Fueron una de sus banderas de campaña. Fue también López Obrador quien impuso de presidente municipal de Iguala a José Luis Abarca, quien, con su esposa, formaban un dúo al estilo “Bonny & Clyde”, los que por supuesto estuvieron involucrados en la matanza de los también delincuentes ayotzinapos (¡hoy niños héroes gracias a la política actual de abrazos para los delincuentes!).
Fue también el mentiroso López Obrador quien, al verse involucrado de manera indirecta, aprovechó la confusión (y la desinformación pública) para cambiar la realidad y los hechos, inventando otros datos y otra realidad, lanzando la culpa al estado mexicano, que, dicho sea de paso, no supo como defenderse. Sabían mentir. Pero no con la maestría y cinismo de AMLO. ¡Como él, nadie!
Momento extraño y único en la vida nacional, en el que los criminales son protegidos y ensalzados y la gente de bien asesinada, saqueada, extorsionada, despojada de sus tierras y bienes, violadas, explotadas y asesinadas las mujeres; mientras que el gobierno, ni se interesa, ni tampoco les hace justicia.
La realidad es que esta es una historia al revés (la de los ayotzinapos). Una historia de verdad en la que los malvados se convierten en héroes y otros malvados en sus defensores. En la que los asesinos son soltados de la cárcel y convertidos en testigos; el fiscal que indagó judicialmente los hechos hasta convertirlos en una minuciosa averiguación previa (hoy un anciano), es metido a la cárcel por mostrar la verdad jurídica (hasta donde se pudo), toda vez que prevaleció la ‘verdad’ alterna inventada por el mentiroso de Palacio.
Desde el año 2014 en que sucedieron los hechos en los que los 43 matriculados de Ayotzinapa (estudiante es el que estudia) son asesinados por andar de vándalos y delincuentes —por otra banda peor que ellos—, el que cobra todavía como presidente, comienza a tejer su fantasía, inventando un cuento por demás estúpido y absurdo que con el paso de los meses y los años daría otro giro, ajeno totalmente a los hechos ocurridos en Iguala la noche del 26 de septiembre de 2014.
Haciendo una breve pausa: faltó el Juan Cariño de Elena Garro que saliera por las calles de ese pueblo guerrerense, a recoger con su sombrero de Copa todas las mentiras y malas palabras vertidas por el entonces eterno candidato y las huestes de vándalos sureños que no aportan nada al trabajo y esfuerzo nacional, pero que sí gritan y exigen como si lo hicieran. Que secuestran autobuses, roban camiones de reparto de todo tipo, los saquean, destruyen, incendian oficinas públicas y demás delitos, y, para colmo, se hacen a los indignados y víctimas (igual que su protector). Cuando los indignados son los mexicanos que trabajan, pagan impuestos y con su esfuerzo se construyen las oficinas públicas, escuelas, se compran las patrullas, crean fuentes de trabajo, etcétera.
Habiendo abordado este tema decenas de veces, lo que impide repetir lo ya dicho, nos limitaremos a decir nuevamente que los AYOTZINAPOS ANDABAN DE VÁNDALOS Y DELINCUENTES, no les cayó el techo de ningún templo y los mató, como tampoco los mataron por andar haciendo caridad en algún hospital.
Buscando la necesaria síntesis. López Obrador creó y creció ese monstruo (el de los 43) y ahora ya no sabe, como el aprendiz de brujo, como remediar su atrevimiento.
A tal punto los ensoberbeció que ya se convirtieron en una banda que reclama derechos de manera pública y en el mismísimo Palacio Nacional. En ese recinto que nos pertenece a todos los mexicanos, pero que ya nadie puede entrar, excepto los jefecillos cercanos al dictador (ni la entonces candidata Xóchitl Gálvez pudo hacerlo) los padres de los ayotzinapos y golpeadores que les acompañan, no sólo han sido recibidos varias veces, sino que en días pasados se atrevieron a tumbar una puerta (para demostrar que su Normal es anormal, que en realidad debería nombrarse Patricio Lumumba).
Son una especie de ninis políticos, una generación política de cristal, la que sólo sabe pedir y exigir, pero que no quiere enfrentarse a la vida, por lo que con gritos y berrinche le exige a papá gobierno que le de todo lo que le pide.
En su desproporcionada, escandalosa y condenable postura, ni el gobierno, ni los padres de los ayotzinapos y la cauda de parásitos que les acompañan y apoyan, se dan cuenta de lo que están haciendo a la vista de todos los mexicanos. De los ciudadanos de verdad. De los que trabajan, que se enfrentan a diario a tantísimos retos, desde trabajar para sobrevivir, sostener con sus impuestos una enorme masa burocrática, como también sufrir horrores ante el asedio de las impunes bandas de asesinos y criminales.
Ciudadanos que tienen años preguntándose en qué trabajan los padres de los 43, de qué viven, quién mantiene su vida parasitaria, quien les paga los viajes (muchos hasta Europa y Estados Unidos), quién ha sostenido su larga campaña política ¿o es de duelo?
De duelo no se les cree, ni a ellos, ni al gobierno. En el actual sexenio han sido asesinados 243,000 mexicanos (193 mil identificados con sus propios cuerpos, mientras que otros 50 mil asesinados también, pero enterrados en fosas clandestinas, disueltos en ácido o desmembrados y partidos en bolsas para que no los puedan reconocer —ni entren en la estadística—) y ni López Obrador, ni su gobierno, ni su sucesora Claudia Sheimbaum, han mostrado empatía ni dolor alguno por las familias dolientes. Ni qué decir de hacerles justicia.
De manera que no se puede entender, ni mucho menos aceptar, que a los padres de los 43 vándalos asesinados por andar delinquiendo (por otros peor que ellos) se pretenda ayudar a sus padres y hacerles justicia, mientras que a los padres de 243,000 mexicanos no hay nadie en el gobierno que les mencione siquiera, mucho menos recibir y hacerles justicia. ¿Los 43 valen más que los 243,000? ¿Ese es el tipo de justicia que promueve el tabasqueño?
¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!
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