TIEMPOS VIOLENTOS
Sólo aquellos que intentan negar la realidad pueden decir que estamos bien, que nada pasa (como aseguran el presidente de México y el gobernador de Sinaloa); aunque los hechos cotidianos exhiban las mentiras de estos malos e inútiles gobernantes, que a la manera del Cándido de Voltaire pretenden hacernos creer que todo marcha bien, que todo es color de rosa, cuando la realidad es roja, muy roja, pues se trata de ríos de sangre derramada.
Las estadísticas oficiales señalan que hasta hace tres semanas 181,547 personas han sido asesinadas, cifra a la que si sumamos otros 50,000 asesinados (de los más de 110,000 desaparecidos), los que nunca se cuentan cuando haya sus restos (para que no aumenten la cifra y su incapacidad les exhiba más todavía), nos dan un total de 231,547 asesinados durante este gobierno fallido. Un verdadero cuadro de horror.
Pero… vayamos más al fondo. La violencia en México (y en casi todo el mundo) crece día con día casi en todos los órdenes: Lo vemos y padecemos en las calles, hogares, escuelas, comercios, en el campo, en los lugares públicos, en las redes sociales, etcétera. El asesinato de una niña de 8 años en Taxco, Gro., es una muestra del clima de violencia que se padece a manera de pesadilla, de cuadro apocalíptico, que dicho sea de paso lo es, aunque para ser precisos: pre-apocalíptico.
Las democracias a nivel global se han debilitado y países antaño adalides de este sistema —como es el caso de Inglaterra y Estados Unidos— han padecido a populistas inútiles y mentirosos como Boris Johnson y Donald Trump (el segundo capaz incluso de intentar un auto golpe de estado en el Capitolio), quienes en su mal formación intelectual y emocional, al igual que en su incapacidad para gobernar, han despreciado el estado de derecho, las instituciones públicas y los equilibrios de poder republicanos, debilitando al estado y dividendo a sus propios pueblos con enconos casi irreconciliables.
Y si esto ha sucedido en países con larga tradición democrática, qué nos podíamos esperar en países con una joven democracia como es el caso de México. Tenemos que entender que al debilitarse el estado la legalidad se aleja de la sociedad y la ley del más fuerte se impone. En el actual sexenio la ley es letra muerta y sólo se aplica para los enemigos del régimen.
De hecho, hay cada vez más zonas dominadas absolutamente por las bandas delincuenciales (narcos o no), éstas hordas de salvajes imponen sus ley hasta convertir las vidas de los mexicanos en abierta esclavitud, sin que el gobierno intervenga en nada. Los delincuentes simplemente llegan y se apropian de casas, terrenos, ranchos, negocios, casas y hasta vidas.
Los asesinos le dicen al campesino a qué precio debe de vender los aguacates, los limones, jitomates, cebollas, etc., mientras que a los comerciantes les dicen a cómo el kilo de pollo, de carne, de tortillas, y a todos, sin excepción, les establecen el impuesto criminal que han de pagar ya sea semanal, quincenal o mensual (haya ventas o no), convirtiendo la vida de millones de mexicanos en un verdadero infierno en vida. Peor todavía: en caso de no poder pagar, o negarse a hacerlo, son asesinados sin piedad alguna.
Camiones, taxis, todos y todo está sujeto a los caprichos y ambiciones desmedidas e irracionales de estos asesinos drogados que han convertido a México en una especie de campo de exterminio medianamente camuflajeado por la propaganda oficial —ordenada por López Obrador y ejecutada por su “Goebbels” llamado Jesús Ramírez Cuevas— pero que a final de cuentas se ha convertido en eso: en un campo de exterminio donde hasta ahora todos los crímenes y delitos quedan impunes. Quién cobra en el gobierno y reparte el dinero presupuestal es el presidente y la banda de la 4-T. Pero quien manda realmente y tiene el control sobre la vida de la mayoría de los ciudadanos son los criminales.
Tan es así que al impuesto criminal (cobro de piso) le han agregado los asaltos y dominio total de las carreteras, el secuestro de mujeres para prostituir o abusar de ellas y luego matarlas, de robo y asesinato de infantes para la venta de sus órganos, de autos robados, de mercancías, robo de casas y edificios mediante notarios corrompidos, robo de identidad y fraudes con tarjetas de crédito y un larguísimo etcétera.
Y si esto no fuera suficiente, grandes sectores de la sociedad también se han corrompido y caído en esta vorágine de violencia que mantiene sumido al país, haciendo sufrir a las familias con sólidos valores y respeto al estado de derecho (a quienes el presidente ataca a diario calificándoles absurda y equivocadamente de “conservadores”). Por citar un caso, fui líder estudiantil en la preparatoria (años ’60) y no había un sólo compañero homosexual ni una compañera lesbiana. Quizá los que fumaban mariguana no llegaban a cinco y eran marginados, se les tenía desconfianza, pues su pensar y actuar les hacía ver como locos o trastornados.
Conste, no estoy juzgando a persona alguna, estoy aportando conductas de otra época para que se pueda hacer un comparativo más equilibrado. Y pongo, no cualquier generación, soy parte de la generación del ’68 (entré a la Facultad de Derecho en ese año, U. de G.). En días recientes un joven universitario me contaba escandalizado del grado de perversiones sexuales que se ven, en la que a muchos les da lo mismo una mujer que otro hombre. Igual sucedió en la Alemania de los años ’30, época en la que los valores judeocristianos fueron expulsados de la sociedad y abiertas las compuertas del libertinaje de par en par, lo que permitió a la vez que el estado de derecho y la democracia se debilitaran y llegara al poder ese demonio llamado Adolfo Hitler.
De los mexicanos depende que estos tiempos violentos continúen hasta destruirnos, o, en una reflexión colectiva con deseos de acabar con esto y retomar el rumbo, salgamos el 2 de junio a votar y elegir a la persona mejor capacitada, con un buen testimonio de vida y las mejores propuestas.
¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!
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