Dejemos por esta semana a los políticos, no tienen compostura, al menos los actuales (Andrés Manuel I y su corte). Hoy más que nunca, sobre todo esta semana, es obligado levantar la mirada hacia lo trascendente y eterno. El pueblo que desconoce su propia fe celebra “la llegada del Niño Dios”, festejo que para unos se reduce a nostálgicas posadas y una cena especial el 24, mientras que para los niños —sobre todo para los que los gobiernos no han enviado a la pobreza— es tiempo de poner el zapato en espera de juguetes y regalos. Aunque para muchos de esos niños al abandonar sus padres la fe de los abuelos, el Niño Dios ha sido suplantado por Santa Clos.
En pueblos y regiones que conservan centenarias tradiciones es tiempo de posadas, de pastorelas sincréticas, de ponche de frutas, luces y faroles, de regocijo y espera de mejores tiempos, que sí vienen, pero no como los espera la inmensa mayoría.
Dolorosamente se ha de decir que la mayoría de los cristianos en México (de casi todas las corrientes y expresiones) no conocen el significado de la fiesta ni el trascendente y revelador mensaje que nos ofrece a todos los seres humanos. De hecho, Yeshua (Jesús), no nació el 25 de diciembre, ese día diversos pueblos de la antigüedad festejaban a sus deidades paganas y el clero cristiano varios siglos después lo fijó como tal con la intención de opacar a los falsos dioses (lo cierto es que se desconoce la fecha exacta del nacimiento, aunque por los detalles de los Evangelios lo más probable es que sucedió entre septiembre y octubre).
Lo más importante y trascendente, sin embargo, no es la fecha, sino quién nació. Ciertamente nació un niño muy especial, el más especial de todos cuánto han nacido, de manera que el anuncio del ángel a los atemorizados pastores de Belén (al tener semejante encuentro) nos permite enterarnos de quién es realmente este niño:
—“No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías (Ungido/Cristo) el Señor. Esto os será por señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre” (Luc 2:10-12).
Antes de continuar tenemos que considerar que, al nacer Yeshua en Belén, se estaba cumpliendo parte de la profecía (acerca del Mesías), pues este villorrio era la ciudad del rey David, de cuyo linaje y tribu era el niño como lo narran tanto Mateo como Lucas; que los pastores —oficio original del rey David— son llamados a ser testigos del mayor acontecimiento de todos los tiempos: ¡EL NACIMIENTO DEL MESÍAS”
Personaje y centro del mensaje bíblico, tanto para judíos como para cristianos, para la humanidad toda. Sin el Mesías, ni judaísmo ni cristianismo tienen relevancia alguna. Para bendición de todos las Escrituras nos revelan con lujo de detalle cómo habría de venir ese Mesías, para qué, los oficios que ejercería («profeta, sacerdote y rey») y cómo se desarrollarían(án) en el tiempo establecido por Dios. No antes, no después.
En su carácter de Mesías Yeshua cumplió cabalmente con el «oficio de profeta», pues todo lo que dijo e hizo —que estaba anunciado de él por Moisés, los Salmos y los profetas del Tanaj (A.T.)— se cumplió cabal y puntualmente. Ante la falta de espacio para tan grande tema, basta decir que su vaticinio de la destrucción del Templo de Jerusalén, de que no quedaría piedra sobre piedra (Mat 24:1-2) se cumplió exactamente 37 años después.
Así que nos centramos en el «oficio de sacerdote», oficio en el judaísmo, que es la religión de Yeshua (el cristianismo no es otra cosa que el judaísmo entendido y vivido desde diversas culturas gentiles) era exclusivo de los cohaniím de la Tribu de Leví; hombres escogidos por Dios para ser intercesores entre Él y el pueblo, quienes se acercaban mediante sacrificios de animales para ofrecerlos como víctimas sustitutorias (en lugar del pecador) ante un Dios que es santo y justo y que como Él mismo señala: “que de ningún modo tendrá por inocente al malvado” (Exodo 34:6).
Siendo pues TODOS LOS HOMBRES pecadores caídos como consecuencia del pecado de los primeros padres, quienes rompieron de manera brutal con los planes y el pacto Divino para con ellos, aun así y no obstante su terrible desobediencia, el Señor les anuncia un futuro Plan de rescate (salvación) para todos los seres humanos. No que todos se vayan a salvar, sino que el amor de Dios ha sido ofrecido a todos (el amor a Dios y la fe no se pueden forzar, son actos de la voluntad propia).
Considerando todas estas cosas, cuando Juan el Bautista (primo de Yeshua) le ve venir en la ribera del río Jordán donde él anunciaba las Buenas Nuevas al pueblo de Israel, advierte a la multitud presente: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).
Obviamente que Juan no se estaba refiriendo a un trozo de matzá (pan sin levadura), él anunciaba al Mesías Sacerdote, quien se ofrecería a sí mismo en el Monte Calvario como cordero durante aquella Fiesta de Pesaj (Pascua) para perdón de los pecados de toda la humanidad de todos los tiempos. El justo por los injustos, el Santo por los pecadores, el reconciliador con Dios de la Humanidad caída, o como escribe el rabino Shaul (San Pablo) “el segundo Adán”, y es que, el primer Adán fracasó; el segundo no, obedeció a Dios en todo hasta la muerte.
Verdades eternas y profundas que solo el creyente judío o cristiano que conoce a Dios y su Palabra puede entender y aceptar. La Biblia nos enseña de manera clara que Yeshua cumplió como Mesías Sacerdote en un solo acto y para siempre:
—“Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo” (Heb 7:26-27).
Resta pues el «oficio de Mesías Rey» como Israel lo espera desde hace cuatro mil años. Desde hace dos milenios ha reinado ya en los corazones de judíos y cristianos que han creído en Él y le han aceptado como su Redentor (Salvador), pero su reinado eterno y universal está pendiente, pausa divina para dar tiempo al arrepentimiento de los pecadores que crean en el Mesías de Israel. La cortina del teatro humano está cercana a caer; historia que culminará con el reinado de Yeshua en Jerusalén como está escrito ¿alguien duda que Dios lo pueda hacer?, aunque antes, viene primero el rapto o arrebatamiento de todos los creyentes, para así poner orden en un mundo de impíos y descreídos (como sucedió con las generaciones de Noé y Lot). Eso es lo que enseñan las Sagradas Escrituras ¡Feliz Navidad!
¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!
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