La llevada y traída revocación de mandato promovida por Andrés Manuel López Obrador se ha convertido no solo en un distractor público (para evitar que los mexicanos vean y se indignen ante el desastre causado por su mal gobierno), sino en obsesión malsana y perversa del hombre que cobra como presidente, pero que, como Vicente Fox, nunca debió llegar a tan alta responsabilidad. Los daños que ha causado son mayúsculos y se llevará décadas en remediarlos ¿Para qué sirve entonces a México semejante derroche y desatino?
Gastar 3,830 millones de pesos en un país con tantas carencias y necesidades urgentes es un crimen, una bofetada en el rostro de un pueblo sufriente y en crisis, una expresión de frivolidad y derroche tan solo para dar gusto al dictador en gestación.
El solo pensar en los miles de niños que han muerto de cáncer por falta de medicinas, así como otros tantos enfermos de otros males que han muerto por la misma causa, hacen que el estómago se revuelva ante tanta insensibilidad. Ante tanta frivolidad frente al dolor humano.
Duele decirlo, pero la hipocresía del mandatario está envuelta en el oropel de la vanidad, aunque con anuncios bien estudiados de falsa inocencia y falsa democracia que solo engañan a los incautos. No así a los ciudadanos perfectamente enterados de lo que ocurre, a los que les interesa realmente la marcha y destino del país y no solamente el dinero con el que compra las conciencias de muchos.
Ninguna persona de bien se hubiera atrevido a semejante desatino (la referida consulta), pero como escribiera don Alfonso Reyes acerca de Porfirio Díaz, “no se es dictador en vano”. El poder los corrompe hasta ese grado, perdiendo toda sensatez, toda cordura y toda proporción de las cosas.
Si realmente no quisiera ser presidente es muy fácil: ¡QUE SOLICITE SU REEMPLAZO A CAUSA DE SU INCAPACIDAD! (toda vez que los puestos de elección popular son irrenunciables, pero ante la incapacidad confesada, no hay argumento legal alguno que le impida la salida).
El fondo de todo su circo, que lo es, son dos cosas, las dos simples y fácil de señalar. La primera, su enorme y enfermizo ego que pide ser aplaudido y aclamado en todo momento, y la consulta, según él, serviría para que sus fanáticos seguidores le refrenden su amor. Mientras que la segunda, la más peligrosa para los mexicanos, es que lleva los mismos pasos que Chávez en Venezuela, quien a mitad de su gobierno realizó la misma maniobra de la revocación de mandato preparando su eternización en el poder, que, aunque no lo logró porque la muerte se lo impidió, sí dejó a uno de sus paniaguados.
Todo como él lo sabe hacer, con engaños y mentiras, fingiendo ser quien no es y prometiendo lo que nunca cumplirá, pues el contralor de la verdad y la capacidad le han reprobado desde siempre. El agitador profesional no sabe construir, solo destruir, como tampoco el hablador sabe hacer mejor las cosas que su criticado. El hombre de bien es prudente, el hablador solo es eso ¡hablador!
Si de veras quiere dejar la presidencia de México, lo cual cuando menos dos terceras partes de los mexicanos se lo aplaudiríamos (aunque no se haga en urnas), puede hacerlo como lo hizo Amadeo de Saboya en España en el siglo XIX, reproduciendo a continuación parte de su Discurso de despedida:
—“Al Congreso:
Grande fue la honra que merecí a la Nación española eligiéndome para ocupar el trono…
Creí que la corta experiencia de mi vida en el arte de mandar sería suplida por la lealtad de mi carácter, y que hallaría poderosa ayuda para conjurar los peligros y vencer las dificultades que no se ocultan a mi vista en la simpatía de todos los españoles amantes de su patria…
Conozco que me engañó mi buen deseo. Dos largos años hace que ciño la corona de España, y la España vive en constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y ventura que tan ardientemente anhelo… todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra, agravan… los males de la Nación, son españoles, todos invocan el dulce nombre de la patria, todos pelean y se agitan por su bien… entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de la opinión pública, es imposible atinar cuál es… el remedio a tantos males.
Lo he buscado ávidamente dentro de la ley, y no lo he hallado. Fuera de la ley, no ha de buscarlo quien prometido observarla.
Estas son, señores Diputados, las razones que me mueven a devolver a la Nación, y en su nombre a vosotros, la Corona que me ofreció el voto nacional, haciendo renuncia de ella por mí, por mis hijos y sucesores… no me desprendo del amor a esta España tan noble como desgraciada, y de que no me llevo otro pesar que el de no haberme sido posible procurarle todo el bien que mi leal corazón para ella apetecía”.
Palacio de Madrid, 11 de febrero de 1873
A diferencia de los españoles con Amadeo de Saboya, en nuestro caso, tres largos años llevamos padeciendo la presidencia de un hombre sin capacidad, sin visión de estado, enemigo de la vida republicana y el estado de derecho, que por si faltara algo, es amigo manifiesto de los delincuentes y sus familias a los que ofrece abrazos e impunidad total, como también es enemigo de las empresas, de la educación, de la cultura y de todo deseo de mejorar (condenándoles con el calificativo de aspiracionistas). Ante lo ya expuesto, no queda otra cosa que decir, que si de verdad Andrés Manuel López Obrador quiere dejar la presidencia, que lo haga ya y sin mayores aspavientos, pues su referida revocación de mandato no es otra cosa que necedad, soberbia y derroche (así como inicio de una dictadura poco oculta a los ojos de los enterados).
¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!
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