LA UBRE NO DA PARA MÁS
La mayoría de las cosas en la vida tienen su razón de ser. Al triunfo de la Revolución Mexicana y lograda por fin la pacificación nacional, el estado se dio a la tarea de crear o adecuar las instituciones públicas, obviamente bajo la visión de la Revolución, que con todo y sus incontables críticos, se puede decir que logró una transformación que derivara en un mejor nivel de vida. En el entendido que la cosmovisión en el nivel de vida de 1930 a 1970 no tiene nada que ver con las épocas posteriores (y el presente), en la que los parámetros de bienestar se miden más por exterioridades y tecnología que por la situación real de las personas.
Hasta el régimen del Presidente Gustavo Díaz Ordaz, la inmensa mayoría de la gente pobre en el país, tenía su casa y tierras, en las que era común la posesión de animales (puercos, chivos, vacas, caballos, burros, gallinas y demás). Vestían de manera rústica, calzón blanco dijeran muchos, o de manera sencilla y sin pretensiones (la ropa parchada o zurcida era lo común) pero ni deseaban cambiar, ni tampoco hubieran gastado su patrimonio en ropa de ‘catrines’ de ciudad. Preferían conservar su patrimonio y ahorros que gastarlo en lo que entonces se consideraban DERROCHES.
Vino el cine, pero sobre todo la televisión, y a fuerza cotidiana de imágenes y de otros modelos de vida, millones de mexicanos abandonaron el campo y los pueblos para venir a las ciudades, deshaciendo o malbaratando su patrimonio en busca de una ilusión, que, así como para los mexicanos el “sueño americano” se convierte en una “pesadilla”, lo mismo les sucedió a tantos de los nuestros en su propio país.
De vivir con libertad en el campo, y aunque su estilo de vida era austero en todos los órdenes, al venirse a las ciudades su patrimonio se convirtió en una simple casa en una zona proletaria, en la que las pandillas y drogas comenzaron a dañar a sus hijos. No era lo que se imaginaron, lo que les vendió la televisión.
En medio de ese cambio social tan radical, el gobierno en sus tres niveles comenzó también a producir cambios, pero sobre todo a partir de 1995 con la llegada del PAN a Jalisco (y a nivel nacional en el año 2000). Una vez concluido el último gobierno revolucionario (30 noviembre de 1970), comenzaron a arribar al poder toda clase de ambiciosos para los que ya no hubo los hombres con ideología y principios de la Revolución que los frenaran y controlaran.
De hecho, el gobierno del demagogo y populista Luis Echeverría, se nutrió de jóvenes ambiciosos a los que se les llamó «la generación gerber», entre los cuales venía el polémico y acomodaticio Porfirio Muñoz Ledo. A este falso izquierdista (LEA) le sucedió otro demagogo como él, claro, su amigo de juventud López Portillo, y a éste, los gobiernos tecnócratas y neo liberales que han sumido al país en la inestabilidad y la desigualdad.
Decir que en México hay pobreza es una estupidez. Hay riqueza como nunca antes. El problema es que está muy mal repartida y los repartidores, es decir, el estado mexicano, se han dedicado a la repartición entre ellos y olvidado de sus deberes, sumiendo al país en un mar de sangre y violencia no vistos desde mediados del siglo diecinueve.
Pero como los gobernantes no podían saquear solos, entre la mal llamada “sociedad civil” (todas lo son) buscaron cómplices, así que comenzaron a aparecer las sociedades fantasmas, las constructoras que reciben contratos de cientos y miles de millones y tienen como domicilio social una cochera, los asesores de decenas y cientos de miles de pesos al mes (en todas las dependencias públicas, congresos, y en los tres niveles de gobierno).
Como señalamos párrafos atrás, los mochos del partido Acción Nacional al arribar al poder a Jalisco, el entonces ‘novato’ Alberto Cárdenas (luego se convertiría en jugador de ligas mayores y adicto a la ubre presupuestal) hizo que todo mundo en su gobierno se subiera los sueldos, argumentando para su saqueo de los dineros públicos «¡que para no robar!» (como si la honradez estuviera sujeta a una tarifa y no a los principios de la persona).
El problema es que la doble moral de los panistas les gustó a todos los partidos y se inició la rebatinga por los dineros para ver quien se llevaba más; premio que sin duda ganaron los ministros de la Suprema Corte de Injusticia de la Nación, pues cada uno de ellos cobra cerca de $600,000.00, sí, leyó usted bien, cerca de seiscientos mil pesos mensuales (ya con los extras). Si bien en las diversas Secretarias Federales, Gobernadores, Senadores y demás integrantes de esta nueva monarquía disfrazada de “democracia” se han esforzado para no dejarse ganar de los ministros (que siempre permanecieron calladitos, pero que desde el gobierno de Fox se soltaron) ¡Total, para ser ministro ya no se necesitaba hacer carrera judicial, simplemente con ser político y amigo de los grandes, el acceso a este poder y abundantes recursos se había abierto!
Todas las Secretarías federales, estatales y municipales, así como los congresos y demás dependencias, se encuentran atiborradas de hombres y mujeres que cobran sin trabajar, algunos quizá asisten, pero, sobre todo, de determinado nivel hacia arriba:de individuos que ven en el gobierno la mina de oro que nunca pensaron encontrar, pero que gracias a la falsa democracia en la que tienen engañado al pueblo (todos los partidos, incluyendo a Morena) al que tratan como simples súbditos, sino es que peor.
Y por si no les resultara suficiente su ineptitud y ambición desbordada, de algunos años a la fecha, los gobiernos salientes no se llevan a su gente y los nuevos traen tráileres completos con sus incondicionales, provocando un alud de Laudos laborales que año con año cuestan miles de millones a la administración pública. Dineros que, en lugar de invertirse en hospitales, escuelas, carreteras, seguridad, etcétera, van a parar a los bolsillos de esta casta de vividores, a los cuales luego de ‘indemnizar’ de nuevo los contratan (en lugar de meterlos a la cárcel).
Perdidos todos en su ambición, olvidan que un gobierno es como una casa, NO SE PUEDE GASTAR MÁS DE LOS INGRESOS. Perdidos también en sus ambiciones, cientos de miles de funcionarios y burócratas de cierto nivel, hacen sus proyectos personales para acrecentar sus fortunas, olvidándose del todo de sus deberes ante y con el pueblo. Y de los bolsillos del pueblo sale todo, repito TODO, y la UBRE DEL PRESUPUESTO YA NO DA PARA MÁS.
¿Habrá alguien en el gobierno mexicano que hable a esta casta de ambiciosos y les despierte de su furor malsano? Los de la “Arena de San Lázaro” no creo, ya se vio que no se bajaron nada, puro bla, bla, bla. Urge que se vean en el espejo, todos, y vean que ya son una simple y vulgar monarquía, despidiéndonos con el reclamo de un revolucionario de verdad: “…Es hora ya que las naciones se gobiernen de un modo racional y no como animales, a placer de sus jinetes” (Thomas Paine, Los derechos del hombre, 1792).
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
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