El espectáculo ofrecido por el nuevo congreso federal el 1º de septiembre, además de deprimente y bochornoso, ratificó lo que muchos creíamos de esa troupe integrada por toda clase de saltinbanquis de la política, de mercenarios, organizadores de marchas, golpeadores, líderes mafiosos, etcétera, pero sobre todo, por individuos que fuera de representarse a sí mismos y a su banda, grupo o lo que sea (que ellos llaman ‘partido’ político), lo cierto es que no nos representan a la mayoría de los mexicanos. De nuevo el añejo divorcio entre pueblo y estado que tanto daño nos ha hecho ha retornado. Muchos ciudadanos ilusos y sencillos dieron su voto a estos profesionales del desmadre creyendo que acabarían con la corrupción y el desorden, permitieron que el congreso se poblara de esta gente incapaz e indigna del cargo. Mi respeto para los pocos que guardaron compostura republicana.
Debido a las condiciones de violencia e inseguridad se esperaba que los integrantes de Morena y sus satélites (PT, PES, PANAL, etcétera) cambiaran su conocido estilo político, que su jefe AMLO les instruyera para iniciar su cacareada cuarta república, pero por lo que se vio en recinto de San Lázaro, los choznos de Antonio López de Santa Anna volvieron a sus festines.
Uno de los hombres cercanos al presidente electo, el señor Mario Delgado, al subir a la tribuna y en una actitud de golpeador y perdonavidas, impropia de quien dice representar a cierto sector de la sociedad mexicana, gritó entre otras barbaridades… “¡Nos entregaron el país en ruinas!”. Se me figuró que el flamante diputado estaba debajo de algún agachado, de un improvisado tejaban, sin micrófono ni el sinfín de lujos y aditamentos tecnológicos de los que estaba haciendo uso (ni que decir de la generosa dieta y prestaciones que ya comenzó a recibir, aun cuando su jefe pretenda que se las bajen un poco).
Pero como advierten las Sagradas Escrituras “¿Podréis vosotros hacer el bien, estando habituados a hacer el mal?” (Jer 13:23)
Lo cierto es que no era el Congreso de México, en realidad se trataba de alguna arena de lucha libre en la que algún barrio de la Bondojo, o de la Candelaria de los patos, tenía el control de las butacas. Gritos, abucheos, porras, cachunes (como buenos defeños), ofensas, peor todavía, culpar al gobierno saliente de la “desaparición de los 43” cuando lo cierto es que uno de ellos, de su partido, apoyado por AMLO para llegar a la presidencia municipal de Iguala, Gro., fue el que mandó matar a los 43. Se necesita ser muy cínico y de mal corazón para acusar a otros de algo que no hicieron, de algo demasiado grave ¿Se podrá esperar algo bueno de quien es capaz de culpar a inocentes de crímenes que no cometieron?
En su etapa de legislador, el ilustre periodista Francisco Zarco, describe anticipadamente a los violentos legisladores de hoy, que siendo ya gobierno, actúan como oposición anarquista a causa de sus rencores y revanchismo social: “La oposición es una consecuencia forzosa de la verdadera libertad, y una necesidad de los gobiernos de discusión… Pero hay dos clases de oposición: una que llamaremos legal, y es la que acepta las instituciones, y si aspira a cambiarlas es sólo por los medios que ellas mismas establecen, y otra que degenerando en facciosa, conspira contra la Constitución del Estado… apela a trastornos a mano armada, y no se detiene ante ningún medio, por reprobado que sea” (Periódico El Siglo Diez y Nueve, 10/Dic/1867).
Si hay algo que en lo personal admiro de los grandes hombres emanados de la Revolución Mexicana (con mayúsculas), de aquellos que ocuparon una curul en las Cámaras y que al subir a la tribuna dejaban salir su amor e interés por la República, era su vasta preparación. El Senado era el sitio del mayor honor para aquellos mexicanos ilustres; mientras que aquellos seres inferiores que por méritos políticos lograban colarse, pasaban los seis años en silencio, escuchando a los que sabían lo que estaban haciendo, así como del peso y trascendencia de sus decisiones. Con su silencio cuando menos mostraban su respeto por los que sí velaban realmente por el destino del país ¿Y los habladores anarquistas del siglo XXI, además de su vulgaridad, ignorancia e irresponsabilidad, que más muestran?
Aquellos senadores permitían en su charla o desde la tribuna que sus muchas lecturas y sapiencia salieran de manera natural. Me recuerdan al gran Francois de Chateaubriand, quien después de servir a Francia durante toda una vida en diferentes ministerios y embajadas, en una época difícil en la que su país buscaba su destino, al abandonar para siempre el Congreso deja salir un discurso que además de mostrar su integridad, valor y sapiencia, debiera ser lectura obligada para todo aspirante a senador o diputado, ¿quizá, en el caso de tanto atrevido, si quedara algún rescoldo de vergüenza en su interior, abandonara su mórbido deseo de ser legislador sin contar con la capacidad y dignidad que tan alto encargo requiere, no cree usted? (Ni qué decir de la integridad).
Dejemos pues que el propio Chateaubriand se los diga (a través de su histórico discurso) y con esto nos despedimos: “Provocadores de golpes de Estado… ¿dónde estáis? Os escondéis en el lodo de cuyo fondo levantabais valientemente la cabeza para calumniar a los verdaderos servidores; vuestro silencio de hoy es digno de vuestro lenguaje de ayer… Por lo demás, al expresarme con franqueza en esta tribuna, no creo llevar a cabo en absoluto un acto de heroísmo. No estamos ya en los tiempos en que una opinión costaba la vida… El mejor escudo es un pecho que no teme mostrarse al descubierto ante el enemigo. No, señores, no tenemos que temer ni a un pueblo cuya razón iguala a su coraje… Lejos de mí, ante todo, la idea de sembrar ninguna semilla de discordia en Francia, y por eso he evitado en mi discurso el acento de la pasión… ¡Piadosos libelistas, el renegado os llama! ¡Venid, pues, a balbucear una palabra, una sola palabra… todos callaban, porque había acompañado a unas verdades como puños con un gran sacrificio personal. Bajé de la tribuna; salí de la sala, me dirigí al guardarropa, me despojé de mi casaca de par, mi espada, mi sombrero de plumas; desprendí de él la escarapela blanca, la besé, me la metí en el bolsillo del lado izquierdo de la levita negra que me puse y que crucé sobre mi corazón. MI criado se llevó los despojos de mi dignidad de par, y abandoné, sacudiéndome el polvo de mis zapatos, ese palacio de traiciones, donde no volveré a entrar en mi vida” (Ultimo discurso, pronunciado el 7/Ago/1830). Memorias, IV Volumen, págs.. 1945-1947).
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
Email: mahergo50@hotmail.com