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En días recientes festejaron y conmemoraron días especiales para la Familia y las Mujeres, así con mayúscula. Su importancia lo requiere. Sin embargo antes, cuando no había días feriados para tanta cosa, ni se hablaba tanto de la familia y la mujer, ambas estaban mucho mejor protegidas y respetadas.

En la posmodernidad se han gastado ríos de tinta y horas sin fin de radio y televisión con ambos temas, y lo cierto es que el panorama además de gris se advierte poco alentador. El número de familias decrece y se deteriora como institución, en tanto que medios y ONG’S la atacan con virulencia, y todo con el absurdo afán de aceptar como “familia” lo que la naturaleza y el sentido común nos dicen que es imposible.

Los asesinatos de mujeres son cosa de casi todos los días, crímenes que antaño casi no ocurrían, mientras que de manera inentendible y absurda se alienta a las mujeres desde los medios e instituciones educativas, a romper con el orden y rol que por miles de años desempeñaron en la sociedad. Digámoslo abiertamente: ¡basado en el modelo judeocristiano expresado en la Biblia!

    Quizá gran parte del problema radica en este punto. Muchos hombres y mujeres en sitios de poder, sea en el gobierno, medios o universidades, tienen un odio o aversión contra Dios y la fe que no pueden disimular. Valga señalar anticipadamente que Dios no violenta la voluntad de nadie, por tanto, están en su derecho a negarle y negar su corazón.

     A lo que no tienen derecho es a envenenar el corazón de las nuevas generaciones metiéndoles en la cabeza su ateísmo rabioso. Esa misma tolerancia que tanto reclaman como disco rayado deben concedérsela a sus gobernados, televidentes, radioescuchas o alumnos.

Ni siquiera se han dado cuenta ―su descreimiento los “priva”, como decían algunas señoras antaño― que al sacar a Dios de la sociedad gran parte de sus integrantes vuelve al estado salvaje, instintivo, animal (si cabe la expresión). El amor y lo sublime se ahuyenta para dar lugar a pasiones sin límites, sin freno, a vivir sin reglas. La violencia e impunidad que padecemos lo corrobora.

A esto se refieren las Sagradas Escrituras cuando señalan: “me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen el agua” (Jer 2:13). Al beber en cisternas equivocadas y rotas se acaba el amor y se entroniza el ego.

Cuanto más hablan de defensa de la mujer, más mal las tratan ¿En dónde está el beneficio de la nueva cosmovisión? Hace apenas unas décadas a la mujer se le concedía el lado de la pared en la banqueta y el hombre si era necesario bajaba de la misma. En el camión debía dejarle el asiento. Llevaba un pañuelo limpio en la bolsa del pantalón por si la esposa, novia, amiga, o hermana sufriera algún derramamiento de agua o una emergencia. Los hombres (patanes siempre ha habido) se abstenían de pronunciar malas palabras o leperadas delante de las mujeres.

     Hoy muchos jóvenes tratan a las mujeres con lenguaje soez y vulgar y ellas ni se inmutan, de hecho no son pocas las que se expresan igual ¿Por esa igualdad fue su lucha? En días pasados los grandes periódicos nacionales publicaron una nota (con video) de la delegada de Iztapalapa en la capital del país, Dione Anguiano, dando clases de perversiones sexuales (conducta por la que hace dos o tres décadas hubiera sido cesada de manera fulminante). Liberal no significa libertinaje, como tampoco ser de izquierda significa ser un patán.

En alguno de sus interesantes trabajos el sociólogo Lipovetsky lo advertía: “cuánto más tolerante es la imagen que la sociedad da de sí misma, más se intensifica y generaliza el conflicto; así hemos pasado de la «guerra de clases» a la «guerra de todos contra todos».” ¿Cómo sobrevivir en una sociedad incrédula y dominada por el egoísmo de grupo y las pasiones ilícitas? Unos cuántos renglones abajo, Lipovetsky da sus últimos pincelazos a este cuadro que a nadie gusta y a todos molesta:

 

―“Bajo la influencia del neo-feminismo, las relaciones entre el hombre y la mujer se han deteriorado considerablemente, liberadas de las reglas pacificadoras de la cortesía. La mujer, con sus exigencias sexuales orgásmicas vertiginosas, se convierte para el hombre en una compañera amenazadora, que intimida o genera angustia” (La era del vacío, Anagrama, pág. 68)

 

Pero, ¿se podía esperar otra cosa de una sociedad sin Dios? ¿de una sociedad que tiene algunas décadas presentando a la mujer como si solo viviera para ser vista y deseada? (Hollywood, la televisión y el internet promueven esta imagen a diario). Es obvio que Dios creó a la mujer con amor, con propósitos más elevados y para ser tratada con amor y delicadeza, situándole como reina del hogar y pilar de la familia.

Es obvio que muchos de los que atacan la fe judeocristiana nunca han leído la Biblia o si lo han hecho (que es de dudarse) no la han entendido. La mujer  fue creada como la ayuda idónea, como la compañera ideal para el hombre (Gen 2:18). Advirtiéndole al hombre, es decir, al marido (no al amante fijo o de ocasión, o a la “pareja sentimental” como se dice ahora en los medios) cómo debe de tratar a su mujer:

 

―“Vosotros maridos, igualmente vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo” (1 Pedro 3:7).

 

No se trata entonces de descalificar, se trata de entender y aprovechar lo mejor de ambos mundos. Obvio que no se pretende que la mujer vuelva al metate y al petate. Se trata de que la familia socialmente se revalore con la dignidad y propósitos para los que fue creada por voluntad Divina, para lo cual se requieren cuando menos tres cosas: amar a Dios, amar al esposo(a), demostrar ese amor a través de las acciones diarias y por toda una vida. Lo demás, lo demás es palabrería insustancial cuyos resultados los vemos a nuestro alrededor, por eso es que podemos decir al gobierno y demás entes involucrados ¿Así cuidan familia y mujeres? ¡No me defiendas compadre!.

¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!

 

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En la medida que avanza el siglo XXI todo se copia, se relativiza, se diluye, lo virtual incluso pretende pasar por real. Mimados hasta lo inimaginable, por tanto engreídos, la mayor parte de los jóvenes de las nuevas generaciones desconocen el valor de las cosas a través del esfuerzo propio. Creen merecerlo todo, saberlo todo ¡Terrible error!

Lo peor del caso es que sus padres y otros como ellos le han abierto el camino fácil de la vida, el cómodo, el del “señorito satisfecho” que decía el filósofo español Ortega y Gasset, invadiendo espacios que nunca debieron de ocupar. Mejor dicho: heredándolos a manera de monarquía, aunque en la publicidad política se presenten como paladines de la “democracia”.

Los cargos públicos y los de elección popular han dejado de ser ocupados, como siempre sucedió, por individuos que subieron peldaño a peldaño la escala del poder. En tanto que su carácter, ideología, formación política y sentido social iban cuajando con los años, llegado el momento eran propuestos por los viejos políticos experimentados en este valioso y necesario oficio. Aparecer en una boleta electoral hasta los años sesenta y principios de los setenta era sinónimo (en la mayoría de los casos) que esa persona estaba lista para representar o ejercer un cargo público.

     El contrato social era entendido y los funcionarios hacían de manera pragmática a través de la obra pública, de gobiernos firmes, programas sociales y metas claras, que los gobernados entendieran la suya. Cada parte cumplía su papel y entendía sus deberes. Hoy, bajo la tiranía de la soberbia y los derechos humanos (que no saben de deberes, solo de derechos) hordas de ignorantes ambiciosos y engreídos han asaltado el poder sin que el pueblo pueda hacer gran cosa para remediar semejante desgracia.

Los  gobiernos actuales son frívolos y saqueadores, ahuyentando del todo el estado de derecho e imperando la impunidad. Bandas, en el buen y en el mal sentido de la palabra, han hecho del gobierno en todos los niveles un coto de poder, un simple botín de pandilla, grupo, partido, o como se le quiera llamar. Para el caso da lo mismo, los resultados no cambian.

El compromiso social no existe; y aunque la demagogia utilizada en los medios (pagada o cómplice)barniza su desfigurado y ambicioso rostro hasta hacerlo pasar por lo que no es ante los ingenuos, lo cierto es el pueblo les importa un comino ¿Cómo podría importarles si se trata de juniors cuyos padres o abuelos les heredaron a manera monárquica el derecho a los cargos y el poder?

     Hablan pestes del PRI y todos tienen su origen en ese partido. Se dicen de “izquierda” y sus padres o abuelos persiguieron con crueldad y extrema violencia a la verdadera izquierda. Recuerdo el año 1972 en que el Presidente de Chile, Dr. Salvador Allende visitara Guadalajara. En el auditorio de la U. de G. que actualmente lleva su nombre pronunció memorable discurso rodeado de las peores lacras del sistema. Los gorilas de la FEG (muchos de ellos criminales) vitoreaban al ilustre visitante, mientras que las fuerzas de seguridad perseguían a los estudiantes de izquierda, impidiendo que ninguno se acercara al auditorio.

El gobierno no supo lo que hizo. Al rodearse de ese tipo de gorilas insensibles y violentos, abrió una caja de Pandora con todo tipo de sorpresas desagradables que a más de cuatro décadas, Jalisco en particular, aunque muchas otras regiones del país por causas semejantes, estén sumidos y bajo el dominio de la ambición desbordada y la mediocridad.

Un simple comparativo nos permite darnos y dar a las nuevas generaciones una idea precisa de cuando teníamos gobiernos de verdad: en los años sesenta y setenta, los gobiernos de Jalisco, el municipio de Guadalajara, y algunos cercanos a la capital del Estado, devolvían al ciudadano de cada peso pagado en impuestos, un promedio de 40 centavos en obra pública.

A partir de la llegada del PAN a Jalisco (1995) la obra pública descendió a 8 centavos (al año) hasta quedar a veces en 3 o 4 centavos por cada peso pagado en impuestos por el ciudadano. Lo demás se ha ido a altísimos sueldos, compensaciones, bonos, aguinaldos, seguros, transas, casas de enlace, proyectos, etcétera y muchos etcéteras. Un simple diputado local gana en un mes lo que hasta los años ochenta sus colegas ganaban en un año o más.

Todo lo que tocan los que detentan el poder tienen que redituarles imagen, su narcisismo exacerbado les impide ver al prójimo, es decir, los gobernados, ahí que gran parte de los dineros públicos se dilapiden en publicidad, asesores, consejeros, edecanes, guaruras, autos, negocios turbios, etcétera. Desconocen cómo se gana el dinero y cómo se lo gana el pueblo.

Ahora bien, hay otro grupo (el nombre de su partido es lo de menos) que no tiene su origen directo en el PRI, aunque por el PRI llegaron. Se trata de otros juniors, unos venidos de la burguesía local representados por conocidos apellidos de la más rancia sociedad tapatía (tan rancia que ya apesta a causa de tanta corrupción). Otros meros bucaneros con idéntico perfil.

Sus padres aparecían en las notas sociales, hoy sus hijos y nietos aparecen también en los diarios pero en el gobierno, en cualquiera de sus instancias, o cualquiera de sus poderes.

    Entre los primeros y los segundos, juniors todos, el pueblo dejó de ser causa para convertirse en simple pretexto. La ambición de unos y otros es igual, su ausencia de compromiso social y de ideología, carecen de diferencias. Los hermana la frivolidad, el derroche, el alejamiento del pueblo al que dicen servir. En pocas palabras, los hermana su mascarada. Guadalajara, Zapopan, San Pedro, Jalisco, la ciudad de México y algunas otras zonas del país estamos en semejante desgracia, por eso es que los que vivimos en otras época y tenemos manera de comparar, decimos con verdad y razón que NECESITAMOS POLITICOS DE VERDAD, pues de improvisados ambiciosos estamos verdaderamente hastiados.

¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!

 

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La sociedad posmodernista a pesar de tanta lucidora pirotecnia consumista, de faramallas mediáticas y alardes de avances como nunca en la historia, lo cierto es que muy fácil de definir. Sus obsesiones y manías son evidentes. No puede ocultar lo que es, mejor dicho lo que son.

Creyendo situarse en la cresta de la ola de la civilización, el hombre del siglo XXI ha caído en la ridiculez, haciendo del exhibicionismo y la falta de sensatez, su blasón de ignominia.

     Para desgracia de todos, porque en eso se ha convertido, en una desgracia social, las herramientas han dominado al hombre que las creó, invirtiendo los papeles y degradándose de paso en muchos sentidos. Y es que los inventos deben ser para mejorar la calidad de vida de los seres humanos, no para esclavizarlos, entorpecerlos o hacerles daño. Por supuesto que no.

     Sin embargo y entre la multitud de inventos de la posmodernidad, hay uno que refleja y promueve la desunión, la caída intelectual, moral y espiritual del hombre actual ¡el teléfono portátil o celular!(como se le nombra en México). El uso de este maravilloso invento que al principio era privilegio de unos cuántos a causa de su elevado costo, en poco tiempo se convirtió en instrumento de masas.

En sus inicios era sinónimo de status, los que lo utilizaban quería ser vistos por los demás. Se trataba de darse importancia ante los otros, de mostrar superioridad. Cosa que téngalo usted por seguro no era la intención de los inventores. De ninguna manera.

Pero como casi todo lo que toca el hombre caído, que dicho sea de paso, resulta una expresión poco conocida y menos entendida aun para las nuevas generaciones; el teléfono portátil sufrió una rápida metamorfosis, hasta llegar a convertirse en amo y señor de los que creen ser dueños del aparatito. Horrenda cosa en verdad.

Como casi todas las cosas, el teléfono móvil ni es bueno ni es malo en sí mismo, es el uso que se le concede lo que marca la diferencia. Su intención original era comunicar las personas de una manera rápida y más efectiva; cosa que se le logró de inmediato al acortar distancias, tiempo, barreras geográficas y limitaciones de la tecnología anterior (pudiendo transitar libremente y en cualquier espacio con el aparatito comunicador).

Gran invento en verdad. El problema es que pronto la mayoría de los usuarios lo convirtieron en un monstruo que domina sus vidas y sin el cual no pueden vivir. De hecho son incapaces ya de convivir con otras personas, vaya, ni con la novia (asunto que para todas las generaciones de la historia no había nada que pudiera interrumpir esos momentos únicos y mágicos), pues el teléfono les ha sumido en una nueva adicción seria y poco criticada que amenaza a nivel mundial con resultados poco previsibles, pero graves en gran manera y en muchos aspectos.

En las reuniones familiares, de amigos, de trabajo, en mítines, congresos, cámaras legislativas, baños, hoteles, aviones, camiones foráneos y urbanos, vaya, donde quiera que se encuentre una o varias personas, lo más probable es que muchas, pero en realidad muchas están utilizando el telefonito. Ciegos a lo que pasa a su alrededor; enajenados en ese invento que les hace creer que son importantes, cuando lo cierto es que los ha disminuido en su calidad de personas (al aceptar una esclavitud) y les ha alejado de la necesaria sociabilidad. Ni qué decir de darse tiempo para estar a solas y pensar, que valga la redundancia ya es impensable.

Bueno, hasta platican con el aparatito y una voz femenina les contesta sus preguntas, lo cual les hace creer, sin pensar por supuesto en ello, que se encuentran en contacto con otro ser vivo ¿Quién va a dedicar tiempo para pensar en Dios, a meditar en su sentido existencial, en buscar las grandes interrogantes de la vida, a resolver sus grandes retos y problemas a través de la reflexión, si han atrofiado su capacidad y habilidad para hacerlo? No es un ser vivo. Es un simple aparatito con información, por cierto, no siempre confiable.

Lo peor es que han llegado a tales extremos de adicción y dependencia del aparatejo, que van conduciendo el automóvil o la bici y van hablando o mandando textos; obviamente con el terrible peligro que esto significa para todos a su alrededor

Los accidentes están a la orden del día a causa del uso y abuso del teléfono, a tal punto, que la Cámara de Diputados acaba de penalizar con cárcel hasta por tres años cuando se vea que la persona involucrada estaba utilizándolo o texteando (tarde, como siempre, así son nuestros legisladores). Ni qué decir de la improductividad laboral, de la desatención a la familia y los seres amados, al estudio, al prójimo, etcétera. Las amistades virtuales han pasado a primer plano y las de verdad se están borrando, desapareciendo.

Pero antes que ser penalizado este abuso de la tecnología, se requiere que toda la sociedad acepte y reconozca el problema, que no es poca cosa, pues hasta los menores de edad ya están sumidos hasta el cuello con el uso indebido de este aparatejo. Independientemente de las consecuencias que pudiera traer el abuso del celular a la salud humana ―capaz de traspasar paredes, automóviles y cuanta barrera se le ponga (pero que hasta ahora la ciencia ha guardado un silencio sepulcral)―; urge que la sociedad toda haga un alto, que se concientice en la familia, gobierno, universidades, fábricas, medios de transporte, y por supuesto, los medios de comunicación, para que el teléfono celular se utilice como lo que es: ¡un simple teléfono!

Con los anteriores aparatos nadie vivía atado al cordón, de no ser que se tratara de empleados en esa área. En cambio con los de nueva tecnología viven enajenados, que en lo personal me recuerda a Romeo, el personaje de Shakespeare, quien declara a su pariente Benvolio: “Yo mismo no me reconozco: No es Romeo el que ahora ves; Romeo no está aquí: está en otro sitio”. Igual los actuales telefonautas, no están aquí, están en otro sitio. Enajenados por la tecnología.

¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!

Mensajes recibidos: Fernando Guzmán Martínez, Hilda Gómez, Víctor Gálvez, Ana Rosa Da Silva, Gloria Leticia y José Tostado, César Cohen, Oscar Cornejo, Myriam Levy, Rodolfo Aceves, y Juan José Hernández. A todos muchas gracias.

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Los que no nacieron en Guadalajara, que son muchos, la mayoría desconoce cómo era nuestra ciudad. Son ajenos a sus costumbres, limpieza, amabilidad y seguridad. Los nuevos gobiernos, sobre todo el actual, tienen a las nuevas generaciones engañadas con sus mentiras, con sus logros virtuales y con su publicidad mediática a modo.

La realidad es otra, muy otra. El clima de violencia que impera en la Perla Tapatía desde que llegó el PAN en 1995 ha ido creciendo hasta hacerse insoportable. Los asesinatos son cosa de todos los días sin que el “sheriff”, comisario, o como se llame el jefe de policía, haga algo efectivo para detener tanta sangre. Un día sí y otro también los homicidios a sangre fría y a la vista de todo mundo se cometen, sumiendo en pánico a la población.

No son sicarios, son asesinos, individuos perversos que por nada quitan la vida a las personas. El uso de eufemismos evita que los criminales sean confrontados con sus terribles delitos, que si se agrega al gravísimo problema de la impunidad total que impera en Guadalajara y en casi todo el Estado, y se verá que el desánimo y la angustia se han generalizado.

¡Ah, pero eso sí, dónde se le pique en el Internet aparece un anuncio de Alfaro y su gente! ¿No hay nadie en otras instancias que ponga un alto a tanto dispendio?

     A los tapatíos no nos interesa en absoluto costosas lucecitas de colores para adornar unos días el centro. Que primero lo barran y laven, eliminen el graffiti, detengan a los ladrones de moto, de a pie, y de auto, de refacciones, que pongan agentes para agilizar el tráfico (no para levantar multas) pues no se debe festejar sin antes limpiar y poner orden en la casa.

La sociedad tapatía, lo cual no significa los ricos, sino todos los ciudadanos, está padeciendo como nunca antes el robo a casa habitación, sin embargo el sheriff que puso Alfaro no solo niega la realidad, sino que se atreve a declarar ante los medios que han disminuido un tres por ciento merced a su trabajo. ¡Qué importa que no haya patrullaje, se sabe que la gasolina está cara, bastará con que el Sr. Caro Cabrera declare y asunto arreglado!

En verdad que se necesita mucho cinismo para declarar: Le he cumplido al Presidente Municipal de Guadalajara en la recuperación de la tranquilidad de los ciudadanos”, expresó el Comisario General” en reciente rueda de prensa (2/Feb/2017).

Quizá al presidente municipal le ha cumplido, pero ante los ciudadanos, además de reprobados ambos, solo les han ofrecido mayor intranquilidad de la que ya tenían. Guadalajara es insegura, pero claro, ellos con sus guaruras las 24 horas y sus casas con guardias ¿qué inseguridad pueda haber?

El asalto al salir o llegar a casa, en restaurantes, en la calle, al retirar dinero de un banco o cajero, al subirse al auto y ser despojado, el cobro de piso, la extorsión y tantas y tantas expresiones de violencia son acciones delictivas que el Ayuntamiento de Guadalajara no quiere ver. No existen. Estorban para la campaña política en la que andan como espirituados (por eso desatienden sus deberes que protestaron cumplir).

     Los pocos tapatíos que pueden agradecer la creación de nuevos empleos con abundante trabajo son los cerrajeros, pues casas y negocios que son robados requieren de sus servicios. En este momento está más fácil conseguir un médico que un cerrajero. Andan demasiado ocupados.

Quien esto escribe fue robado el sábado (11 de febrero) en su casa, por quinta ocasión y en pleno mediodía, agregándosele al saqueo la destrucción y desorden que dejan los ladrones ¿Para qué denunciar?, además de inútil, es perder el tiempo. Así como en los asesinatos nomás van, ponen listones y levantan croquis para integrar la averiguación, igual sucede con los robos, son meros trámites para la estadística mañosa de los políticos.

En esta semana se observó en las redes sociales (Facebook para ser exactos) videos de asaltos a personas y casas, en los que como se aprecia, de nada sirven las rejas altas y las cámaras, pues tal parece que posan para ellas. Volvemos a lo dicho ¡La impunidad ha llegado al límite del hartazgo social!

Tenemos gobiernos de adorno, virtuales, solo para llevarse los multimillonarios presupuestos. Ajenos a la vocación de servicio y adictos a servirse del prójimo; en este caso de todos los habitantes de Guadalajara (incluyendo a los que no votamos por los próceres de M.C.).

Los asaltos cotidianos del Ayuntamiento que hace a través de sus inspectores que se dedican cual plaga apocalíptica a fastidiar a los ciudadanos pacíficos que tienen la desgracia de tener auto y estacionarlo afuera de casa (lo que por siempre se consideró en Guadalajara una bendición, pero que para los alfaristas solo existen los bicicleteros) es un caso al estilo Donald Trump. Nomás falta que levante un Muro entre sus ciclistas y automovilistas.

Esa Guadalajara festiva, segura, y de economía boyante no existe, si acaso existe es solo en la fantasía de los que habitan el Palacio Municipal por este trienio, pues la Guadalajara que habitamos los simples mortales está sucia, insegura, violenta, agresiva, saturada de pandillas, de tráfico horrendo (agudizado por la autoridad municipal que se ha dedicado a estrechar calles y avenidas), de drogadicción, de perversiones de todo tipo, y como si faltara algo, flagelada como ya se dijo, por inspectores municipales que en lugar de exigir a los negocios los cajones de estacionamiento que la ley señala, se lanzan a diario contra ya agredidos vecinos, a multarlos en la entrada de sus propias casas con multas ¡asómbrense Calígula, el Faraón, Herodes y Antonio López de Santa Anna!, de $ 3,260.00 pesos, convirtiendo en Satrapía lo que en los medios se publicita como Ayuntamiento.

 

¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!

 

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