Las Sagradas Escrituras jamás fallan, la verdad divina saca a la luz siempre la verdad. Quizá a los ojos de alguno falla y se tarda, pasando por alto dos cosas: nuestras limitaciones, y que Dios en su omnisciencia conoce el tiempo exacto de todas las cosas. Así que la milenaria sentencia: “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?” (Jeremías 13:23) queda como “anillo al dedo” de López Obrador ¿O no?
Desde antes de las elecciones del año 2018 se dijo en esta columna que Andrés Manuel López Obrador era un individuo nocivo y sin el perfil necesario para la presidencia de México. Una y otra vez se dijo en este espacio que este hombre era violento, anarquista, alérgico al trabajo y campeón en la maldad, con un perfil para dictador, por lo que se alertaba para cerrarle las puertas del poder público.
No se logró. Su manera mentirosa y engañadora de vida, envolvió poco a poco a diversos sectores de la población hartos de no ser escuchados y hartos también de tanta corrupción, condición que les impidió revisar a fondo a este hablador y analizar con detenimiento su testimonio de vida. Que dicho sea de paso siempre ha sido de pereza, destrucción, encono, violencia y resentimiento social. Mucho resentimiento, el cual una vez en el poder se ha transformado en destrucción de todo lo que le estorba a este dictador nato.
Entre las muchas cosas que le han estorbado a este anarquista aborrecedor de la Constitución, la República, el orden, la legalidad, el trabajo creador y la riqueza para todos los mexicanos, le ha estorbado todo aquello que limite sus malvados deseos. Es de todos sabido, aunque no necesariamente aceptado, que en los cinco larguísimos años que le hemos padecido en la presidencia, ha destruido infinidad de instituciones públicas (de salud, educación, ciencia, seguridad, etcétera), atacando todos los días a quien se atreva a criticarlo o expresar un punto de vista distinto, como también apoderarse casi en su totalidad del Congreso e intentar hacerse del Poder Judicial (pero sin lograrlo, gracias a Dios por la integridad de la presidenta de la Suprema Corte y de la mayoría de los ministros que la acompañan y han defendido con firmeza la vida republicana y el imperio de la ley).
Con esa misma visión destructora, propia de los dictadores como él, esta semana en un acto de cinismo se quitó la máscara de falso demócrata, que, por supuesto le estorbaba y quedaba demasiado grande; anunciando públicamente su deseo de desaparecer los principales organismos autónomos del estado.
Aunque habrá de decirse que en su maldad sin límites y al ser exhibidos sus hijos por mega corruptos (traficantes de las influencias y poder de su padre), nos quiso ver la cara de tontos a los mexicanos (para no decirlo de una manera castiza) desviando la discusión pública a su intención de desaparecer dichos organismos autónomos.
Su argumentación, como casi todo lo que sale de su mente torcida y perversa, además de estúpida, solo es para engañar bobos diciendo que “solo responden a intereses de particulares por encima del bienestar del pueblo… que resultan caros y muchas veces solo son utilizados para atacarlo tanto a él como a su gobierno de transformación”.
La realidad es que cualquier ciudadano medianamente enterado de la función social de estos organismos, lo menos que puede hacer, es indignarse ante el atrevimiento y mentiras descaradas de López Obrador.
En primer lugar, fueron creados para proteger justamente a los ciudadanos del abuso del estado. En segundo, son para mantener y procurar el bienestar del pueblo. En tercero, su costo es ínfimo, sobre todo cuando se compara con cualquier de los mega derroches del tabasqueño (AIFA, Tren Maya, Refinería Dos Bocas, Tren interoceánico, Pemex) los que además de haber resultado auténticos hoyos negros —a causa de los cuáles se desatendió la salud pública, la educación, seguridad, obra pública, etcétera— ahora resulta que se tragan el camello y cuelan el mosquito.
Finalmente, el dictador exhibe su intolerancia a ser descubierto en sus tranzas y corruptelas. «El rey del cash», como titulara Elena Chávez su magnífico documento (en el que describe ampliamente el perfil y acciones de este tartufo costeño), recoge entre otras muchas acciones de este hombre corrupto y falso hasta la médula, la advertencia que hiciera (y mantiene firme) a sus lacayos corruptos como él: «si te cachan te echas la culpa». Y como resulta que organismos como el INAI ponen al alcance de cualquier ciudadano información de las acciones del presidente y todo funcionario o dependencia pública, pues que se enoja el autócrata.
Queda claro que su intentona de desaparecer estos entes que además de ser instrumento de defensa para el pueblo mexicano, permiten acotar el poder y abusos del estado frente a sus gobernados, desea eliminar todo aquello que le estorbe a su mente perturbada para reinar directamente o a través de alguno de sus lacayos(as). Lo que olvida y pasa por alto este tirano, es que México es un país de leyes e instituciones. Dos siglos de luchas intestinas, muerte y dolor de varias generaciones nos permitieron llegar al siglo presente como mejores equilibrios políticos y una democracia joven y sólida. De manera que la expresión mórbida de sus malvados deseos debe ser sometida de inmediato al imperio de la ley y al escrutinio de la opinión pública.
Al quitarse la máscara, el tabasqueño ha resultado el mismo vándalo de siempre. El incendiador de pozos petroleros, el promotor de marchas y manifestaciones, el que toma el Zócalo capitalino o se adueña de Paseo de la Reforma, el chantajista que extorsionó a Zedillo y un largo etcétera. Precisamente por conocer su mañas y perfil ajeno al cargo, es que decenas de millones de mexicanos nos oponíamos a que este hombre anarquista y perturbado llegara a la presidencia. Hoy no podemos ya quedarnos ni callados ni conformes con sus atrocidades e intentonas poco simuladas de apoderarse del estado mexicano a la mala y por encima de la Constitución y demás leyes que nos tutelan.
¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!
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