¡NO ROBARÁS!
Así advierte el octavo mandamiento en el catecismo tradicional de la Iglesia católica y que aparecía en el séptimo sitio (modificado por el Papa Juan Pablo II al incluir de nueva cuenta el segundo, que dicho sea de paso, había sido eliminado por siglos para justificar la desviación de la idolatría). Dicho mandamiento está ligado totalmente con el décimo en las Sagradas Escrituras, pues como se aprecia en el texto, es lo que mueve el corazón del humano para robar:
―”No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo” (Exodo 20:17. Deuteronomio 5:21).
Tratando de contextualizar dicho mandamiento a nuestra realidad posmodernista, el texto podría leerse así:“No codiciarás el cargo público que el pueblo te negó en las urnas, no codiciarás la televisión plana, ni el estéreo, ni los play station, ni los vinos, ni los juguetes, ni la ropa, ni la comida, etcétera, no te meterás en la casa del vecino comerciante y usar sus carritos para transportar más cómodo tus hurtos. No darás rienda suelta a la maldad de tu corazón, ni desearás lo que es de otros, pues en tu maldad además de robar lo que no es tuyo, acabarás con fuentes de trabajo, espantarás las inversiones, contribuirás al clima de violencia que existe y por supuesto, y aunque lo dudes por ahora, pagarás por ello, escaparás de la justicia de los hombres, de la Divina jamás”.
Lo saqueos (robos) que hemos visto en días recientes con el pretexto del aumento de las gasolinas, han mostrado sin retoques la verdadera personalidad de ciertos sectores de la sociedad. Sí, no eran haitianos o africanos hambrientos a causa de algún huracán que haya azotado su tierra y dejado a la intemperie y sin comer. Todos lo vimos en la televisión: hombres, mujeres, jóvenes, muchos jóvenes e incluso niños, bien vestidos y comidos, dieron rienda suelta a lo que había (y hay) en sus corazones. La ambición por lo ajeno, un enfebrecimiento por hacerse de las cosas del otro en verdad terrible se apoderó de la turba. Como demonios desatados corrían con lo robado y quizá para volver por más rapiña (Las fotos publicadas por el Diario Muralson escalofriantes e impensables en épocas recientes, 6/Ene/2017).
Es obvio que en esta ola desatada de ambición colectiva hubo varios actores: los originados desde y por el mundo político. Aquellos que durante meses estuvieron anunciando en radio y televisión(paradójicamente pagados con los dineros del pueblo) de una REBELIÓN EN LA GRANJA.
La rebelión se vio, todos la vimos. Sin embargo los gritos de los marranos y cochinos se escuchaban entre los que salían con las televisiones y los carros de supermercados llenas de mercancías robadas. El sentido de George Orwell en su novela era otro, queda claro que les traicionó el subconsciente, la cuchara saca lo que hay en la olla.
En todo este aquelarre las llamadas redes sociales jugaron un papel definitivo, anunciando a sociedad y gobierno la necesidad de poner límites. Los sobrenombres y nombres virtuales deben acabar para siempre. No se puede perseguir a un delincuente fantasma y el clima de ansiedad que provocaron en la mayoría de los mexicanos que se dedican a trabajar y que aunque estén en contra del alza de gasolinas, jamás tomarían algo ajeno, debe pararse de golpe. Las tibiezas políticas en este momento son inútiles y peligrosas.
Es obvio que todo estaba planeado, días antes en las redes sociales comenzaron a inundarlas acusando al Presidente Peña Nieto de “asesino”. Se podrá acusar al titular del Ejecutivo de varias cosas, menos de asesino. Su temor para aplicar la ley a los que delinquen y han querido tumbarle de la presidencia no tiene antecedente en la vida nacional.
Los líderes de las 380 tiendas saqueadas (ANTAD) están reclamando con sobrada razón, la intervención del estado mexicano, que en estos condenables episodios violentos como en muchos otros (valga recordar los delitos incontables de los ayotzinapos, de los maistros de la CNTE y demás) ha brillado por su ausencia. Ha sido omiso totalmente en aplicar la ley en contra de los que delinquen, contribuyendo con su flacidez al clima de impunidad y violencia que impera de costa a costa y frontera a frontera.
El estado de derecho tiene que estar por encima de los “derechos humanos”, que sin deberes se convierte en un engendro social monstruoso, asunto que solo parece interesarle al gobierno en todas sus instancias. Durante los saqueos ni las fuerzas municipales, ni estatales, ni federales asomaron la cabeza, convirtiéndose en cómplices con su parálisis. La ley se hizo para cumplirse y los gobernantes protestan hacerlo al inicio de sus mandatos.
Hay otros actores en esta tragedia social. Desde el periodista protagónico que irresponsablemente confunde la libertad de expresión calentando cabezas y acusando al gobierno federal de cosas que no hizo, hasta el ciudadano común que viendo la maldad participó con entusiasmo, al estilo del Gil Blas de Lesage. O como señala la Biblia: “si veías al ladrón corrías con él” (Sal 50:18).
Sin olvidar por supuesto a las bandas de delincuentes profesionales que aprovecharon esta coyuntura de la gasolina para dar rienda suelta a sus instintos criminales con toda impunidad.
Cercanos al final de este comentario, viene a mi mente un recuerdo de Francoise de Chateaubriand, el gran historiador, escritor, político y cristiano francés de finales de la monarquía, la revolución, el imperio napoleónico y algo más, quien al ver a la turba saqueando y derramando sangre se horroriza y les confronta:
―”Llega un grupo de descamisados… al acercarse, distinguimos dos cabezas desgreñadas y desfiguradas, que los predecesores de Marat llevaban en la punta de sendas picas… Los asesinos se pararon delante de mí y alargaron las picas hacia mí entre cánticos, mientras daban grandes brincos y saltaban… «¡Bandidos! ―exclamé yo, lleno de una indignación incontenible―, ¿así es como entendéis vosotros la libertad?»…Mis hermanas se indispusieron; los cobardes de la hospedería me llenaron de reproches. A los degolladores, a quien se perseguía, no les dio tiempo para invadir la casa y se alejaron. Estas cabezas, y otras que puede ver al poco, cambiaron mi disposición hacia la política; sentí horror por los festines de caníbales”(Memorias, Tomo I, pág. 220.).
Un festín que poco a poco va creciendo en México sin que el gobierno cumpla con su deber de hacer valer la ley que protestó cumplir y hacer cumplir. Festín que en estos días se convirtió en orgía de saqueos, olvidando que la Ley Divina advierte ¡NO ROBARÁS!, pero que las leyes mexicanas también loa advierten, violando ambas con total impunidad.
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
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