Los gobernantes, en los tres niveles y de todos los partidos se niegan a ver la realidad. Del presidente hacia abajo el escapismo es el sello, su característica principal. Aseguran ser lo que no son, pues se pueden ganar unas elecciones y tener el nombramiento, pero jamás ejercer o cumplir con el mandato público.
Tenemos un presidente cuyo refugio es Palacio Nacional, quizá su obsesión por llegar al cargo se convirtió en algo enfermizo, un inalcanzable que una vez logrado además de no desear soltarlo, le llevó al extremo de irse a vivir a ese lugar. En el siglo XIX era adecuado y entendible. Hoy exhibe un ego mega satisfecho que parece no dar crédito a su fantasía de largos dieciocho años, en los cuales se dedicó a viajar (se desconoce de dónde sacó semejante fortuna pues viajar cuesta, y si es por todo el país no se diga, más todavía, y por tantos años).
En su castillo de pureza, a prueba de corrupción (según su perspectiva), todas las mañanas el presidente dirige un país que solo existe en su imaginario, en su mente soñadora, contrario, distante y distinto al que vivimos más de 120 millones de mexicanos. Y para enriquecer su fantasía, ha recreado su set con periodistas que además de tener hábitos de lechero, deben guardarse sus opiniones y disensiones pues las charlas mañaneras de AMLO son un simple soliloquio.
El mexicano, sin distinción de si vive en la capital del país, en Tijuana, Veracruz, Oaxaca, Chihuahua, Puebla, Hermosillo, Uruapan, Colima, Reynosa, o Guadalajara, por señalar algunas ciudades: el clima de violencia e inseguridad en el que vive es terrible, lugares donde el estado derecho no existe en lo que corre el siglo XXI; ciudades antaño bonitas y disfrutables pero que ante la ausencia de verdaderos gobierno que hagan valer el estado de derecho; se ha permitido que grupos violentos intervengan con absoluta libertad e impunidad ejerciendo de manera pragmática la función de gobiernos paralelos bajo el imperio del terror.
Millones de mexicanos son sometidos todos los días a asaltos en el transporte público, en las calles, robados en sus casas, negocios, extorsionados, pagando altas tasas de impuestos a los delincuentes (eso es el cobro de piso), secuestros, robo de sus automóviles, en tanto que empresas de todos los tamaños sufren el robo diario de mercancías, de camiones y traileres con cargas millonarias de mercancías, incluso el robo de trenes se ha convertido en cosa de todos los días.
Ante este cuadro, propio del siglo XIX, de la época del Imperio en que el gobierno de Juárez huía itinerante a causa de los invasores (y sus aliados locales); un cuadro que parece brotar de la novela clásica de Don Manuel Payno (Los Bandidos de Río Frio); la inmensa mayoría de los mexicanos sufre y se indigna ante la ausencia de gobiernos que hagan valer el estado de derecho. Una sociedad molesta en gran manera por leyes que solo son pronunciadas en aburridos y ociosos discursos, como también a diario en declaraciones ante los medios pero que tienen años que no se reflejan en la realidad cotidiana.
Detienen a Rosario Robles, un asunto de muy alto nivel no visto desde hace varias décadas, sin embargo, en lugar de apoyarse en la ley y dentro del estado de derecho, garante único de la estabilidad y paz social, le envían a un juez sobrino de Dolores Padierna (esposa de René Bejarano y archi enemiga política de la ahora encarcelada); parentesco que obstruye la necesaria imparcialidad. Tan es así que tanto el juez como el ministerio público ofendieron a la detenida y externaron públicamente pensamientos y opiniones personales contra la ex titular de Sedesol. Eso en la capital.
En Jalisco, un juez decreta auto de formal prisión contra un ex funcionario panista, que se desconoce si haya cometido delitos o no (probarlo le corresponde a las autoridades competentes), pero que en este caso por el que se le consignó, ni era parte responsable de quienes adquirieron Casa Jalisco en Chicago, ni tampoco aparece su firma en documento alguno. ¿Basta con la opinión del gobernador para que los jueces determinen? Eso además de no ser democracia y ser la antítesis del estado de derecho, son simples muestras de autoritarismo, de dictaduras en ciernes (como las de Chávez y Maduro).
Continuar transitando por ese camino más temprano que tarde nos llevará a la dictadura, ya sea desde el mismo gobierno, o por arrebato de los delincuentes. El simple hecho de que el presidente López Obrador haya pactado con personas con cuentas pendientes con la ley (como es el caso de Napoleón Gómez Urrutia, la ‘comandanta’ Nestora Salgado –acusada de secuestros- y muchos otros), además de grupos radicales como los padres de los ayotzinapos (que se desconoce de qué viven y quien les paga su vida de viajeros incansables), de violentos delincuenciales como los maistros de la CNTE, induce a pensar que el proyecto de la 4T no es lo que muchos ingenuos creen. Y téngalo por seguro que no hay ideología alguna detrás, se trata de simple ley de grupo, de respuestas primarias o primitivas.
El sábado 17 del presente amanecimos con la noticia de la detención en Argentina del empresario Carlos Ahumada, ligado en una relación con Rosario Robles, a quienes los ahora gobernantes acusan de los video escándalos en que varios de los suyos no encuentran ya dónde meterse los fajos de billetes. Su falsa aureola de incorruptibles les dejó al descubierto delante de todos. El problema es que la detención casi simultánea de Rosario Robles y Carlos Ahumada, además de mostrar una simple venganza, lanza de parte del gobierno de AMLO un mensaje contra la clase empresarial y contra todo aquel que se le quiera rebelar. En pocas palabras: urgidos de un estado de derecho, el gobierno, laxo totalmente con una delincuencia ensoberbecida y derramadora de sangre, en cambio con sus enemigos o los que él considera como tales, muestra una dureza implacable. Así no hay futuro.
Con un panorama como el que México tiene respecto al estado de derecho, el análisis y vaticinio de la brillante Ikram Antaki se haría realidad y con esto nos despedimos por esta semana: “Hombres de bien soñaron, hace medio siglo o más, con dar a su patria un conjunto de reglas de comportamiento, que, observadas fríamente y comparadas con aquellas que rigen su norte y su sur, se sitúan por delante de todo su continente. No solo quedaron como letra muerta, sino que sirvieron para lo opuesto de su propósito: manipuladas, sitiadas, deformadas, estas reglas fueron el abono con el cual creció la impunidad de un pueblo reacio a la ley y la perversidad de unas dirigencias delincuentes… Todos los pueblos han tenido, en algunos momentos de su historia, dirigencias delincuentes. Pero el reino del derecho ha triunfado finalmente… Pero eso no ha ocurrido aquí… este pueblo parece haberse quedado fuera de toda dinámica histórica: ni el temor a Dios, ni el respeto a la ley de los hombres parecen tener cabida en sus acciones” (El pueblo que no quería crecer, J. Mortiz, págs.. 119-120).
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
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