El asesinato de los hermanos Alfredo y Diego Páramo González (4/mayo/2013), demuestra por enésima ocasión la indolencia y frivolidad de un gran sector de la prensa, aunque del otro lado se encuentra el gobierno. La tragedia que en este momento debe tener desgarrado el corazón de la familia Páramo-González, para los entes referidos tal parece que fue la nueva ocasión para medir fuerzas y lanzar reclamos públicos.
Por supuesto que alguien en la prensa debe haber escrito palabras sinceras de consuelo para ese padre y esa madre probablemente cegados por el dolor de perder a sus dos hijos; sin embargo lo que la llamada gran prensa publicó o transmitió se limitó en su mayoría a reclamos de gremio, incluso el pretexto para ganar lectores o televidentes con el nuevo escándalo disfrazándolo de “pena” por los compañeros.
Los verdaderos compañeros de oficio no lucran con el dolor de sus hermanos, la ética lo impide. Buscan la manera de no lastimar más a una familia derribada por una tragedia tan estúpida como real.
El gobierno por su parte procuró defenderse de los ataques o reclamos de la prensa, con la delicadeza de un rinoceronte en una cristalería, agrandando la herida de David y de la madre de sus hijos al descubrir sin recato alguno las razones del doble crimen. Crimen que por cierto abofetea el rostro de un gran sector de la sociedad que además de sumirse cotidianamente en el fango, muestra sin rubor que la vida de una persona no vale nada. Supuestamente por diez mil pesos de adeudos de droga, un narco envenenador ordenó su asesinato.
Por cierto, quien debió ser ejecutado, pero en el paredón y de manera pública, es el sujeto (de ser ciertos los hechos) que les vendió o regaló la primera dosis de ese veneno llamado droga.
Los ciudadanos pacíficos y decentes en este país, que por ventura todavía son mayoría, viven sumidos en el temor y la angustia. Para estos mexicanos no hay gobierno ni ley que les proteja, expuestos a todo tipo de fauna delincuencial, a ser asaltados, secuestrados, sometidos a extorsiones (convertidas de facto en doble o triple tributación) que además de hacer de la vida del ciudadano un horrendo infierno, desalientan cualquier inversión.
La pena de la familia Páramo-González no requería de ser pretexto para las guerras de poder. Lo que David y Martha González Nicholson necesitaban(n) es saber que muchos otros padres como ellos nos dolemos con su dolor, que aunque no los conocemos personalmente rogamos a Dios para que les conceda fortaleza en esta hora de tristeza y cicatrice esa profunda herida que solo su amor puede hacerlo. Que no tenemos las palabras adecuadas para decirlo pero que no están solos, que hay un gran sector de la sociedad mexicana que los entiende y abraza silenciosamente. En ese silencio que estamos padeciendo de unos años a la fecha; desde que los gobiernos se volvieron de utilería o simple negocio de partidos. Cuando la gran prensa se olvidó de su función social para dedicarse a vender “rating” o convertirse ambiciosamente en poder fáctico.
Vaya pues a la familia Páramo-González estas palabras de Jesucristo, palabras de consuelo y vida dichas precisamente por el autor de la vida:“Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Juan 11:25-26)
¡Hasta el próximo sábado, si Dios nos permite!
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