A JUÁREZ, ¡NI DE BROMA!
Una cosa es que López Obrador admire al Presidente Benito Juárez, admiración que se comparte, y otra muy distinta es que se pretenda comparar con él. Se dice que las comparaciones son odiosas, sin embargo en este caso no es así, ya que es el propio presidente quien ha tomado como modelo a Juárez. El problema es que el tabasqueño no se parece en nada al oaxaqueño, vaya, ni en el físico. La grandeza de Juárez radica no sólo en su valor para vencer y remontar una serie de obstáculos que por razones culturales y prejuicios sociales le impedían el acceso al bienestar y derechos comunes, sino a su deseo de hacerse ciudadano mexicano en el amplio sentido de la palabra (y dejar para siempre las cadenas de “usos y costumbres” que solo sirven para permanecer en el atraso y convertirse en eternos corderos de falsos líderes que procuran su “cuidado”).
Además, y con sincero respeto al presidente actual, al Presidente Juárez le gustaba el trabajo y se esforzó siempre en hacerlo bien y con eficacia. Que se sepa, no hay conocimiento de empleo alguno que haya realizado AMLO y se desconoce de dónde sacaba recursos luego de dejar la presidencia municipal del D.F. (pomposamente llamado “jefe de gobierno”).
La visión de Juárez era la del estadista, la del mexicano comprometido, el que mirando a la distancia y en espera de un mejor país para las nuevas generaciones, es capaz de enfrentar al invasor europeo encabezado por Maximiliano, hermano de Francisco José, el poderoso emperador de Austria.
Ahora bien, Don Benito en todo momento estuvo apoyado por el gobierno de Estados Unidos, de hecho, en su exilio en Nueva Orleans tiene contacto con el cristianismo protestante y su fe se amplía al tener una mayor base bíblica y teológica, considerando desde este momento iniciar a su retorno una REFORMA espiritual y educativa en México, alfabetizando por medio de la Biblia y dejando de paso los valores eternos a un pueblo que había sido instruido en el sincretismo.
En cambio López Obrador, apenas se hizo del poder, mostró que sus amigos evangélicos fueron simplemente usados para ganar su voto. Y es que, además de perder el registro el Partido Encuentro Social, permitió que un grupo de brujos le hicieran una limpia en el Zócalo capitalino el día de la toma de poder; exhibiendo de manera absoluta su repudio al cristianismo protestante (con el que Juárez se sentía unido e identificado). De hecho Juárez jamás hubiese permitido cualquier acto o expresión esotérica o de brujería ¡Jamás!
Pero sobre todo, y considerando de manera muy especial, la guerra de AMLO contra los ladrones de gasolinas con las instrumentadas por Juárez contra los bandoleros del siglo XIX, habrá de señalarse que las estrategias tomadas son abismalmente distintas, ya que mientras López Obrador no ha detenido a ladrón alguno ni utilizado en momento alguno la fuerza del estado (les ha nombrado “traviesos” a los asesinos y delincuentes), el Presidente Juárez en cambio combatió con toda la fuerza del estado mexicano a las bandas criminales que azolaban buena parte del país.
Bandas que proliferaron merced a que mientras las fuerzas mexicanas combatían a las fuerzas invasoras francesas, los delincuentes hacían de las suyas contra el pueblo, sumiendo a los mexicanos en una doble pesadilla. Así que apenas comienza a vencer a los imperialistas, el Presidente utiliza toda la fuerza del estado para combatir y aniquilar con todo el peso de la ley a las bandas de facinerosos que azolaban el país.
La literatura de la época dejó grandes obras que nos recuerdan el valor y firmeza del oaxaqueño para combatir a los malhechores, incluso de admitir la ayuda de algunos civiles valientes hartos de tantos abusos y crímenes. En su magnífica obra EL ZARCO, Ignacio M. Altamirano deja plasmada en la trama de su novela histórica la guerra contra una de tantas bandas, la de “los plateados”, en la que encontramos el siguiente texto:
―“La desorganización en que se hallaba el país… era causa de que se viese tanto escándalo… un bandolero contaba con mil resortes, que ponía en juego tan luego como corría peligro (hoy se llaman ‘derechos humanos’). Y es que, como eran poderosos, y tenían en su mano la vida y los intereses de todos los que poseían algo, se les temía, se les captaba y se conseguía, a cualquier precio su benevolencia o su amistad… ―Martín Sánchez, personaje histórico que combatió contra esas bandas, estando frente al Presidente Juárez le rinde un informe de lo que sucedía― al concluir Sánchez, Juárez exclamó: “¡Eso es un escándalo, y es preciso acabar con él! ¿Qué desea usted para ayudar al gobierno?… ―Lo primero que yo necesito, señor, es que me dé el gobierno facultades para colgar a todos los bandidos que yo coja, y prometo a usted, bajo mi palabra de honor, que no mataré sino a los que lo merecen… Mi conciencia, señor, es un juez muy justo. No se parece a esos jueces que libran a los malos por dinero o por miedo. Yo ni quiero dinero ni tengo miedo. Lo segundo que yo necesito, señor, es que usted no de oídos a ciertas personas que andan por aquí abogando por los plateados y presentándolos como sujetos de mérito (―algo así como los que abogan por los maistros de la CNTE y los ayotzinapos―)… ¿Qué más desea usted? ―Armas, nada más, armas, porque no tengo sino unas cuántas” (cap. XXIV).
Por su parte, Irineo Paz, el abuelo de nuestro genio de las letras (Octavio Paz), deja en su novela considerada un clásico, Manuel Lozada “El Tigre de Alica”, testimonio del terror que producen las bandas criminales cuando gozan de impunidad o se alían con gobernantes, en este caso, la del terrible Manuel Lozada ―que mantenía bajo terror Jalisco, Nayarit y Sinaloa―; asesino despiadado cuyo declive comienza con la derrota que le propina el decidido y valiente Ramón Corona:
―”La guarnición de Guadalajara apenas se componía de unos 1500 hombres mal municionados, al mando de Corona, y con ellos salió al encuentro de Lozada… Todas las familias estaban temblando, principalmente cuando se presentó en los suburbios de la ciudad una gran fuerza de caballería de don Plácido Vega a la cabeza (socio del bandido), quien hizo la intimidación al gobierno para que se rindiera. Este se preparaba a defenderse, cuando se tuvo la noticia de que el grueso de las fuerzas de Lozada había sido batido y dispersado a dos leguas de Guadalajara en un punto llamado ‘La Mojonera’, el 28 de enero de 1873” (capítulo XVII).
Podríamos continuar con el testimonio de Don Manuel Payno, pero el periodismo no nos concede la libertad de espacio que tiene la literatura. Así que basta señalar que hasta donde se ha visto, López Obrador no se parece absolutamente en nada al Presidente Juárez, quien, téngalo por seguro, que antes de cerrar ductos de gasolina, primero haya perseguido, detenido y consignado a los bandoleros y asesinos, que eso son ¡bandoleros y asesinos!, no traviesos.
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
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