Opinión
Columnas

Cuando menos dos terceras partes de los mexicanos desconocen la realidad nacional, carecen del interés o acceso (dependiendo de la persona) a la información suficiente y veraz que les permita enterarse de lo que sucede en México, de sus muchos y gravísimos problemas a los que el actual régimen ha mostrado total incapacidad para afrontar y resolver.

Uno de ellos es la salud, problema que, si bien es añejo, lo cierto sin embargo es que presenta muchos frentes que hay que atender, todos con urgencia y precisión. Al efecto se habrá de decir que la mayoría de los más urgentes y necesarios ya estaban atendidos, su solución llevó muchos años en afinarse hasta lograr una condición aceptable; como es el caso del sistema nacional de vacunación. Sistema hoy en crisis y que de no atenderse de inmediato, la salud de las nuevas generaciones está en riesgo y la población expuesta a enfermedades ya erradicadas.

Para desgracia de todos, llegó al poder —y no es un problema de supuestas ideologías o partido, es de personas y capacidades— un grupo de improvisados cuyo líder, Andrés Manuel López Obrador, ha demostrado ser uno más de tantos populistas, que en su caso particular, no tiene la menor idea de cómo llevar las riendas del país, que si agregamos su inclinación enfermiza a mentir y engañar a los ciudadanos, su soberbia inamovible para admitir su incapacidad, yerros y la necesaria ayuda, así como estar rodeado de incompetentes e incapaces, el cuadro resulta desolador. ¿A quién se le ocurre que las legiones de marchistas profesionales, de llegar al poder se convertirían por arte y magia de los votos en profesionales aptos y capaces?

Lo malo, y para todos, es que ganaron las elecciones en 2018 y con ello la puerta del poder les concedió acceso. Y malo porque no saben cómo resolver los múltiples problemas que nos aquejan a los mexicanos. No es lo mismo gritar consignas y ofensas en las marchas y manifestaciones, que sentarse a analizar y resolver los problemas públicos. Hay un abismo de distancia y diferencia. No solo hay que ser, sino saber ser.

En ese torbellino de incapacidades que parece y desea arrasar con todas las instituciones públicas (auto llamado 4-T), el sector salud ha sido uno de los más afectados.

Primero, y con el pretexto de la corrupción, fue atacado en su sistema de compra de medicinas y equipos, desmantelando un proceso de adquisición que duró decenas de años en implementarse y afinarse. Cierto, debió haber casos de corrupción (en las compras), pero debió atacarse los casos detectados, NO DESMANTELAR UN SISTEMA INDISPENSABLE PARA LA SALUD DE LOS MEXICANOS. Salud que obviamente no le importa al presidente, ni a su mal llamado gabinete y equipo en esa área. Su incapacidad, desinterés, y carencia absoluta de empatía por los enfermos del país (para no decir carencia de amor y misericordia) es manifiesta. Lo que se ve no se pregunta.

      La incapacidad y negligencia con la que atendieron la epidemia/ pandemia de coronavirus les exhibió de cuerpo entero. Cuando se contabilicen bien los muertos a causa de la pandemia se verá que las muertes superaron a las 700 mil, lo que además de mostrar su incapacidad e irresponsabilidad, les convierte en reos de culpa. El delito de lesa humanidad y otros deberán en su momento ser ejecutados en esta troupe de frívolos e improvisados que jugaron con la vida y salud de todos los mexicanos. Y no solo con la vida, las lesiones y daños ocasionados a los afectados son múltiples y de diversos órdenes; todos hasta ahora impunes y sin reparación.

En su ignorancia, soberbia y frivolidad, López Obrador se dedica a diario a jugar a las elecciones. A eso se limita su conocimiento. El problema, y muy grave, es que es el presidente al carecer de la capacidad para tan alta responsabilidad está hundiendo el país de manera rápida. Las mentiras de las mañaneras cada vez son desmentidas más pronto por la realidad. Una realidad que muestra al sector salud en caos y apunto del colapso.

    Casi a diario vemos en las noticias, que en lugar de mostrar imágenes de nuevos hospitales y clínicas, al contrario, vemos con dolor y horror imágenes de hospitales y clínicas públicos colapsados por falta de mantenimiento, de medicamentos o equipos, o de ambas cosas. Ni qué decir de personal médico que no quiere ir a las regiones donde gobiernan los amigos del presidente. Amigos a los que manda abrazos mientras ellos llenan de balazos a los ciudadanos que no pueden atender en clínicas y hospitales a causa de la falta de médicos ¿y cómo irán, si cualquier mariguano o enyerbado por la droga les puede asesinar? ¿ignora acaso el humilde inquilino del suntuoso y enorme Palacio Nacional que los drogadictos mantienen alterada su mente de la realidad?

    Y como AMLO todo lo hace mal, ya sea por capricho, complicidad o ignorancia, trajo a dizque ‘médicos’ cubanos, en lugar de poner orden en las zonas donde las bandas de asesinos tienen el control (incluidos hospitales y clínicas), creció el problema en lugar de resolverlo.

Un hospital nuevo en Querétaro, con un costo al bolsillo de los mexicanos por casi 1,000 millones de pesos, en días recientes en una tormenta, en medio de las relucientes camas de los pacientes y costosos aparatos, brotaban las aguas negras por pasillos, lavabos y demás tuberías ¿En una obra de semejante costo y envergadura no previeron estas cosas? ¿Encargaron su ejecución a algún amigo del gobierno, o a constructores con experiencia y conocimientos relativos a tan delicada obra? El tabasqueño dice “que no son iguales” y esto queda demasiado claro.

Evitando extendernos, se señala que el SISTEMA NACIONAL DE VACUNACIÓN está prácticamente abandonado por el gobierno. Baste señalar que en el año 2006 el 85 por ciento de las vacunas a los menores de edad estaba cubierto, y en este año 2022, apenas el 35 por ciento (en el 2021 solo el 27.5% de los niños menores de un año recibieron la vacuna triple). No se trata entonces de un mero comentario periodístico. Se trata de un gravísimo problema de salud nacional que debe ser atendido de inmediato. Que si hay que despedir al secretario de salud y otros funcionarios implicados se haga y se busque de inmediato a médicos con el perfil y experiencia comprobados, pues no son temas ni para probar ni para improvisar (además de que urge dar mantenimiento a Hospitales y Clínicas; basta de tirar los dineros de los mexicanos en obras inútiles y onerosas). Con la salud de los mexicanos no se juega.

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

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Lo peor de todo es que creen estar gobernando cuando lo único que hacen es el ridículo: una farsa costosísima de resultados demasiado sangrientos. Empezando con el ‘presidente’ López Obrador y continuando con la mayoría de gobernadores y presidentes municipales, México ha quedado a merced de bandas de incapaces e inútiles, de ambiciosos que confundieron el servicio público con servirse del público. El daño que han hecho y están haciendo no tiene parangón. Otras épocas tuvieron escusas que atenuaban a otros malos gobernantes. Los actuales no tienen ninguna. Lo tuvieron todo en su mano y poder para desempeñar su importante y decisiva labor y no lo hicieron. La soberbia, irresponsabilidad e incapacidad para reconocer sus graves y cotidianos yerros, de negarse a pedir ayuda a los que saben y pueden remediar los males nacionales, les exhiben de cuerpo entero.

Cómo aceptar a un presidente que en lugar de gobernar y afrontar su enorme responsabilidad, de buscar solución a los gravísimos problemas nacionales, todos los días pierde el tiempo en un show mañanero que solo sirve para quemar incienso a su enfermizo y pecaminoso ego, para comentar trivialidades que nada tienen que ver con un país en crisis. Con un pueblo aterrado por la violencia de la fauna criminal sin que al tabasqueño le importe un comino la suerte y destino de los mexicanos. Suerte que tampoco le importa a muchos gobernadores (como es el caso de los de Baja California, Sonora, Sinaloa, Tamaulipas, Zacatecas, Michoacán, Colima, Jalisco, Guanajuato, San Luis Potosí, Guerrero, Chiapas, Veracruz, Puebla, Morelos, Hidalgo, y Quintana Roo, principalmente). Ejemplo que han seguido centenares de inútiles presidentes municipales —bajo el argumento de la ‘competencia’— que no sirven para otra cosa que no sea llevarse el presupuesto y endeudar los municipios.

Para poner las cosas en perspectiva, según las autoridades de Ucrania, la invasión rusa ha causado 47,024 muertes hasta el 12 de julio (militares ucranianos 10,000, militares rusos 32,000 y civiles 5,024). Considerando que la cifra es mayor cuando la presenta un bando u otro, si se agregan 15 mil muertes más, con todo, la cifra llegaría a 62,024. En cambio, en México, sin estar en guerra, los asesinatos en el sexenio de López Obrador suman ya 130,837 (cifras del INEGI) ¿y todavía creen que gobiernan? En cualquier país que tuviera conciencia y respeto por sí mismo, López Obrador no solo hubiera sido ya depuesto, ya estaría bajo juicio.

Creen ‘gobernar’ cuando cientos de miles de mexicanos viven llorando a sus muertos, asesinados por criminales a los que el ‘presidente’ les ofrece abrazos mientras que los balazos los han recibido sus hijos, hermanos o esposos. Creen gobernar cuando otros cientos de miles de mexicanos lloran a sus desaparecidos, muchos de los cuales ya están muertos porque los delincuentes se los llevaron en sus levas, y al negarse a ser delincuentes fueron asesinados y enterrados en fosas clandestinas o tirados en zonas deshabitadas; desaparecidos que sus familias lloran y buscan a causa de que los que dicen ‘gobernar’ no mueven un dedo para hallarlos (o impedir que se los lleven), cobrando como si lo hicieran y disfrutando de las mieles del poder sin rendir fruto social alguno; ajenos absolutamente a su responsabilidad.

     Creen ‘gobernar’ mientras que otros cientos de miles de mexicanos han sido despojados de sus tierras, huertas, propiedades y negocios por las bandas criminales y el gobierno no ha hecho nada. A unos los han asesinado, a otros además de despojarlos y humillarlos, los han dejado en el abandono social. Las lágrimas de millones de ciudadanos vejados, despojados y humillados no han sido vistas y mucho menos atendidas por estos vividores del erario que en su inútil vida han entendido lo que significa gobernar, es decir, servir a los demás, a los gobernados.

La pandemia de coronavirus (covid-19) ha ocasionado más de 600 mil muertes, pues como todos los mexicanos sabemos, llegó en un momento en el que el gobierno de AMLO desmantelaba el sector salud, desapareciendo el Seguro Popular y destruyendo el sistema de adquisición de medicinas y equipos médicos, dejando a los niños con cáncer y pacientes con enfermedades crónicas o degenerativas sin atención. Daños que en conjunto exhiben a un gobierno que no gobierna, que no tiene la menor idea de cómo hacerlo y que además desprecia y ofende a quien sí puede hacerlo.

Creer que se ‘gobierna’ cuando los mexicanos no podemos viajar por las carreteras ante el riesgo de ser asaltados y desaparecidos, cuando todos los días en las calles puedes ser asesinado, asaltado, golpeado, en los negocios (del tamaño que sea) extorsionado, objeto de cobro del impuesto del hampa (piso), las mujeres asesinadas por cualquiera de manera impune o ser violadas o secuestradas para someterlas a la moderna esclavitud (por medio de la prostitución), son algunas de las caras de esta perversa medusa posmoderna. Una Gorgona que utiliza el fisco para agregar terror al indefenso ciudadano y a la autoridad judicial para encarcelar a los enemigos políticos. Nada más. No hay gobierno, apenas algo que asemeja narco-dictadura.

     La impunidad que gozan los criminales en México es el sello del dizque ‘gobierno’ de López Obrador. Ante su inacción y permisividad para toda la fauna delincuencial, con o sin organizar, los malvados han dado rienda suelta a sus instintos bestiales convirtiendo la vida de decenas de millones de mexicanos en un infierno cotidiano. Las masacres suceden a diario, como también los crímenes contra la gente trabajadora e indefensa, que bien puede ser agredida o asesinada en el negocio, el taxi, el transporte público, su casa, el restaurante, la fonda o donde sea. A los asesinos ahora se les llama “sicarios”, como si se tratase de algún oficio no contemplado en la LFT, en lugar de llamarlos por su nombre: ASESINOS.

     La irresponsabilidad, incapacidad e indiferencia del gobernante para con los gobernados no tiene parangón en la historia nacional. La ligereza, fatuidad y absoluta negligencia con la que han asumido el poder público ha dejado a la inmensa mayoría de los ciudadanos sin el abrigo de la ley y mucho menos de la justicia, pues al no respetarse la primera la segunda se extingue.

La desgracia de tener en la presidencia a López Obrador, hace válida la sentencia de Henry D. Thoreau, quien señalaba en uno de sus ensayos la tibieza y conformismo político de las minorías perdedoras (como ha sucedido en México) como también las consecuencias de una mala decisión al elegir gobernantes, comparando a un mal líder político con el diablo : “Si la mayoría vota por el diablo para ser Dios, la minoría vivirá y se comportará de acuerdo con ello y obedecerá al candidato vencedor, confiando que un día u otro, tal vez por medio del voto de un Parlamentario, puedan restaurar a Dios… Estos hombres actúan como si creyeran que se pueden deslizar colina abajo y volver luego a deslizarse colina arriba… No hay posibilidad de deslizarse colina arriba. En moral los únicos deslizamientos son hacia abajo. De este modo estamos continuamente adorando a falsos ídolos…” Los mexicanos que votaron por López Obrador se equivocaron rotundamente. No eligieron a gobernantes, sino a una cuadrilla de improvisados, habladores e incapaces que además de estar destruyendo el país y sus instituciones, de no detenerles con la ley en la mano, acabarán finalmente hundiendo todo.

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

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En las generaciones pasadas todos vimos la película de Pinocho, los niños de entonces quedamos apercibidos de la advertencia que Geppetto le hiciera a su hijo Pinocho para que no mintiera, pues las consecuencias serían (y son siempre) terribles. Sin embargo, no se puede asegurar que en las nuevas generaciones todos conozcan la historia de Pinocho. Hoy se divierten y educan de manera muy distinta. La conducta y condiciones sociales muestran la enorme diferencia.

    La cuestión es, en el caso de Andrés Manuel López Obrador, que también es viejo (1953), de manera que la película de Pinocho le es familiar, aprendió valores en una sociedad que nos educó, y bien, a los niños. Pero como siempre ha sucedido, no todos los niños quieren aprender, los hay incluso que ya traen mañas y tendencias violentas e incluso delictivas. En él, si la vio, que es lo más probable, la película de Pinocho le dejó otras marcas.

     Claro que sí, dejó otras marcas. Y es que, como reza el viejo refrán “dime de qué presumes y te diré de qué careces”, y el tabasqueño presume todos los días de ser verás, cuando lo cierto es que es el presidente más mentiroso en la historia de México. Capaz de declarar sin rubor: “Yo no digo mentiras y siempre hablo con la verdad” (Diario Reforma 25/Junio/2019).

     Independientemente de que desde el primer día de su mandato (que no gobierno) se ha dedicado a mentir a los mexicanos y a pintarles un país que solo existe en su mente enferma y su corazón egoísta y perverso, lo cierto, sin embargo, es que todos los días ensarta una mentira tras otra con la habilidad de la costurera experimentada y sin que su pecado le ruborice.

      A pesar de haber promovido la Cartilla Moral de un hombre bueno y recto como lo fue son Alfonso Reyes, el actual presidente pasa por alto la advertencia del intelectual regiomontano:

 

—“El respeto a la verdad es, al mismo tiempo, la más alta cualidad moral y la más alta cualidad intelectual“ (pág. 52).

 

     Ante esto, no queda más que llegado el momento poner en el epitafio de que el hombre que cobró de presidente a partir de 2018 y hasta 2024, careció de cualidad moral e intelectual alguna (dixit Don Alfonso Reyes).

     Queda también más que claro que López Obrador nunca leyó la “CARTILLA MORAL” del ilustre regiomontano de lo contario jamás la hubiese mencionado siquiera mucho menos promovido. Corrobore el lector por sí mismo lo que se afirma en esta columna:

 

“La sociedad se funda en el bien. Es más fácil vivir de acuerdo con sus leyes que fuera de sus leyes…. El bien nos obliga a obrar con rectitud, a decir la verdad, a conducirnos con buena intención. Pero también nos obliga a ser aseados y decorosos, corteses y benévolos, laboriosos y cumplidos en el trabajo, respetuosos con el prójimo, solícitos en la ayuda que podemos dar. El bien nos obliga asimismo a ser discretos, cultos y educados…” (Cartilla Moral, pág. 66).

 

     De conocer el contenido del texto de Don Alfonso, el tabasqueño le hubiera bañado de insultos cotidianos, desde ultra conservador hasta fifí. Pero ese es el problema de aparentar ser escritor y buen lector, tarde o temprano caen en sus propias redes tendidas en sus falacias cotidianas, y el presidente es un hombre mentiroso compulsivo. Enfermo de falsedades.

    Por ejemplo, esta semana que concluye, AMLO declaró: “Que no hay desacato por reiniciar la construcción del Tren Maya”, cuando la realidad jurídica es que una autoridad judicial federal había suspendido el tramo 5 de dicha obra y el presidente, lejos de someterse al imperio de la ley, reanudó la ley por su mero capricho invocando la “seguridad nacional”, la cual no tiene nada que ver con este caso. Más todavía, mintiendo cínicamente al ser cuestionado por la prensa asegurando ‘que tiene facultades para hacerlo’ (El Universal, 20/Jul/2022). Facultades de las que carece.

     Otro ejemplo: es invitado a la Casa Blanca y se atreve a interceder por Julián Assange a nombre de la ‘libertad de expresión y el periodismo’, cuando en México los periodistas son asesinados, perseguidos y a diario atacados por él mismo desde su show mañanero. Un show en el que solo caben paleros y aduladores, ya que toda voz que critique sus cotidianos yerros e inacciones será ofendida y descalificada desde el púlpito de las falacias cotidianas.

     Un púlpito en el que la realidad es transformada por la mentira al más puro estilo Orweliano (1984); obra en la que ‘El Ministerio de la Verdad’ se encargaba de modificar los hechos todos los días a través de las mentiras. Escuela de la que López Obrador se ha convertido quizá en el alumno más avanzado. Todos los días cuando se le reclaman los hechos o las inacciones de su inútil gobierno (masacres, asesinatos, secuestros, cobro de piso, economía derrumbada, campo desatendido, etcétera) con una cara al mejor estilo del Tartufo de Moliere, lanza sobre los funcionarios de un ayer ya lejano (o muy lejano) la responsabilidad de los hechos que sólo le corresponden a él y solamente a él.

     Y ya que citamos su visita a la Casa Blanca, teniendo en bandeja de plata semejante oportunidad, el hablador cotidiano se hizo chiquito, se desvaneció moral y políticamente, ofreciendo invertir millones de dólares para congratularse con el presidente Biden y aceptando “inversiones” en energías limpias. Sin embargo, ya de regreso, cambió de nuevo su postura y dio por válidas sus mentiras anteriores oponiéndose a las inversiones extranjeras en energía y combustibles, lo que provocó de inmediato la molestia y amenaza de sus socios de Estados Unidos y Canadá. Todo parece indicar que para López Obrador los tratados internacionales no son nada ni revisten seriedad alguna.

      Su mundo anarquista y de siempre alejado del trabajo productivo, han torcido su mente. El problema es que al ganar unas elecciones presidenciales sus tonterías y mentiras traen consecuencias para todos los mexicanos. El miércoles pasado y como respuesta al reclamo de Estados Unidos a sus incumplimientos al T-MEC, llegó al colmo de la vulgaridad y desvergüenza, poniendo en Palacio (y esbozando una sonrisa de burla) una canción de cumbia titulada “Uy que miedo, mira como estoy temblando”.

En el cuento de Pinocho, al mentir repetidamente le comienzan a crecer las orejas y la trompa convirtiéndose en un asno. Moraleja que, si la recordara, o alguien se la recordara al presidente, ya tendría más de tres años de haber visto que sus orejas han crecido desmedidamente, y que ni aun así, ya puede escuchar la voces que le conminan a la verdad. Que sus palabras ya no se escuchan venidas de un corazón humano sano, sino de algo parecido al hijo de Geppetto cuando cayó en el hábito cotidiano de la mentira.

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

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A la larga lista de fracasos e incumplimiento de sus deberes, López Obrador (acompañado por muchos gobernadores), le ha agregado otro grave y pernicioso, síntoma inequívoco de un estado al borde del colapso: ¡la imposibilidad de los mexicanos a viajar por las carreteras del país!

Primero fue una amplia zona de Michoacán y Guerrero, luego se sumaron varios Estados del Pacífico y el norte del país: Tamaulipas, Chihuahua, Sonora, Zacatecas y Coahuila, lista a la que se sumaron regiones de Veracruz, Puebla, Morelos, San Luis Potosí y últimamente Jalisco.

Respecto a éste último Estado, el gobernador actúa de manera semejante al presidente, molestándose por cualquier crítica a su cuestionable labor, la cual también se ha visto terriblemente empañada por la violencia. Los asesinatos son cosa de todos los días, ni qué decir de los cientos de desaparecidos, cuya ausencia es dolor continuo para las familias, lo peor que sin visos de resolver.

    A este clima de violencia se debe agregar la inutilidad de un poder judicial que en materia penal lleva años de degradación hasta convertirse en un costoso ornamento. Fuera de algunos jueces y funcionarios probos en la Fiscalía (los menos), la justicia ha quedado fuera del alcance del pueblo, es decir, DE TODOS LOS CIUDADANOS, DE TODOS (y no solo de poderosos e influyentes; o los que en el caso del tabasqueño confunde con sus fanáticos incondicionales).

La justicia en Jalisco (y muchos otros Estados del país) es letra muerta. Pero de eso ya hablaremos en otra ocasión, por hoy nos avocamos al derecho de los mexicanos a transitar libremente por las carreteras y caminos del país; derecho que ha sido eliminado por las bandas de asesinos que tienen ya casi todo México bajo su control ¿En qué quedó entonces el artículo 11º constitucional? En letra muerta.

Cada vez son más las carreteras del país que ya no pueden ser utilizadas por los mexicanos. Por ejemplo: la ruta Monterrey-Nuevo Laredo, a la que se le puso el nombre de “La carretera de la muerte”. Nadie puede circular por ella que no sean los criminales o los vehículos del gobierno ¿qué raro, no cree usted lector? Algo debe haber que a los vehículos del gobierno sí les permiten pasar ¿Será que los abrazos son devueltos al estado mexicano por los criminales por no tirarles balazos durante sus interminables asesinatos y delitos?

En el caso de Jalisco, el problema comenzó cuando ya no se podía viajar a la zona de Teocaltiche (en poder de las bandas de asesinos), luego se agregó la zona norte del Estado, en la que no hace mucho fueron asesinados un médico y otros viajeros en diversos hechos. Y aunque pareciera no creíble, el gobernador, lejos de poner remedio a esta anomalía (que es parte fundamental de sus deberes) se enfurece a la vista de todos, al grado de negar los hechos.

En días recientes el cardenal de Jalisco fue detenido por un retén de los criminales, hecho que fue publicado en los medios, y negado por el titular del ejecutivo estatal. Luego se juntaron para ‘dialogar’; como si hacer valer el estado de derecho requiriera de diálogos. Y por si le quedaran dudas al gobernador de quien gobierna realmente en ciertas regiones de Jalisco, en la semana anterior un viaje del obispo de Autlán (rumbo a Aguascalientes) fue asaltado y despojado de su vehículo entre San Juan de los Lagos y Encarnación de Díaz.

En la misma situación se encuentran los ciudadanos de todos los Estados ya mencionados, y por consecuencia, los mexicanos que queremos o necesitan transitar por esas carreteras; hoy bajo control absoluto de las bandas criminales, nos resulta imposible hacerlo. Queda claro que las bandas de “Los plateados” que describiera Ignacio M. Altamirano en “El Zarco”, o las múltiples bandas señaladas por Don Manuel Payno en “Los Bandidos de Río Frío”, eran meros aprendices frente a las organizadas y fuertemente armadas bandas criminales que se han adueñado de las carreteras y grandes zonas del país.

      Y se han adueñado simple y sencillamente porque el actual gobierno de López Obrador se los ha permitido. Les ha entregado el territorio nacional a las bandas de asesinos. Y no se trata de manera alguna de una “estrategia” para abatir los índices de criminalidad. Eso es un mero pretexto para engañar ingenuos. Es parte de un plan, tengámoslo por seguro, un plan en el que todas las fuerzas enemigas del orden y la legalidad se han aliado para que la auto llamada 4-T retenga el poder y ya no lo suelte. Utilizaron la democracia y sus reglas benignas de convivencia y armonía social para hacerse del mismo.

Solo la desmemoria y la ignorancia puede desestimar la conducta de un anarquista que siempre aborreció el orden y las instituciones, que ya en la presidencia se atrevió a declarar dominado por la ira (de la que es presa a diario) y para intimidar a la Suprema Corte de Justicia de la Nación… “¡Y que no me vengan con esa de que la ley es la ley!”. Pues sí presidente, LA LEY ES LA LEY, LE GUSTE A USTED O NO.

En todo país civilizado sólo el imperio de la ley puede garantizar el orden, la armonía social y la supervivencia. Valores y garantes que hemos perdido en un corto tiempo al grado que ya ni siquiera podemos viajar por nuestras carreteras. ¿Y las televisoras, y los periódicos, y las estaciones de radio por que callan ante semejante pérdida de libertades básicas y fundamentales?

A causa de esto es que ahora los viajes en avión van saturados y los aeropuertos hacen las veces de central camionera (excepto el de “Santa Lucía” que nadie quiere, ni los fanáticos). Los mexicanos temen con horror viajar por muchas, pero muchas carreteras del país, de ahí que viajen en avión no por gusto, sino a causa del peligro que corren sus vidas viajando por tierra.

En síntesis: es deber ineludible del presidente López Obrador (y de los gobiernos estatales involucrados), que las carreteras del país sean recuperadas de inmediato para uso de los mexicanos. De lo contrario y como le dijera el Sr. Alejandro Martí en Palacio Nacional a las autoridades de seguridad del gobierno de Felipe Calderón: “¡Señores, si piensan que la vara es muy alta, si piensan que es imposible hacerlo, si no pueden, renuncien, pero no sigan ocupando oficinas de gobierno, no sigan recibiendo un sueldo por no hacer nada, que eso también es corrupción…!” (21/Ago/2008).

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

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