dejando a la sociedad en ayunas, en abstinencia de todas aquellas experiencias que alimentan el espíritu y ennoblecen al hombre (para los más jóvenes se les hace saber que la palabra hombre expresada de esta manera incluye las mujeres). En lo personal mis dos últimos libros no los he podido presentar, ni distribuir, ni vender. Experiencia que azota a la mayoría de los que participamos de la vida cultural. Teatros cerrados (incluso circos), museos, galerías, son desánimo para creadores y artistas y promotores de necesidades (pobreza pues).
En el sector médico los efectos han sido a manera de huracán devastador, quizá peor, pues en un meteoro los vientos cesan y la calma vuelve. En esta peste posmoderna médicos, enfermeras, laboratoristas, camilleros y demás personal hospitalario no tienen tregua. La cuota de muertos y contagiados es altísima comparada con otros países. Irónica y absurdamente el gobierno se ha dedicado a guardar minutos de silencio cuando lo que ese gremio tan valioso (y tan castigado) lo que necesita es otras cosas. Muchas otras cosas, entre ellas equipo, insumos, aparatos, MEDICINAS y personal que refresque sus faenas que ya llevan seis largos meses.
También la ambición y avaricia de muchos ha sido mostrada de la peor manera. En lo personal procuro no endeudarme y pagar lo que debo. El coronavirus y la edad me mantuvieron encerrado, con todo el tedio que esto significa, aun así, en cuanto anunciaron la apertura de las tiendas pasé a Liverpool a realizar un pago (superior al mínimo de mi pequeño adeudo) quedando un saldo de $528.00 (sin saldo vencido). Sin embargo, esta semana acudí a pagar el saldo y me cobraron $1,100.00 pesos. Es decir, en un mes y días me cobraron de intereses $570.00 pesos. Un verdadero robo. No perderé mi tiempo en reclamos legales a una tienda sin ética, pero pienso en tantas personas que hacen uso de esos negocios que a manera de tiendas de raya mantienen esclavizados a los clientes con altísimos intereses y moratorios. Algo inadmisible en una emergencia de salud que requiere de la voluntad y participación de todos.
Ni qué decir entonces de la Secretaría de Finanzas de Jalisco. Nos dicen una y otra vez a los viejos “¡quédate en casa!”, y aunque debía el refrendo de mi carro (modelo 2010), no hacía el pago esperando que bajaran los contagios e ir a la Recaudadora. La cuestión es que el sábado 22 del presente mes de agosto me encontré en la mañana en el buzón de mi casa una notificación que me hacía saber que por el refrendo (y una multa) tenía que pagar $2,048.62 pesos del refrendo (tres veces su valor). Lo peor de todo es que el notificador llenó con puras mentiras el acta y no se entendió con nadie. ¿No sabe el gobernador y el secretario de finanzas que esas perversiones son las que les hacen odiosos delante del pueblo? ¿No nos pidieron a los viejos que nos mantuviéramos en casa? ¿No podían avisar en los medios que se acababa el plazo y fijar un límite para evitar estos robos en una época en la que la mayoría no tiene ingresos o han disminuido?
Como se aprecia, en este artículo se han señalado algunas cosas, efectos nocivos de esta terrible epidemia que azota al mundo, pero que en México se ha ensañado y sus daños amenazan con prolongarse. Daños que solo unidos: GOBIERNO Y TODOS LOS SECTORES DE LA SOCIEDAD podremos disminuir. Divididos sólo agravaremos la situación ¿O usted que considera estimado lector?
¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!
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