Lamentablemente una gran parte de la cristiandad (indistintamente de la corriente a la que se pertenezca) no conoce bien a Dios revelado en las Escrituras, como también desconoce a fondo la mayoría de las doctrinas bíblicas. El incendio de la catedral de Notre Dame en Paris puso de manifiesto que incluso la culta Europa, en cuestiones de fe, se encuentra en franco retroceso. Miran las exterioridades solamente, pues las cosas interiores, las del espíritu, tiempo ha que han dejado verlas a causa de su desinterés y descreimiento. Confunden el arte con la fe judeocristiana. Son cosas distintas.
Pero, vayamos por partes pues se trata de ayudar y orientar. La tarde-noche del viernes se inició el Seder de Pesaj (ceremonia u orden de Pascua), celebración que recuerda la salida del pueblo hebreo de Egipto y su liberación de la esclavitud. Momento histórico y profundamente especial en el que Dios hace pacto con Israel, y para limpiar todo pecado del pueblo, ordena el sacrificio de un cordero sin mancha (por familia) cuya sangre se colocaría en el dintel y marco de todas las casas; sangre que libraría a cada familia de la muerte, de manera que aquella noche, mientras que a los recién liberados de la esclavitud se les concede vida a través de aquel cordero sacrificado, los primogénitos de los egipcios mueren todos.
Así que la fiesta de la Pascua contiene varios elementos simbólicos, todos importantes y trascedentes. Primero, que el pueblo de Dios estaba sometido a dura esclavitud y en su dolor y angustia clama al Señor quien les envía un libertador (Moisés). Segundo, que antes de liberarlos hace pacto de sangre con ellos a través del sacrificio de un cordero inocente y sin mancha. Tercero, hecho este pacto, les saca con brazo extendido en medio de grandes señales y milagros. Cuarto, no descansa hasta introducirlos a la Tierra Prometida.
Si trasladamos todos estos símbolos a la fe de judíos y cristianos —que dicho sea de paso es la misma, aunque vivida desde diversas culturas y tradiciones—, lo primero que se requiere es que el pueblo (o la persona) sometido a la esclavitud del pecado, que no hay otra más dura, clame a Dios pidiendo liberación. Dios no interviene si no es llamado.
Segundo, que al pedir liberación debe hacerse pacto con Dios, de otra manera ni es pacto ni es con Dios, pacto que se hace a través del cordero perfecto, el justo que murió por los injustos derramando voluntariamente su sangre para nuestra salvación. Tercero, así como sacó hace 34 siglos a Israel de Egipto, el Señor continúa sacando a sus hijos de la esclavitud del pecado, siendo el primer milagro el cambio de vida en la persona, cambio al que se van sumando señales en la vida de la persona (que muestran la bendición y protección Divina) hasta que, como cuarto simbolismo, parte a su encuentro final y eterno con el Mesías quien no solo promete el reino de los cielos a su pueblo e hijos, sino que él mismo se encarga de recibirlos y dar entrada. No creer todas estas verdades reveladas en las Escrituras, es no haber entendido jamás la fe judeocristiana.
Esta semana el mundo occidental se conmovió a causa del incendio de la catedral francesa de Paris, hecho que desde el patrimonio cultural duele y se entiende, pero no desde la fe pues la propia Escritura afirma que “Dios no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas” (Hechos 17:24-25).
Uno de los mayores orgullos de sus apóstoles y discípulos era el hermoso templo de Jerusalén, como judíos y practicantes de la fe de sus padres (los apóstoles nunca fueron cristianos como muchos ingenuamente creen) en una expresión absurda y chauvinista, pretenden presumirle el templo a quien repetidamente les había dicho que Dios el Padre y él, Yeshua, eran «Ejad», es decir, Uno. El Mesías sin molestarse en absoluto, no solo les ubica en sentido correcto de las cosas espirituales, de su uso y significado, sino que aprovecha para hacerles un vaticinio que 37 años después de cumpliría cabalmente:
—“Respondiendo él, le dijo; ¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada” (Mat 24:2).
¿Acaso no le gustaba a Yeshua (Jesús) el hermoso templo de Jerusalén? Sí, por supuesto que le gustaba, pero para él son de más valor la vida y salvación de una persona que un edificio. En su mensaje eterno se habla de un Templo eterno, de un Templo indestructible, Templo espiritual que se integra con todos los judíos y cristianos que han respondido a su amor, que han hecho pacto con Dios a través del Mesías; los de antes de que viniera lo hicieron en fe y en esperanza; y los que después lo hemos hecho a través de Yeshua aceptando su sacrificio expiatorio como pacto y precio de nuestra salvación. Entre todos formamos ese Templo.
Doctrinas estas, redención y salvación, tan poco entendidas a causa de un pésimo magisterio que se ha enfrascado en los ritos y rezos y se ha olvidado casi de manera total de las enseñanzas bíblicas. Ver a las multitudes que se compadecen de una imagen de Jesús como si estuviera todavía allí o como si le hubieran salido mal las cosas, es digno de conmiseración.
Nadie les ha dicho que él puso voluntariamente su vida para salvarnos (como cordero pascual) y con su sangre nos libró de la muerte eterna. Y no se quedó en la cruz o sepultado en la tumba de un rico (como estaba profetizado sería enterrado), sino que resucitó con poder y gloria demostrando con ello ser el que dijo ser. Como segundo Adán, ya que el primero fracasó y por él nos vino la muerte, Yeshua venció la muerte, abriéndonos las puertas del cielo, de su reino eterno que a causa de la esclavitud del pecado nos estaban cerradas. Buenas Nuevas que nos anuncian las Escrituras y que la gran mayoría desconoce o entiende solo de manera parcial.
Tan es así que algunos ricos en menos de 24 horas donaron $600 millones de euros para la reconstrucción de Notre Dame, el edificio de simples piedras, mientras que para llevar las Buenas Nuevas de salvación a las otras piedras (las personas, que son las que en realidad conforman el Templo) ya casi no hay quien aporte ni se interese.
Cuando Juan el Bautista vio venir a Yeshua en el Jordán, declaró para todos: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), si no se entiende que la primera pascua durante la salida de Egipto, era señal y símbolo para que Israel y la futura cristiandad, entendieran la reconciliación con Dios a través del Mesías como cordero perfecto en una pascua perfecta, no se ha entendido nada. Están como los parisinos, afanados y en duelo por el templo equivocado.
¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!
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