En las generaciones pasadas todos vimos la película de Pinocho, los niños de entonces quedamos apercibidos de la advertencia que Geppetto le hiciera a su hijo Pinocho para que no mintiera, pues las consecuencias serían (y son siempre) terribles. Sin embargo, no se puede asegurar que en las nuevas generaciones todos conozcan la historia de Pinocho. Hoy se divierten y educan de manera muy distinta. La conducta y condiciones sociales muestran la enorme diferencia.
La cuestión es, en el caso de Andrés Manuel López Obrador, que también es viejo (1953), de manera que la película de Pinocho le es familiar, aprendió valores en una sociedad que nos educó, y bien, a los niños. Pero como siempre ha sucedido, no todos los niños quieren aprender, los hay incluso que ya traen mañas y tendencias violentas e incluso delictivas. En él, si la vio, que es lo más probable, la película de Pinocho le dejó otras marcas.
Claro que sí, dejó otras marcas. Y es que, como reza el viejo refrán “dime de qué presumes y te diré de qué careces”, y el tabasqueño presume todos los días de ser verás, cuando lo cierto es que es el presidente más mentiroso en la historia de México. Capaz de declarar sin rubor: “Yo no digo mentiras y siempre hablo con la verdad” (Diario Reforma 25/Junio/2019).
Independientemente de que desde el primer día de su mandato (que no gobierno) se ha dedicado a mentir a los mexicanos y a pintarles un país que solo existe en su mente enferma y su corazón egoísta y perverso, lo cierto, sin embargo, es que todos los días ensarta una mentira tras otra con la habilidad de la costurera experimentada y sin que su pecado le ruborice.
A pesar de haber promovido la Cartilla Moral de un hombre bueno y recto como lo fue son Alfonso Reyes, el actual presidente pasa por alto la advertencia del intelectual regiomontano:
—“El respeto a la verdad es, al mismo tiempo, la más alta cualidad moral y la más alta cualidad intelectual“ (pág. 52).
Ante esto, no queda más que llegado el momento poner en el epitafio de que el hombre que cobró de presidente a partir de 2018 y hasta 2024, careció de cualidad moral e intelectual alguna (dixit Don Alfonso Reyes).
Queda también más que claro que López Obrador nunca leyó la “CARTILLA MORAL” del ilustre regiomontano de lo contario jamás la hubiese mencionado siquiera mucho menos promovido. Corrobore el lector por sí mismo lo que se afirma en esta columna:
—“La sociedad se funda en el bien. Es más fácil vivir de acuerdo con sus leyes que fuera de sus leyes…. El bien nos obliga a obrar con rectitud, a decir la verdad, a conducirnos con buena intención. Pero también nos obliga a ser aseados y decorosos, corteses y benévolos, laboriosos y cumplidos en el trabajo, respetuosos con el prójimo, solícitos en la ayuda que podemos dar. El bien nos obliga asimismo a ser discretos, cultos y educados…” (Cartilla Moral, pág. 66).
De conocer el contenido del texto de Don Alfonso, el tabasqueño le hubiera bañado de insultos cotidianos, desde ultra conservador hasta fifí. Pero ese es el problema de aparentar ser escritor y buen lector, tarde o temprano caen en sus propias redes tendidas en sus falacias cotidianas, y el presidente es un hombre mentiroso compulsivo. Enfermo de falsedades.
Por ejemplo, esta semana que concluye, AMLO declaró: “Que no hay desacato por reiniciar la construcción del Tren Maya”, cuando la realidad jurídica es que una autoridad judicial federal había suspendido el tramo 5 de dicha obra y el presidente, lejos de someterse al imperio de la ley, reanudó la ley por su mero capricho invocando la “seguridad nacional”, la cual no tiene nada que ver con este caso. Más todavía, mintiendo cínicamente al ser cuestionado por la prensa asegurando ‘que tiene facultades para hacerlo’ (El Universal, 20/Jul/2022). Facultades de las que carece.
Otro ejemplo: es invitado a la Casa Blanca y se atreve a interceder por Julián Assange a nombre de la ‘libertad de expresión y el periodismo’, cuando en México los periodistas son asesinados, perseguidos y a diario atacados por él mismo desde su show mañanero. Un show en el que solo caben paleros y aduladores, ya que toda voz que critique sus cotidianos yerros e inacciones será ofendida y descalificada desde el púlpito de las falacias cotidianas.
Un púlpito en el que la realidad es transformada por la mentira al más puro estilo Orweliano (1984); obra en la que ‘El Ministerio de la Verdad’ se encargaba de modificar los hechos todos los días a través de las mentiras. Escuela de la que López Obrador se ha convertido quizá en el alumno más avanzado. Todos los días cuando se le reclaman los hechos o las inacciones de su inútil gobierno (masacres, asesinatos, secuestros, cobro de piso, economía derrumbada, campo desatendido, etcétera) con una cara al mejor estilo del Tartufo de Moliere, lanza sobre los funcionarios de un ayer ya lejano (o muy lejano) la responsabilidad de los hechos que sólo le corresponden a él y solamente a él.
Y ya que citamos su visita a la Casa Blanca, teniendo en bandeja de plata semejante oportunidad, el hablador cotidiano se hizo chiquito, se desvaneció moral y políticamente, ofreciendo invertir millones de dólares para congratularse con el presidente Biden y aceptando “inversiones” en energías limpias. Sin embargo, ya de regreso, cambió de nuevo su postura y dio por válidas sus mentiras anteriores oponiéndose a las inversiones extranjeras en energía y combustibles, lo que provocó de inmediato la molestia y amenaza de sus socios de Estados Unidos y Canadá. Todo parece indicar que para López Obrador los tratados internacionales no son nada ni revisten seriedad alguna.
Su mundo anarquista y de siempre alejado del trabajo productivo, han torcido su mente. El problema es que al ganar unas elecciones presidenciales sus tonterías y mentiras traen consecuencias para todos los mexicanos. El miércoles pasado y como respuesta al reclamo de Estados Unidos a sus incumplimientos al T-MEC, llegó al colmo de la vulgaridad y desvergüenza, poniendo en Palacio (y esbozando una sonrisa de burla) una canción de cumbia titulada “Uy que miedo, mira como estoy temblando”.
En el cuento de Pinocho, al mentir repetidamente le comienzan a crecer las orejas y la trompa convirtiéndose en un asno. Moraleja que, si la recordara, o alguien se la recordara al presidente, ya tendría más de tres años de haber visto que sus orejas han crecido desmedidamente, y que ni aun así, ya puede escuchar la voces que le conminan a la verdad. Que sus palabras ya no se escuchan venidas de un corazón humano sano, sino de algo parecido al hijo de Geppetto cuando cayó en el hábito cotidiano de la mentira.
¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!
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