Las condiciones de violencia y criminalidad que soportamos los mexicanos han rebasado con mucho cualquier límite legal y humano, aunque en el actual sexenio se han incrementado al punto de convertir la vida de millones de mexicanos en determinadas zonas en un verdadero infierno. Y mientras este cuadro dantesco deforma el rostro nacional, el gobierno de López Obrador se mantiene encerrado en su enorme y lujoso palacio, sordo a los clamores de dolor y auxilio que claman millones de mexicanos (a los cuales protestó proteger cumpliendo y haciendo cumplir la ley) y ciego a la terrible realidad, sin querer ver ni escuchar de ese mar de sangre en el que nos estamos hundiendo.
Día con día la maldad y soberbia de los grupos criminales crecen imponiendo su terror a cada vez más amplias regiones del país, ¿y qué hace el presidente? Nada, absolutamente nada. Se limita a organizar vistosos desfiles con el ejército, la marina, la fuerza aérea y la guardia nacional o a crear escenarios bélicos en el zócalo capitalino para adornarse y deleitar a sus fanáticos seguidores, que no ciudadanos, palabra que conlleva otras implicaciones de madurez cívica y política de la que carecen.
Lamentablemente y para desgracia de México y de los mexicanos, el tabasqueño nomás muestra interés por éstos, por sus incondicionales, al resto, a la inmensa mayoría les hace objeto de su menosprecio, desinterés y burlas. Posición jamás vista en el pasado, pues, aunque en el fondo no les interesaran tampoco todos los gobernados, lo cierto es que guardaban las formas y el orden constitucional haciendo sentir su mandato a favor de todos. Eso se acabó, al menos en este sexenio.
En zonas completas, en diversos Estados, las bandas delincuenciales además de masacrar a parte de la población, al resto la mantienen aterrorizada o le han hecho huir (dejando todo) sin que el gobierno de López Obrador mueva un solo dedo. Si acaso y para acallar la crítica a su indolencia manda soldados o guardia nacional para que se limiten a pasear. Pero jamás para intervenir a proteger a los mexicanos. La protección es para los criminales. Para ellos abrazos y para la población los balazos (provenientes de los criminales).
La ingobernabilidad crece a pasos agigantados en amplias zonas de México y con ello un sinfín de problemas y consecuencias, sin embargo al presidente parece no importarle en absoluto. Mientras él se encuentre bien en su hermoso y señorial Palacio y la chusma no le moleste en sus viajes en los que gusta lucirse y ser elogiado por la masa de incondicionales, a sus ojos todo está bien. No necesita más, su ego está satisfecho y con esto es suficiente.
Claro, desde su óptica todo está bien, su visión anarquista le hace sentir que las cosas marchan bien, toda vez que violencia, destrucción, iras desatadas, sangre y caos son parte de su formación, de retar al estado, de desear los bienes y poder del otro. Nada pues que le pueda incomodar.
¿A él qué le importa la familia afligida por el hijo asesinado, secuestrado, tomado por la leva criminal, o la hija asesinada, violada o vendida como esclava a los traficantes de mujeres (para prostituirlas de manera obligada), el negocio extorsionado cuyas utilidades netas y aún mayores paran en manos de los criminales? ¿A él para qué lo incomodan con esas cosas que no le importan? El ganó las elecciones para ser rey y para eso paga las encuestas, para que falsamente le coloquen en la cima (aunque la realidad y el descontento social vayan en su contra y en aumento).
Como tampoco le importa el gravísimo problema de los desplazados. Decenas o cientos de miles de mexicanos han sido expulsados de sus casas, tierras y negocios por las bandas de asesinos, que armados hasta los dientes son dueños ya de ciudades, pueblos y rancherías sin que el gobierno les estorbe. La ley sólo se hace valer contra los enemigos políticos del tabasqueño, que rencoroso y desobligado de su deber de imponer la ley, permite que amplias zonas sean ya otro territorio, otro país. Tierras que ya no pertenecen a los Estados Unidos Mexicanos sino a grupos criminales que derrotaron a un gobierno traidor a su gente y a la Constitución. A Congresos integrados por grillos y vividores que han dado la espalda a los que en el papel son sus representados.
Han dejado atrás sus patrimonios de décadas o siglos, sus negocios, sus ilusiones, su presente y futuro, todo porque un hombre que se dice presidente, pero que se ha olvidado totalmente de sus deberes y responsabilidades, les ha entregado a las hordas de criminales (cada vez mayores y atrevidos a causa de la impunidad). ¿Permitiría acaso López Obrador que los criminales entraran a su rancho “La Chingada” y mandaran a la ídem a su familia y trabajadores quedándose con su patrimonio?
Parafraseando el Hamlet de Shakespeare, “muchas cosas huelen a podrido” no en Dinamarca, sino en el gobierno de la 4-T; como el extraño caso de los migrantes, capaces de pagar 200 y hasta 300 mil pesos a los traficantes para que los crucen en nuestro país ¿Personas sin empleo ni dinero, de dónde sacan semejante fortuna?, ¿quién se atreve a prestar esa suma a alguien en esta situación? Pero nadie investiga, no obstante de que las evidencias muestran que hay quién está promoviendo y financiando este tráfico de personas, y por otro lado grupos y autoridades que están ganando fortunas con ellos.
De ahí que resulte absolutamente condenable la postura inútil e indolente de López Obrador y su gobierno. Postura a la que se ha agregado la gente de Morena y del resto de los partidos, jugando a la política como si nada pasara en el país y desentendiéndose del todo de la seguridad nacional. Como si todo estuviera bien y el estado de derecho reinara.
México ha sido invadido por los narcotraficantes y demás bandas delincuenciales, que además de tener ya bajo su dominio extensas porciones del territorio nacional, de asesinar a 110 mil personas en lo que va del gobierno de AMLO, de desaparecer a decenas de miles y esclavizar a otras tantas, de cobrar impuesto de guerra (extorsión, derecho de piso), de robarse con todo descaro los bienes nacionales (petróleo, gasolinas, diesel y gas) el gobierno no se atreve a enfrentarlos. Se mantiene sin tocarlos, a distancia cómplice. Una guerra perdida: rendidos ante los enemigos.
En el año 2007 publiqué mi libro “El hombre que nunca debió ser presidente” (refiriéndome a Vicente Fox), mismo que concluyo con la siguiente frase (a la que le cambio el nombre de V.F.Q. por AMLO) y con esto cerramos por esta semana: “…factores y antecedente que no avalan su paso por el Poder Ejecutivo, lo cierto es que López Obrador jamás debió atreverse a contender por la candidatura a la Presidencia de México. Su ignorancia, incapacidad, carencia absoluta de ética, su adicción enfermiza a mentir a todos y por todo, su falsa moral cristiana, sus limitaciones políticas y culturales y mentales, y finalmente: por los terribles resultados de su gobierno y las gravísimas consecuencias que la mayoría de los mexicanos todavía ignora, excepto, por la clase políticamente pensante y enterada del país, resumimos, que Andrés Manuel López Obrador es ¡EL HOMBRE QUE NUNCA DEBIÓ SER PRESIDENTE!”.
¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!
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