El cinismo del presidente López Obrador carece de límites y antecedentes, al menos en el pasado reciente. Tendríamos que remontarnos al siglo XIX con otro López (de Santa Anna) para tener un comparativo adecuado. Y es que, su manera de enfrentar los problemas de su gobierno, exhibe ausencia de integridad y valor, muestra abiertamente una conducta mezquina, perversa, incapaz de enfrentar las necesidades de los mexicanos, sean del orden que sean, buscando siempre a quien culpar en lugar de resolver. Esa ha sido la constante.
Su más reciente y reprobable declaración en este sentido —aunque casi todos los días lo hace— sucedió en esta semana, en la que al ser cuestionado en una de sus reuniones de campaña matutinas (malamente llamadas conferencia de prensa, porque no lo son) acerca de la grave y terrible violencia que padecen las mujeres en nuestro país, AMLO declaró “que la violencia que padecen las mujeres en México es el ‘fruto podrido’ que dejaron 36 años de política neoliberal”.
Se requiere de ser un cínico a toda prueba para declarar semejante cosa. Y en verdad que se respeta la investidura presidencial y se desea respetar a la persona que ocupa el cargo, pero hay situaciones que vuelven imposible tal respeto ¿cómo respetar a alguien que no acepta sus yerros y los remite siempre a otros? ¿cómo respetar a una persona que al aceptar la presidencia protestó cumplir y hacer cumplir la ley, lo cual no ha ocurrido en absoluto? ¿cómo respetar a quien ha fomentado la impunidad hasta convertir el país en el paraíso de los delincuentes?
Si su declaración, vertida en el ‘Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer’, la hubiese hecho el día siguiente a su toma de protesta, aunque no era cierta ni reflejaba la realidad, se le hubiera pasado por alto. Pero han pasado ya dos largos años, tiempo en el que NO HA HECHO ABSOLUTAMENTE NADA para remediar esa desgracia que enluta a miles de familias y mantiene atemorizadas a millones de mujeres, tiempo en el que además de desmantelar o debilitar las Instituciones públicas, lo único que ha hecho es concentrar el dinero y el poder en sus manos; transformando (allí si cabe su palabreja) la democracia mexicana en una autocracia en vías de dictadura.
Así que culpar a los gobiernos anteriores de lo que ocurre con las mujeres en el país, lo único que hace es mostrar ante los mexicanos SU INCAPACIDAD para resolver este gravísimo problema, su frivolidad, incompetencia, su falta de ética, de valor, y hombría en el sentido exacto de la palabra. Culpar a otros de las responsabilidades propias le convierte y lleva al campo del cinismo y se expone de paso a la falta de respeto y credibilidad. Los delitos cometidos desde el 1º de diciembre de 2018 y hasta el último día de su gobierno, acéptelo o no, le corresponde prevenir, perseguir y resolver a ANDRÉS MANUEL LÓPEZ OBRADOR y solamente a él. ¡A nadie más!
Otro de sus grandes y graves errores, de su indigencia moral, es la politización de todo cuanto sucede, politización en la que él y su remedo de gobierno (4-T) son los únicos buenos, y los malos siempre son los contrarios, los conservadores, sus enemigos, los fifís, los neoliberales y cuanta ofensa se le ocurra en el momento.
Atreverse a declarar que “la violencia que padecen las mujeres en México es el ‘fruto podrido’ que dejaron 36 años de política neoliberal”, le exhibe de cuerpo entero en su incapacidad, en sus mentiras. Le desnuda ante los mexicanos como un hombre indolente y sin principios, que no ha afrontado este problema y de ninguna manera se puede aceptar su declaración. Ni siquiera a manera de excusa.
Habrá que recordarle que apenas resultó vencedor en las elecciones del año 2018, se dedicó a declarar de todo y aparentar que ya era presidente en funciones (faltando al respeto al gobierno en turno), anunciando que iba a hacer esto, lo otro, etcétera. La cuestión de fondo es que una cosa es decir y otra muy distinta hacer. Y López Obrador como presidente no ha hecho prácticamente nada a favor del país. Si acaso atacar las Instituciones, debilitarlas y disfrutar las riendas del país como si fuera un asunto patrimonial.
En cuanto al tema que nos ocupa, su deber desde el día 1º de diciembre de 2018 era haber implementado un programa, que pusiera un alto a los asesinatos de mujeres y las incontables agresiones, que además previniera esas conductas delictivas que tanto están dañando la vida de miles de familias en el país —y que mantienen en temor continuo a millones—; y que hiciera justicia a través de los sistemas judiciales en el país. Nada de esto sucedió.
Lo único que hizo fue poner a su colaborador Alfonso Durazo al frente de la Secretaría de Seguridad quien, como su jefe, además de no hacer nada para detener el problema, dejó ver que no tenía la menor idea de cómo hacerlo. Y para Ripley, el presidente, después de dos años de fracaso de su amigo, con más de 60 mil muertes y un país bañado en sangre y violencia, lo premia enviándole de candidato de Morena al Estado de Sonora. ¡Ver para creer!
López Obrador está obligado, las condiciones del país así lo ameritan, a tomar decisiones radicales a favor de México. De entrada, tendrá que deshacerse de tanto inútil y zalamero que le rodea e invitar a su gobierno a mexicanos capaces que le ayuden a resolver los problemas que nos están ahogando (mientras que se puede, pues si continúa en su tozudez no habrá quién acepte). Ser incondicionales y jamás contradecirlo no significa nada para el país, quizá retroceso y caos.
Esta situación nos recuerda a la Francia del rey Carlos X en 1829, quien, como escribiera un reconocido diplomático de aquella nación y en un momento que requería de los mejores para salir adelante: (el rey) “adoptó la insensata resolución… de llamar a su Consejo a los hombres más impopulares del país, que apenas tenían otro mérito que su ciega obediencia a la obstinación del infortunado rey, se hizo evidente a todos que caminábamos con paso firme hacia el abismo” (Memorias de Talleyrand, Ed. Desván de Hanta, pág. 393).
Las pocas acciones de gobierno que ha tomado el presidente son para asuntos de relumbrón e innecesarias, y las necesarias y urgentes, o da palos de ciego o permanece inmóvil. Tomando sus propias palabras, el “fruto podrido” de las mujeres asesinadas y violentadas, se le ha podrido en sus manos y hay sangre en ellas. La incapacidad y el no hacer nada causan complicidad. Es evidente que el cargo le resultó enormemente grande y ante ello sólo tiene dos opciones: o renuncia en un acto de honor y conciencia, o renueva a tiempo su gabinete con personas capaces y voz crítica, con valor para hacerle ver sus incontables yerros y las auténticas necesidades y prioridades nacionales, toda vez que su cinismo hasta hoy visto, ya resulta inadmisible.
¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!
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