Toda ciencia y toda actividad humana debe tener límites, no podemos ni debemos ir más allá de lo que la ética y el sentido común nos indican, pero sobre todo lo que Dios ha marcado como límites. En el libro del Génesis leemos que los hombres de aquella época ensoberbecidos por sus logros, deciden unir esfuerzos para “construir una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra” (11:4).
El Diluvio ya había acontecido y el recuerdo estaba presente, aun así, aquellos hombres cuya lengua era la misma, en su rebelión espiritual rechazan a Dios y pretenden llegar al cielo, lo cual no significa que su torre tendría tal altura, sino que su soberbia era tal que creían llegar a conocer las cosas como desde el cielo se veían. Y como ya se dijo al inicio todo tiene límites, aun la paciencia divina, Dios en su omnisciencia, conocedor de la obcecación de aquellos hombres de la tierra de Sinar, expresa su decisión de ponerles un alto:
—“Y dijo Yahwéh: He aquí el pueblo es uno, y todos éstos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer. Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero. Así los esparció Yahwéh desde allí sobre la faz de la tierra, y dejaron de edificar la ciudad” (Gen 11:6-9).
Lamentablemente el pecado de los constructores de Babel sigue atacando a otros. La soberbia humana tal parece que no conoce de límites. Por si el lector no está enterado, se le comparte que esta misma semana el diario The Wall Street Journal publicó un dossier de Robert Lee Hotz en el que se narra de un experimento científico en el que investigadores de Estados Unidos y China están inyectando células humanas a monos, ratones, ratas, cerdos y vacas.
A semejante locura, que como siempre la justifican con el pretexto de buscar posibles curas a males que nos aquejan, le llaman ‘quimeras’, y esperan que con estas combinaciones algún día sean utilizadas para cultivar órganos humanos, estudiar enfermedades o poner a pruebas nuevos fármacos.
Tanto chinos como estadounidenses anunciaron en este mes que por primera vez crearon embriones de células combinadas de humanos y monos. Sí, leyó usted bien, de changos y personas. Nita Farahany de la Universidad de Duke dijo que “se ha dado un extraordinario paso científico que plantea cuestiones urgentes de interés público” ¿En verdad? ¿Humanos y changos somos de la misma especie?
La historia de la ciencia nos ha mostrado que también en nombre de ella se han hecho disparates y cometido crímenes horrendos. El nazi Josef Mengele (a) “el ángel de la muerte” es la muestra representativa de quien a nombre de la ciencia asesinó y cometió miles de muertes escudándose en la ciencia (sin que así fuera en realidad). Un título universitario y una bata blanca no garantizan ética, ni capacidad, ni límites.
En el referido dossier se dice que tanto investigadores del Instituto Salk de La Joya, California, como de la Kunming en China “inyectaron células madre humanas a 132 embriones de monos macacos… Las pusimos juntas en una caja de Petri… Al siguiente día, los embriones de mono brillaban. Las células humanas se habían integrado a todos ellos de manera mucho más efectiva que en experimentos anteriores con embriones de otras especies, como cerdos, reportaron el 15 de abril en la revista Cell”.
Sin embargo, estos investigadores, no necesariamente científicos en el estricto sentido de la palabra, al ir más allá de los límites que ciencia y conciencia les marcan, a la manera del personaje de Mary W. Shelley (Frankenstein) ya les inquietan sus experimentos: “—Pero el nuevo experimento con quimeras subraya un dilema. Cuando células madre humanas son inyectadas a un embrión animal en una etapa tan temprana de desarrollo, hasta ahora no hay forma de controlar en qué tipo de células adultas se convertirán, dicen otros científicos… Se muestra que las células madre humanas tienden a migrar por todo el embrión mono, apunta Insoo Hyun de la Universidad Case Western de Cleveland… — existe la posibilidad de que, en una forma descontrolada, pudiera llevar a la combinación de células humanas que resulte en que células humanas se desarrollen en el cerebro o el corazón o de pies a cabeza por todo el cuerpo”.
Más adelante este mismo investigador al referirse a un trabajo de la Universidad de Rochester en 2013, en el que trasplantaron neuronas humanas a ratones jóvenes de laboratorio, “descubrieron que, en el lapso de un año, las células humanas habían tomado control del cerebro de los ratones. Además, pruebas estándar de memoria y cognición a los roedores arrojaron que los ratones alterados eran mas inteligentes. En estas formas, las quimeras de células madre tienen el potencial de humanizar radicalmente la biología de animales de laboratorio” (Reproducido en español en el Diario Mural, 28/Abril/2021).
¿Hacia dónde y hasta dónde quieren ir estos dementes en el nombre de la ciencia? ¿Siendo capaces de mezclar células de humanos con animales y no pudieron hallar a tiempo un tratamiento para combatir el coronavirus que tanto urgía y urge?
Cuando repasamos el trabajo de científicos ilustres que tanto bien trajeron a la humanidad como es el caso de Luis Pasteur, Roberto Koch, Roux, Behring, Ross, Grassi y demás, leemos que nunca jugaron a la genética ni expusieron a los hombres. Ofrendaron la vida de los animales para salvar la de los hombres, pero no jugaron a la genética como ahora lo están haciendo.
Tan cuestionable labor nos remonta a la novela de Shelley, en la que uno de sus personajes al referirse al Dr. Frankenstein, narra lo que este investigador le comentara luego de arrepentirse de haber creado semejante monstruo: —“…Cuando era más joven -me dijo una vez- me creía destinado a una gran empresa. Mis sentimientos no eran superficiales y poseía una capacidad de juicio que me hacía apto para emprender cualquier cosa que me propusiera. La conciencia que tenía de mi valiosa naturaleza me empujaba en los momentos en que cualquier otro ser hubiera sucumbido; estaba convencido de que desperdiciar en lamentaciones la capacidad de esfuerzo que pudiera resultar útil para la Humanidad era un crimen. Cuando medité sobre lo que acababa de conseguir, es decir, la creación de un ser capaz de sentir y razonar por sí mismo, ya no me era posible alinearme en las filas de los demás investigadores. Precisamente esta idea que me animó en los comienzos de mi trabajo, ahora solo me sirve para hundirme más y más en el fango. Todas mis especulaciones han sido reducidas a la nada, y como el ángel que aspiró insensatamente a la omnipotencia, he sido arrojado al Infierno” (Frankenstein, G. Ed. Tomo, pág. 261).
No todo lo que se hace a nombre de la ciencia es ciencia, al menos no lícita, pues como se dijo al inicio toda ciencia y toda actividad humana debe tener límites y tal parece que los han rebasado algunos. Y como ante el trono del Creador no hay asunto ni actividad oculta, es probable que su resolución ante la soberbia de los constructores de Babel sea repetida y pronunciada en algún día de estos: “Han comenzado la obra, y nada les hará desistir de lo que han pensado hacer… Descendamos y confundámosles”. ¿Usted, qué opina estimado lector?
¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!
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