Opinión
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México ha padecido una serie de personajes a lo largo de sus dos siglos, que su sola presencia merece revisarlos y analizar su perfil. Preguntarnos la razón por la cual pudieron hacerse del poder. Pero como la lista es larga nos limitaremos a dos: Porfirio Díaz y Andrés Manuel López Obrador.

     Los dos sureños, origen que de alguna los une entre sí, como también los distingue de los mexicanos del centro y del norte, que, aunque en legalidad y apariencia somos iguales, lo cierto sin embargo es que entre unos y otros hay grandes diferencias de formación y cosmovisión. Gran parte de los sureños —no todos por supuesto, siempre habrá excepciones son belicosos y alérgicos al orden, mientras que los del norte y centro, aunque no menos valientes (pero solo cuando se requiere de verdad) prefieren la conciliación y la vida en paz.

    En cuanto al primero de los mencionados, el famoso Porfirio Díaz, el mote de «El llorón de Icamole» se lo gana en una batalla ocurrida el 20 de mayo de 1876 en Icamole (Nuevo León), en la que es derrotado por el general Carlos Fuero, y como el oaxaqueño no sabía perder igual que el tabasqueño, llora a causa de la derrota (Mariano Escobedo le propinó varias). Años antes, en alguna ocasión, Porfirio Díaz llora en Palacio Nacional durante un discurso cosa que hacía con frecuencia, y como sus lágrimas conmovieran a un liberal ahí presente, el Presidente Benito Juárez le advierte que no haga caso a las lágrimas, que eran de cocodrilo: “¡No se equivoque, Porfirio nos manda fusilar a usted y a mi sin ningún remordimiento!”

   Habrá de decirse, además y para entender mejor la personalidad del dictador, que tenía un hambre desmedida de poder, al igual que una egolatría muy propia de estos individuos capaces de hacer cualquier cosa y cambiar de bando por tal de salirse con la suya. A tal extremo es esto, que en cierta ocasión Porfirio se disfraza de sacerdote para evadir a las fuerzas liberales, hasta llegar a la madriguera del archi criminal Manuel Lozada “El tigre de Alica”. Ley de grupo, pues ¿Cuántas veces ha visitado López Obrador Badiraguato?

    En otra ocasión Porfirio se disfraza de Doctor, mostrando la versatilidad de este tipo de individuos para librar el pellejo y salirse siempre con la suya. No por el bien de la Nación, no, siempre por el de ellos y nada más el de ellos. Así que, dominado por ese deseo perverso de poder, creyéndose una especie de ‘salvador’ de la Patria para justificar su ambición morbosa y malsana, deja a su paso una larga estela de muerte, luto y dolor, lo cual le asemeja y hermana con López Obrador.

     Aunque habrá de aclararse que mientras Porfirio tuvo arranques de gran valentía, Andrés Manuel se ha caracterizado por ser un cobarde. Un hombre dañero y mezquino, que si bien ha causado mucho daño a las personas, al erario y al país, que por su culpa y decisiones han corrido ríos de sangre y billones, sí, billones de pesos (que se han perdido por su culpa, por su grande culpa), él, en lo personal y sólo, no se atreve a enfrentar a nadie. Siempre lo ha hecho atenido y apoyado por la fuerza de otros, de la turba ¿Cuándo se ha visto que un cobarde enfrente sólo a alguien?

     En cuanto a lo de “llorón” Andrés Manuel López Obrador lo ha sido siempre, su rol principal en la vida ha sido el de víctima de los otros, de los malos, de los corruptos, de la mafia, del presidente, del gobernador, y un larguísimo etcétera. Su eterno llanto de falsa víctima, pues a final de cuentas la mayoría de sus causas han sido simples chantajes a las autoridades de cada época (su modus fregandi), le permitió, por cosas del destino, llevarle lamentablemente hasta la presidencia ¿Qué tan cansados estaremos los mexicanos de tanta corrupción que este también corrupto, mentiroso y, aparte, llorón llegó a la presidencia?

      A tal grado es el lloriqueo mediático de esta especie de llorona sureña, que si los mineros de Ciudad Acuña le acusan de no cumplir su promesa de sacar los cuerpos de sus compañeros, llora y se hace al sufridito echándole la culpa a Calderón o a Peña. Siempre son los otros, jamás él.

     Si los familiares de los 163,000 asesinados durante su sexenio, y de los otros 60,000 asesinados pero que los tiene clasificados como desaparecidos, le reclaman la impunidad para los asesinos; llora como plañidera lanzando la culpa a la mafia de poder, a Felipe Calderón y Peña Nieto (aunque en los gobiernos de ambos los asesinados fueron menos y los reclamos son por los ocurridos durante su gobierno).

     En días recientes cuando le reclamaron su falta de sensibilidad y deshumanización por los asesinatos de los cinco jóvenes en Lagos de Moreno, al extremo de contar un chiste y hacerse al sordo. Al darse cuenta al siguiente día del enojo nacional, «El llorón de Macuspana» recurrió a su viejo libreto de víctima de los demás, buscando cubrir con sus eternas mentiras su absoluta desnudez moral. Ni qué decir de su nulidad absoluta como titular del poder ejecutivo.

     López Obrador siempre es la víctima. Siempre ha sido el matoncito del barrio, el golpeador del salón, el abusador de todos, pero cuando el valiente le sale con los argumentos de la verdad y le desnuda delante de todos, el llorón sureño se tira en el suelo para hacer su eterno berrinche y hacerse a la víctima. Rutina que de tan conocida y perversa tiene hartos a cuando menos 70 millones de mexicanos.

     Así que, del «Llorón de Icamole», un siglo después padecemos al «Llorón de Macuspana», ambos sureños, ambos ambiciosos de poder hasta lo irracional, el primero logró convertirse en dictador, al segundo no se lo debemos permitir. Su incapacidad para gobernar y su capacidad de destruir, nos obligan a echarlo de Palacio Nacional en el 2024 y, por supuesto, que rindan cuentas ante la ley él y su banda por todo el daño causado a México y los mexicanos.

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

Email: mahergo1950@gmail.com

 

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