Paradójicamente entre más hablan de democracia, más alejado se encuentra el gobierno de sus gobernados. El síndrome de la monarquía ha crecido entre la alta y baja burocracia, no se diga en las élites del poder público, de tal forma que el ciudadano se ha convertido en simple súbdito destinado a trabajar como burro para satisfacer las ambiciones (de todo tipo) de los de arriba, de los poderosos que dicen ser servidores públicos, pero que en realidad solo se sirven del público.
Ajenos a toda ideología, la mayor parte de los posmodernos funcionarios y burócratas (sin distinción del partido político al que se pertenezca) ven su presencia en el escalafón del poder público como una manera única para enriquecerse, para dar rienda suelta a sus instintos y sueños de grandeza, lo cual además de reflejarse en los altísimos índices de corrupción que padecemos en las últimas décadas (sobre todo en los tres últimos lustros); se agrava en la relación pueblo˗gobierno, creciendo la distancia hasta perder todo contacto.
Engañados o auto engañados por sus equipos de colaboradores y asesores que les crean costosísimos (e innecesarios) escenarios diarios para hacerles creer que tienen “contacto con el pueblo”, lo cierto es que cada vez están más alejados de él.
Trepados a diario en aviones o helicópteros, el único contacto que tienen con el ciudadano (no con la ciudadanía, concepto jurídico que ni siquiera comprenden y lo repiten continuamente como loros en sus discursos) es prefabricado, falso, con entrada controlada y para que se les queme incienso. Asuntos de imagen. Punto.
Don Adolfo Ruiz Cortines, así como sus sucesores López Mateos y Díaz Ordaz, excelentes Presidentes los tres, viajaban más en camión que en avión, lo cual les permitía ver con sus propios ojos las obras que inauguraban, las condiciones de los caminos, y el roce con el auténtico pueblo.
Un caso concreto. Si el Presidente Enrique Peña Nieto hiciera el viaje ―sin la comitiva real que le abre camino por la fuerza― de Guadalajara a Puerto Vallarta, mejor todavía, de Vallarta a Guadalajara, se daría cuenta del olvido del gobierno al pueblo que paga impuestos y sostiene la enorme y costosísima nómina oficial. Conducir apenas 320 kilómetros en 6 y hasta 9 horas, es verdaderamente un martirio.Un viacrucis para el viajero que busca vacaciones para salir del estrés cotidiano que resulta vivir en este país, o para el que transporta mercancías, pero lo que recibe es más estrés, peligros e incomodidades sin fin.
Resulta verdaderamente ridículo que un trayecto tan corto como es de Puerto Vallarta a Compostela de apenas 130 kilómetros, en temporada vacacional se realice en 3 o 4 horas en medio de un tráfico tedioso, de curvas sin fin y con peligros de todo tipo pues no faltan los viajeros desesperados y los que no saben manejar en carretera, que luego de ir en lenta peregrinación atrás de trailer y camiones de carga, rebasan sin precaución alguna exponiéndose y exponiendo a los demás a accidentes casi siempre fatales. ¡Y como no ser así, si la carretera la construyó el Presidente Díaz Ordaz (que fue quien impulsó Puerto Vallarta) y los dos angostos carriles son los mismos desde hace medio siglo!
¿No les da vergüenza a los gobiernos federal y estatal (de Jalisco y Nayarit) ofrecer como única opción esa vieja, incómoda, e insegura carretera? ¿Cómo se atreven a promover nacional e internacionalmente Vallarta y Nuevo Vallarta con esa porquería de carretera? Si hicieran el viaje como simples ciudadanos en auto, no en avión y con su séquito de cortesanos que les impiden a diario conocer la realidad de las cosas (por tanto del país), hace años que hubiéramos estrenado autopista.
En la semana que recién termina retorné de Puerto Vallarta, un viaje de 6 horas a Guadalajara me dejó más agotado que un viaje de 11 a la frontera (pero que son puras autopistas). Por si faltara algo a tanta molestia, un ultra “celoso” policía federal me infraccionó en uno de los muchos entronques. No consideré que hubiera cometido falta alguna, pero al ver la prepotencia, soberbia desmedida y carencia absoluta de tacto con el ciudadano, le apresuré que me hiciera el folio. Dejándole como respuesta que ese celo desbordado con el ciudadano común y pacífico, lo utilizaran con los maistros de la CNTE, que roban peaje en casetas federales, extorsionan viajeros, roban madrinas con automóviles nuevos, camiones con mercancía, incendian gasolineras, queman edificios públicos y vehículos, cometiendo a diario toda clase de actos guerrilleros sin que los “celosos” policías federales muevan un dedo. Policías tan inútiles como costosos.
Por favor señor Presidente, señores gobernadores y presidentes municipales, ¡Bájense del helicóptero y transiten por las mismas carreteras que el pueblo utiliza, es la única manera de que se den cuenta lo que padece y piensa el pueblo de ustedes, para bien o para mal! Ahora sí que depende de sus obras, de su respuesta y sensibilidad a las verdaderas necesidades sociales la que marcará los resultados.
Al verdadero pueblo no le importa un comino la CNTE ni sus socios ayotzinapos y demás guerrilleros y anarquistas, esos le interesan a ustedes para que la prensa los elogie y no los califique de “represores” (pasando por alto que el que delinque se tiene que atener a las consecuencias jurídicas de sus actos). Al pueblo lo que le interesa es que no haya vándalos en las casetas de peaje que le impidan su paso, que le exijan a manera de extorsión dinero, que impongan el orden, es decir, el imperio de la ley. Aunque también espera que atiendan sus necesidades cotidianas, que no son ver en la tele que pasó hoy con los “maistros”, que se bajen del avión y del helicóptero para ver el estado de las carreteras y de manera urgente pongan remedio. Empezando con la tan esperada autopista Guadalajara Puerto Vallarta ¿o usted qué considera, estimado lector?
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
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