Vivimos días extraños, los que fuimos formados en otras épocas nos sentimos traicionados y desilusionados en muchos órdenes, que por la fecha nos limitaremos a comentar un solo tema, que los hay y muchos: ¡La Revolución Mexicana!
Como habrá notado el lector el movimiento popular que cambió a México y le permitió un lugar en el concierto mundial, lo puse con mayúsculas, así fuimos enseñados en escuelas públicas y privadas (cuando menos en la mayoría). La gesta que permitió derribar la férrea dictadura del Porfiriato no es cosa menor ni fácil de entender. De hecho los mexicanos somos difíciles de entender. Nuestro mestizaje de español e indígena y la guerra eterna entre las propias tribus locales, ha hecho por demás difícil nuestra unión. La Revolución y la fuerza emanada de ella (hecha gobierno) logró hacer lo que nadie había podido, ni españoles, ni liberales, ni conservadores, ni porfiristas. Un México fuerte y unido.
Los maniqueos, sobre todo los de la extrema derecha y los anarquistas de la falsa izquierda que contra todo se oponen, de inmediato se rebelan contra la anterior afirmación y en nombre de su “pureza” se rasgan las vestiduras acusando a los revolucionarios de corruptos. Acusación que siempre hacen sin excepción alguna. Para ellos todos son corruptos, excepto, claro está, ellos y sus cuates.
Si acaso se la perdonan al Tata Cárdenas a quien subieron al altar patrio por haber hecho el milagro de la expropiación petrolera. Lamentablemente quienes conocen la historia saben que no hubo tal milagro, que el presidente de Jiquilpan era corto de luces y carecía de visión de estadista. Lo suyo era darle personalmente dinero a los indígenas, comer con ellos, posar para la foto y cosas muy propias de los demagogos de izquierda (por eso son demagogos). Hizo cosas muy plausibles, como abrirles las puertas a los republicanos españoles, pero nos desviamos del tema. La expropiación nació en la Casa Blanca y quien implementó todo el asunto y logística fue el viejo embajador Josephus Daniels, pues la 2ª Guerra Mundial se veía venir y los yanquis no querían a ningún país europeo en América, menos en el país vecino sacando petróleo.
La ceguera y el fanatismo les impide ver que gracias a los gobiernos emanados de la Revolución de 1910 ―una vez pacificado el país y neutralizados los generales ambiciosos a los que Ibarguengoitia describe de manera sarcástica y deliciosa en su famoso libro “Los relámpagos de agosto”― México inicia el camino del progreso.
En 50 años, de tener apenas un 20 por ciento que sabía leer y un 80 de analfabetas (1920), para 1970 la cifra se invirtió y más del 80 por ciento de los mexicanos ya sabíamos leer. Eso costó, mucho y en muchos sentidos.
La economía en todos los órdenes mejoró y el mexicano no solo tuvo acceso ya a la educación, casas, tierras, comercio y otras actividades en la sociedad, lo cierto es que pasó a ser parte de las naciones conocidas de la Tierra. En 1968 fuimos anfitriones de las Olimpiadas y en 1970 del Mundial de Futbol. La figura del mexicano dormido a los pies del cacto pasó al olvido, si bien manos extrañas de ambas ideologías que dominaban al mundo de la época nos dividieron y tomaron como laboratorio para sus perversos experimentos. La fecha fue el 2 de octubre, parteaguas de la división interna que muchos que se dicen patriotas ni entendieron y continúan sin entender a causa de su egoísmo recalcitrante y su soberbia “intelectual”.
En qué mente cuerda va tener cabida que los estudiantes defeños iban a ser tolerados para siempre con su arrogante actitud. Sobre todo cuando Díaz Ordaz era el último Presidente de la Revolución. Pasaban por abajo del balcón presidencial de Palacio Nacional y le gritaban «no queremos Olimpiadas, queremos Revolución». Disfrutaban de educación superior en las ultra modernas instalaciones de la UNAM y retaban a quienes se las habían construido y concedido educación en todos los niveles que sus padres y abuelos no tuvieron.
Ignoraban que en la etapa de poner en práctica los postulados de la Revolución, los gobiernos emanados de ella construyeron prácticamente toda la infraestructura que sostiene a México: carreteras, universidades, hospitales, IMSS. ISSSTE, aeropuertos, calles, avenidas, Metro (México, Guadalajara y Monterrey), puertos, telégrafos, teléfonos, obras hidráulicas, etcétera. Que las instituciones públicas fueron creadas o reformadas conforme a esta visión en la que los equilibrios sociales se cuidaban con celo y las fortunas mal habidas se perseguían (no todas, pero sí la mayoría).
A partir de Luis Echeverría a la fecha las cosas cambiaron. Ese extraño presidente que hacía señales con la izquierda pero que permitió que la derecha avanzara y la clase gobernante se perdiera en su ambición, acabó con la Revolución.
En lo sucesivo el desprecio, quizá por ignorancia o animadversión enseñada en casa, gran parte de los mexicanos en automático repudiaron la Revolución, cuando lo cierto es que gracias a los frutos de ésta se vivió la mejor etapa de toda nuestra historia. De 1930 a 1970 México subió en todos los órdenes su calidad de vida. Las personas vivían con modestia y la cultura del ahorro era generalizada. Lamentablemente las cosas cambiarían y una nueva cosmovisión hedonista y derrochadora atrapó a las nuevas generaciones.
Lo peor del caso es que el hedonismo entre la clase política se radicalizó con virulencia, echando al cuarto de los trebejos la Revolución Mexicana para dar paso a la ambición desmedida. En lo que corre del siglo XXI entre Foximiliano y su troupe de forajidos (del erario), abrieron las puertas de la ambición de par en par y sin que autoridad alguna les estorbara. Y como la impunidad es el mejor aliciente para delinquir, la mayoría de los gobernadores estatales se perdieron en su ambición, seguidos claro está, por presidentes municipales, regidores, Congresos y cuanto cargo público tiene acceso a los dineros públicos.
En Jalisco Emilio González Márquez gastó $74,000’000,000 (setenta y cuatro mi mil) millones de pesos de manera discrecional ―y lo pongo con números también para que nos demos una idea del exorbitante monto, único en la historia del país―; ejemplo que siguieron y han seguido muchos de sus colegas. El caso de Duarte es apenas un ejemplo de los que muchos otros han y están haciendo con el trabajo y esfuerzo de los mexicanos. Como que se les olvida, igual sucede con todos los pedinches de los dineros públicos, que los fondos nacionales se originan en los impuestos que el pueblo paga, como también del Petróleo (cuando dejaba, desde Fox sólo ha dejado deudas) y lo que gastan los turistas extranjeros. No existe un cajón que lanza mágicamente los billetes. Un país es como una casa y de acuerdo a sus ingresos se debe gastar.
Hasta el Presidente Gustavo Díaz Ordaz, México prácticamente no tenía deuda pública, era insignificante ($4,263 millones de dólares). Hoy por eso vivimos de manera tan miserable, con tantas carencias y sin esperanza futura, pues los préstamos a los que han obligado al País y los Estados nos tienen de rodillas ante los acreedores y sin que nadie diga nada, pues todos los partidos políticos, TODOS, están perdidos en su soberbia y ambición, traicionando TODOS la Revolución Mexicana. Así que mejor ni la mencionen, no hay nada ya qué festejar.
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
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