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La mayoría de las personas desconocen realmente el mensaje divino (bíblico), muchos lo asocian a la religión de masas, peor aún, al sincretismo, la ignorancia y el retraso educativo. Confunden las expresiones populares de la fe judeocristiana con lo que es y significa realmente. Son cosas totalmente distintas. Por lo general no concuerda lo que se dice ‘creer’, con el mensaje revelado en las Escrituras.

Aprovechando estos días en que los países occidentales festejan la NAVIDAD, demos espacio para que el propio mensaje nos haga algunas pertinentes aclaraciones. De entrada, se habrá de decir que Yeshua (Jesús en español) no nació el 25 de diciembre de hace veinte siglos. Aunque, sí, su nacimiento permitió que los días de la humanidad se dividieran en un antes y un después, mientras que el parto de Myriam (María) debió ser por allá en septiembre o primeros de octubre, pues los pastores de Belén todavía se encontraban en el campo (el invierno en Israel es crudo y en diciembre pastores y rebaño se resguardan).

Su nacimiento, digámoslo con precisión y propiedad, fue el cumplimento de varias profecías del Tanaj (Antiguo Testamento): vaticinios que habían anunciado con siglos de antelación el lugar donde debería suceder (Belén de Judá), los por qué y para qué. Y es que, si la humanidad había roto de manera catastrófica su relación con Dios en Gan-Edén (Paraíso); fue en ese mismo momento trágico y terrible que el Creador decide por amor rescatar a sus criaturas, advirtiéndole a la serpiente, que por medio de una mujer ―a la que acababa de engañar― traería al Salvador de la humanidad: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza y tú le herirás en el calcañar”.

A partir de entonces los hombres (me abstendré de las barbaridades foxianas, pues la gramática nos incluye a todos y no se requiere de aclarar géneros) se rebelaron contra Dios en mayor o menor medida ―mejor dicho: nos rebelamos (este autor se incluye)―. Entendidos estamos, pues, que hay unas épocas peores que otras, la actual lo corrobora con creces. Basta observar la conducta, violencia y destrucción de líderes como: Putin, Trump y López Obrador, para no dejar espacio a las dudas.

     Y EL VERBO (LA PALABRA) SE HIZO CARNE. ¿Por qué el uso de la palabra (verbo)?, porque con ella se hicieron los cielos y la tierra, las palabras de Dios tienen poder, tanto para crear, como para enjuiciar, lo cual no consideran la mayor parte de los gobernantes, líderes religiosos y masas incrédulas. Abusan de una libertad que tiene límites (a la que llaman “libre albedrío)

En el evangelio de Juan está escrito: “Y el Verbo (Palabra) se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria; gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”. La mayor parte de las personas utilizan las palabras de manera descuidada e incluso irresponsable, sin reflexionar en lo que se dice, ignorando lo que Dios sentencia al respecto: “Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado”

    ¿Se imagina usted, lector, el juicio que le espera a individuos como López Obrador, que todos los días soltaba intencionalmente alrededor de 100 mentiras o falsedades, que se atrevía a pretender pasar por ‘cristiano’ e incluso utilizar las palabras del Mesías para sus propios fines políticos? Su temeridad es proverbial, propia de los impíos de su clase (Hitler, Mussolini, Kadafi, Sadam Hussein, etcétera), destructor irresponsable de los pilares republicanos, democráticos, de la unidad nacional y promotor permanente de la división y la violencia.

En su soberbia desbordada disfrutan de sus fechorías y maldades, olvidando, aunque lo saben, las advertencias del mensaje divino, en las que se señala con claridad que tendrán que rendir cuentas delante de un Dios todopoderoso: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones… y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras”.

Podrán oprimir, saquear y burlarse de sus gobernados y gozar de impunidad temporal, ya que, más temprano que tarde, se enfrentarán a la justicia Divina y ahí no existe la impunidad. Los apoyos de los compinches de partido, de negocios, o alianzas políticas no servirán ya de nada.

La mayoría de estos piensan con ingenuidad que la fe judeocristiana es ajena a ellos, a los políticos. Sin embargo, lo que muchos de estos pillos, canallas y malvados no consideran —que utilizan el poder político para robar, matar y destruir—, es que tal poder les ha sido concedido por Dios (o ellos se han apropiado del mismo por vías ilegítimas), pero, en ambos casos, tendrán que rendir cuentas ante su presencia y Dios como juez, no tiene espacio para la impunidad. Así lo advierte repetidamente la Biblia: “(Porque) de ningún modo tendrá por inocente al malvado”.

Por el lado religioso, a los líderes desviados o simonistas les advierte: “Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando…”

El mensaje revelado no es de ritos y rezos, los ritos derivados de la ley mosaica se encaminaron a un punto preciso en el que el Mesías que vendría cumpliría, a través de su propia vida, la redención y rescate de la humanidad, lo cual sucedió en el año 33 en Jerusalén (en la cruz del Monte Calvario). Si Yeshua no ha dado voluntariamente su vida para rescate de los suyos, nadie, repito, nadie absolutamente se salvaría. De manera que los ritos fueron una forma pedagógica para llevar a judíos (y posteriormente a cristianos) a entender significados más profundos y trascendentes que las meras exterioridades, y los rezos monótonos y repetitivos, para iniciarnos finalmente en la oración.

El mensaje Divino es, pues, TRASCENDENTE Y ETERNO, lleva a la persona, de la muerte espiritual a la vida eterna. El Mesías lo dijo con precisión: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan eterna”. Así que limitados por tiempo y espacio, basta decir, que el Verbo (La Palabra), se encarnó entre nosotros hace poco más de veinte siglos, dando su preciosa vida para darnos vida, y ésta eterna en el sentido pleno de la palabra, pues como advirtiera el apóstol Pablo, “si limitamos nuestra fe a este mundo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres”. Deseo a los lectores de esta columna una ¡FELIZ NAVIDAD! En compañía de sus familias.

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

Email: mahergo1950@gmail.com

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