ATAQUE CONTRA LA DIGNIDAD Y LA CULTURA
El actual ataque contra la Orquesta Higinio Ruvalcaba de la Universidad de Guadalajara parece no tener sentido alguno, como si se tratara del simple capricho de un funcionario menor y no de las políticas públicas de una casa de estudios caracterizada por su gusto y apoyo a las artes y la cultura.
En un momento político tan delicado, incluso para la propia U de G, con frentes abiertos con los gobiernos federal y estatal, el cometer una acción deleznable y condenable desde el ángulo que se le quiera ver, exhibe despropósito, indolencia e incapacidad política, impropia ciertamente de un ente público cuidadoso de las formas y del fondo.
Pretender desechar a músicos de excelencia, entre ellos a los Maestros fundadores de la Orquesta, Vladimir Milchtein y Konstantin Ziumbilov así como una pléyade de virtuosos preparados o pulidos bajo su enseñanza y batuta, no es asunto menor. Es asunto nacido en la ignorancia cultural bajo el empuje manifiesto de la soberbia producida por el poder, algún poder.
Menospreciar la experiencia y la capacidad de los viejos y adultos preparados por ellos durante años en el arte de combinar los sonidos con el tiempo denota varias cosas: de entrada, la falta de respeto para las personas mayores, falta que los jóvenes ya no miran como tal, seguida de la falta de respeto a autoridades musicales por algún burócrata con cierto poder que desconoce el precio pagado para llegar al virtuosismo, así como el despotismo, la payés que desconoce en absoluto el alto valor de la cultura y el beneficio intangible que proporciona a la sociedad, valores que por lo general solo se alcanzan con los años, con muchos años en el oficio.
Quien haya dado semejante orden (de pretender desaparecer la actual Orquesta para formar una de jóvenes), en otro tiempo y situación, hubiese privado a la humanidad de varios genios de la música, entre otros, a Georg Händel, quien a los 52 años sufre un ataque de apoplejía y es considerado un hombre muerto (no se diga para la música) al paralizarse la parte derecha de su cuerpo.
El Dr. Jenkins, su médico, lazó esta sentencia: “Quizá logremos conservar al hombre. Al músico lo hemos perdido; el ataque interesó hasta el cerebro”.
Sin embargo, eran tiempos en que las sociedades creían en Dios y le tomaban en serio, tan en serio, que Händel, y como escribe San Pablo, tomando fuerzas de la debilidad, desecha la sentencia de los médicos y pide ser llevado al Balneario termal de Aquisgrán, en su natal Alemania, donde por varias semanas y con el cuerpo paralizado clama a Dios por su salud.
La primera semana en las aguas termales y ante el terror de los médicos a causa del arrojo de su paciente, ya puede arrastrarse, a la segunda, ya mueve el brazo y así continuó. El último día en esa ciudad, ya pudiendo controlar su cuerpo, entra a la iglesia local para dar gracias a Dios. Inesperadamente y para sorpresa de todos, se sienta en el banquillo del órgano y toca las teclas con la mano izquierda, luego, en un acto de fe, ensaya con la derecha (que había estado cerrada y entumecida) hasta comenzar a adorar a Dios con su música de tal forma que uno de sus mejores biógrafos narra el milagroso momento:
—“Abajo escuchaban las monjas y beatas. Jamás habían oído tocar a un mortal de esa manera. Y Händel, con la cabeza humildemente inclinaba, tocaba y tocaba. Había recobrado el lenguaje con que hablaba a Dios y a los hombres y a la eternidad. Podía de nuevo hacer música, de nuevo podía trabajar” (Stefan Zweig: Momentos Estelares de la Humanidad, Ed. Optima, pág. 15).
Como ya se aprecia, y la historia universal lo tiene registrado, la fe de aquel gigante de estatura y de la música, no solo fue escuchado por Dios, sino que además de concederle el milagro de sanarlo, a manera de gracia extra le concede escribir y ejecutar su obra maestra «El Mesías».
La música, como el resto de las artes, requiere de apoyo, de respeto, paciencia y comprensión para obtener sus valiosos frutos. Las decisiones políticas deben ser ajenas a este mundo regido por otras constantes muy distintas. Las hojas de los políticos son en blanco y se puede escribir cualquier cosa. Las hojas de los músicos son pautadas y su lenguaje es distinto y sólo los que lo hablan y entienden pueden ejecutarlo con sus instrumentos, pues solo ellos dan alegrías a los sentidos del hombre. Ante esta realidad, los políticos deben aprender y respetar un mundo que les es ajeno. Si se quiere una Orquesta Juvenil, adelante, que designe la Universidad un director y líder que comience a trabajar con esa visión con otro grupo.
Pero de ninguna manera se justifica que para pretender una cosa se destruya una Orquesta que ha costado tantos años y esfuerzo para concretarla. La dignidad, capacidad y talento de tantas personas, entre ellas las de los experimentados maestros Vladimir Milchtein y Konstantin Ziumbilov tiene que ser valorada y respetada. No son como las computadoras viejas que van a la basura. Son hombres y mujeres con talentos excepcionales que hay que cuidar, proteger, disfrutar y, por supuesto, respetar como personas.
Es de esperar que nuestra Casa de Estudios, tan visionaria en los temas culturales, tome cartas en el asunto e impida que se consume semejante daño. El talento musical de las personas (y de las artes en general) no se contabiliza en las nóminas como los bienes muebles, son intangibles de un alto valor que hacen que la vida en una sociedad tenga disfrutes y eleve el espíritu colectivo por encima de la salvajéz de la multitud dominada por el primitivismo, por la inconsciencia y adormecimiento producidos por la violencia y el materialismo desbordado que nos acechan. Nuestra querida U de G no puede permitir semejante ataque contra la dignidad y la cultura. La sabiduría y la mesura tendrán que intervenir a tiempo para impedir un daño que lastimaría a tantas personas de bien y que traería una mancha innecesaria al rostro de una Casa cuya universalidad se expresa en su logo ¡Piensa y Trabaja!
¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!
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