Hoy más que nunca los mexicanos estamos obligados a hacer un alto, a pensar en lo que nos está sucediendo como país, como también la manera legal e institucional para resolver semejante crisis. De hecho, la más grave desde los gobiernos de la época revolucionaria. ¿Cuál? Que México no tiene un presidente.
Ante una situación de semejante urgencia es necesario decir a las cosas por su nombre, de evitar los eufemismos y alejar por un tiempo, el que sea necesario, las filias y fobias partidistas en cuanto a política para poder buscar juntos una solución republicana e institucional que nos ayude a resolver nuestra situación.
Sin pretender denostar ni ofender a nadie, se debe decir y aceptar (para poder resolver el gravísimo problema nacional) que no tenemos como ya se dijo, un presidente de la República. Lo que tenemos es un individuo enfermo de poder, un hombre ególatra hasta lo irracional que no tiene la menor idea de cómo se gobierna un país con las dimensiones, problemas y complejidades del nuestro.
Un anarquista de pocas luces, muy pocas, y enormes lagunas de sombras. Un hombre violento, limitado, cuyo cerebro enfermo ve todo con una cosmovisión adulterada y fuera de la realidad. Un hombre carente de valores y con principios deformados a causa de una vida de violencia, de vivir al margen de la ley, del chantaje y la extorsión política. Impuesto a salirse con la suya, lo que dejó finalmente a una especie de monstruo político (con una enorme suerte).
De tal manera le ha favorecido ésta última, que en el año 2018 unos 15 millones de mexicanos que no pertenecen a su secta política (indebidamente llamado “Partido” —pues hasta entre ellos de llaman ‘hermanos’—) le favorecieron con su voto, pues cayendo en las mentiras de este incorregible mitómano creyeron realmente que iba a acabar con la corrupción y con la pobreza. Les engañó, dedicándose a destruir el país un día sí y el otro también.
Las Sagradas Escrituras son claras y precisas al respecto: «¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?» (Jer 13:23). Resulta ingenuo pensar que cambiaría su manera de ser nada más por ser candidato y fingir una moderación que jamás ha tenido.
Resultaba del todo imposible que les cumpliera. Además de sus muy limitadas capacidades intelectuales y formativas, es un hombre enfermo de la cabeza y del espíritu, no sabe reflexionar, jamás admite sus errores y jamás hace algo para remediarlos. Para agregar a su negativo perfil la soberbia ha sido su inseparable compañera; pecado (o como usted guste nombrarlo) que le impide siempre enderezar el rumbo, al grado incluso de hacer ostentación de la misma bajo el falso argumento de que es “terco”.
No enumeraremos por esta ocasión su cada vez mayor lista de yerros e inacciones, de hecho, son ya del dominio público y, porque no decirlo, de la desesperación de decenas de millones de mexicanos que están hartos de su incapacidad, de su inacción, de su amistad y complacencia con las bandas de criminales, que ven como México se está hundiendo en el caos y perdiendo las oportunidades de crecimiento y protección para las nuevas generaciones sin que el ‘presidente’ haga algo para detener la avalancha ¿Para qué nombrar lo que es del dominio de todos?
Lo que México necesita, en calidad de urgente, es que entre los mexicanos nos pongamos de acuerdo todos o cuando menos la mayoría, incluso con los dirigentes de MORENA que les quede algo de cordura y sensatez para a ver y detener tanto mal. No podemos ni debemos continuar así. Los daños ocasionados al país son inmensos e incalculables, que incluso deteniendo esta avalancha de tonterías, derroches, incapacidades e ineficiencias, nos llevará cuando menos una o dos décadas en recuperar el terreno perdido, derramar mucha sangre para someter a la ensoberbecida fauna criminal, hacer valer el estado de derecho y tomar medidas de austeridad en el sentido contrario de las tomadas por el actual inquilino de Palacio para poder comenzar a retomar el rumbo, el orden, y la estabilidad en todos los órdenes.
Entre las cosas urgentes, en realidad muy urgentes, se encuentra la defensa de la democracia, que independientemente de todo el esfuerzo e inversión que nos ha costado a todos los mexicanos, HAY QUE HACER CONCIENCIA DE QUE EL DICTADOR LA QUIERE DESTRUIR, le estorba, como igual le estorba la seguridad, la ciencia, la educación, la productividad y generación de riqueza colectiva y todo aquello que a los ciudadanos de bien (independientemente de que se pertenezca o simpatice con algún partido político o a ninguno) nos importa y esperamos de un auténtico gobierno republicano.
No se trata de manera alguna de estimular golpes de estado o salidas alejadas de la legalidad. Se trata de que los líderes nacionales y locales se unan por encima de sus deseos e intereses partidistas en favor de México y los mexicanos, que busquen con sabiduría y concordia como resolver la salida legal de este enfermo mental que ya en este momento ocupa indebidamente la presidencia (ocasionando terribles y cotidianos daños).
Los múltiples desplantes de López Obrador en contra del orden y el estado de derecho, de la salud de todos los mexicanos, de la seguridad, la educación, la ciencia, la democracia, los bienes y demás cosas que forman nuestro activo colectivo, nos indican que cada vez está peor. Un grupo de médicos de la salud mental que lo analice por dos o tres días en sus reuniones mañaneras podrá certificar casi de inmediato la insania mental de este hombre. La Constitución marca las pautas a seguir. Los hombres de poder tienen la palabra, pero no tarden. Pues como escribiera Golda Meir en sus memorias urgiendo a los suyos a defender su país: “Les ruego que no tarden demasiado. No lamenten amargamente dentro de tres meses lo que dejaron de hacer hoy”.
¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!
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