No ha habido ni habrá nadie como él, con su origen, vida, mensaje, obra, resurrección y reinado eterno. De hecho, la historia de la humanidad se divide justamente en antes y después de su nacimiento, el cual ocurrió en Belén de Judá como estaba escrito. Con él y en él se cumplieron todas las profecías mesiánicas respecto a su primera venida y con él y en él se cumplirán las restantes a su retorno glorioso. Así está escrito y así será.
Por lo general en periodismo no se utilizan las posturas firmes como la afirmación anterior, sin embargo, tema y fecha lo permiten. Mientras que la vida de grandes hombres y malos hombres quedó anotada en los libros de historia, la vida de Yeshua Ben David, es decir, Jesús el hijo de David (Jesús es descendiente directo del rey David, lo que le concede el derecho al trono de Israel) quedó registrada de manera detallada en la Biblia. Libro que anunció anticipadamente su nacimiento y obra en decenas de citas y en diversas épocas, pero que también registra su retorno glorioso con lujo de detalle y cumplimientos proféticos, así como su reinado eterno y universal.
La persona y mensaje de Jesús son únicos e irrepetibles, ha habido no pocos farsantes que han querido suplantarlo y engañar a muchos, pero no han podido, han sido exhibidos. La Escritura advertía desde siglos atrás que al llegar el Mesías, luego de nacer en Belén, en el seno de una virgen judía (por obra del E.S.), de tener que huir sus padres a Egipto (porque el malvado Herodes manda a matar a todos los niños de Belén), de radicar a su regreso en Galilea, pero sobre todo y una vez llegado el tiempo, anunciar a Israel su presencia y obra por realizar, tal y como estaba escrito y como sucedió.
Cuando Juan el bautista, gran profeta, amado y respetado por todo el pueblo (como lo narra Flavio Josefo) vio venir hacia él a Jesús en el Jordán, declaró para los presentes y de manera universal: «¡He aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo!»
Es obvio que un trozo de pan sin levadura no quita el pecado, es tan solo un simbolismo, un recuerdo de la obra expiatoria de quién sí quitó el pecado, no del mundo, sino de la cuenta de cada persona que creyó y ha ido creyendo en él a través de los siglos, reconciliando al hombre caído con Dios el Padre, el creador de todo cuanto vemos y existe (si entre los lectores que favorecen esta columna alguno no es creyente, gracias por hacerlo, continúe leyendo, conocerá la esencia de la fe judeocristiana; no todo en la vida es política y problemas sociales).
Yeshua-Jesús, recorrió durante poco más de tres años todo Israel, ciudades y pueblos escucharon su mensaje y fueron testigos de su poder, miraron o se vieron favorecidos por sus muchos milagros: ya que dio vista a los ciegos —de los ojos y espirituales—, sanó leprosos, paralíticos, hidrópicos y cuanta enfermedad llevaron ante él, a todos les sanó, como también liberó endemoniados, incluso, a los que a sabiendas que una vez sanados no responderían a Dios el Padre, ni a él, aun así les hizo el milagro, mostrando por un lado su amor y generosidad ante el dolor, y por otro, permitiendo que aflorara la ingratitud humana y su falta de fe. Y es que, los milagros no salvan, son tan solo muestra del amor y la misericordia divina.
Las multitudes le decían rabino (maestro) y en toda la historia no ha existido un rabino tan santo, sabio, y perfecto como él, que aunque menospreciado por los líderes religiosos de su generación (a causa de su origen y condición social, por no provenir de alguna de las prestigiadas yeshivot de la época, pero sobre todo, por celos ministeriales), nadie en el pueblo judío ha enseñado y practicado la fe con tal pureza y exactitud como él lo hizo. En el mismísimo Templo de Yerushalayim (Jerusalén) fue capaz de echar fuera a los que vendían animales para los sacrificios y voltear las mesas de los cambistas (casas de cambio portátiles), reclamando la santidad y razón del lugar: “Escrito está, mi casa, casa de oración será llamada, más vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones”.
Y así como el cristianismo—que no es otra cosa que el judaísmo; aunque entendido y practicado desde diversas perspectivas y culturas gentiles— tuvo que ser reformado a finales del siglo XVI por haberse desviado del camino establecido por Dios y su Espíritu (en la Biblia), Yeshua, si cabe la palabra, más que reformador, es el Pastor que trae de vuelta su gran rebaño extraviado del rumbo —a causa de malos pastores, de negociantes de las cosas santas o incrédulos que habían desviado al pueblo de Israel—, para retornarle al camino revelado por Dios a través de Patriarcas, Moisés y los Profetas, mostrándoles que en su persona y ante sus propios ojos, se estaban cumpliendo las milenarias profecías.
Con amor y paciencia explicó a todos lo que en realidad era la fe, con su propia vida les mostró la libertad gloriosa de los hijos de Dios, como también les mostró una y otra vez ser el Hijo de Dios. Ningún profeta hizo los milagros que él hizo, al contrario, hablaron anticipadamente de lo que haría e hizo Yeshua.
Habiendo destruido Adán la relación entre Dios y el hombre por causa de su pecado y desobediencia (él y su mujer quisieron ser ‘como Dios’), su rebelión trajo como consecuencia la muerte, permitiendo que el pecado entrara en la creación. Para bendición de la Humanidad, el Señor en su amor y misericordia no destruye a los primeros padres, al contrario, les cubre de su desnudez física y espiritual; prometiéndole a la mujer que de su simiente vendría el que un día pisaría la cabeza de la serpiente. Se refería al Mesías, es decir, a Yeshua, quien aplastó la cabeza del engañador y asesino de hombres, del enemigo de las almas.
En su vida terrenal, Yeshua rechazó el reino y el poder que los hombres le querían conceder. Un reino y un poder que ejercerá a su retorno glorioso no por un tiempo, sino eternamente. Antes, sin embargo, y luego de predicar el mensaje del judaísmo tal y como Dios el Padre lo había revelado, de vivirlo con su ejemplo,les hace saber a sus apóstoles y discípulos que iba a ofrecerse como cordero pascual para reconciliar a los pecadores (que lo somos todos) con Su Padre, y con su sacrificio redentor perdonar todas nuestras iniquidades como estaba escrito.
Su declaración además de asombrarles y desconcertarles, pues en el fondo querían el reino ya, les hace saber que iba a resucitar y que como Hijo de Dios tenía poder sobre la vida y la muerte, y que estaba poniendo voluntariamente su vida para salvarnos: —“Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, si no que de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar” (Juan 10:17-18).
Semejante misterio no podían entenderlo en ese momento, lo entendieron a los pocos días. Misterio que millones a través de los siglos no han podido entender. Unos creen absurdamente en un Jesús que les han presentado de manera deformada, débil, causante de lástimas, incapaz de hacer nada, sin saber ni entender lo que hizo por todos. Otros le han pretendido usar (como el actual presidente) para justificar una ideología política, sacándole de contexto y presentándole de manera falsa. Unos más le han quitado la sustancia espiritual a su vida y mensaje queriéndole presentar como un hombre bueno y justo pero incapaz de lograr nada.
Todos ellos se han equivocado, Yeshua (Jesús), es el Mesías de Israel, el Salvador de la humanidad. Sin su obra redentora ningún ser humano hubiese tenido acceso al reino de Dios ni se hubiera salvado. Todos los reyes, dictadores, presidentes y líderes de la humanidad han pasado a ser parte apenas de una pequeña parte de la historia y todos están muertos. Bien muertos. Sin embargo el Cristo (Ungido/Mesías) al resucitar y demostrar ser quien siempre ha sido, fue capaz de poner una raya en el tiempo eterno, en un antes y un después de Él. Aunque en un día cada vez más cercano volverá para reinar como Rey de reyes y Señor de señores.
¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!
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