Al asumir la presidencia protestó cumplir y hacer cumplir la ley, no lo ha hecho, ha faltado a su deber y ha mentido todos los días y sin parar. La democracia para el presidente ha sido una especie de botarga que solo usa para representar a un personaje que no es y que no le gusta, pero que le ha permitido y concedido logros que sin ella jamás los hubiese obtenido.
El proceso electoral que estamos, no disfrutando, sino sufriendo y padeciendo, sin duda alguna que es el más sangriento y caótico en los últimos cien años, en tanto que el presidente en lugar de hacer valer la ley y poner orden, ha dejado salir al anarquista que siempre ha sido, al hombre antisistema que participa en las elecciones como opositor perpetuo, desobedeciendo y violando la Constitución y leyes derivadas (relativas a los procesos electorales), pasando por alto que él es el titular del poder ejecutivo, que él es quien debe poner orden. Le ganó el anarquista que lleva dentro.
El deseo insano y obsesivo de Andrés Manuel López Obrador por ser presidente es causa y efecto de la situación caótica y sangrienta que padece innecesariamente el país. Teniendo división de poderes e instituciones públicas que nos han llevado muchas décadas en construir y mucho dinero para darles forma y consolidarlas; en apenas dos años y medio, el destructor tabasqueño ha desaparecido ya varias, dañado otras, y atacado con fuerza los otros poderes. No le gustan, así son los dictadores, detestan el orden y los equilibrios de poder.
Con una estrategia vulgar, mentirosa, engañadora y diseñada para que la masa votante no distinga la realidad ni conozca la verdad, AMLO se ha convertido en el jefe de campaña de Morena, el partido de su propiedad, mejor dicho (y usando sus propias palabras) de su mafia, violando todos los días las leyes desde su plataforma de adoctrinamiento matutino malamente llamada “conferencia de prensa”, que no lo es.
Con su desprecio habitual a las personas y el orden constitucional, el tabasqueño se ha olvidado totalmente de TODOS LOS CONTENDIENTES QUE NO SON DE MORENA dejándoles expuestos a las diversas bandas criminales que azotan al país de costa a costa y frontera a frontera, para quienes ofreció desde el principio “abrazos, no balazos”, y siendo los únicos a los que le ha cumplido.
Ante su desatención e indiferencia para los contendientes de los partidos políticos contrarios a Morena (y sus satélites), la sangre se ha derramado en abundancia por casi todo el territorio nacional, enlutando muchos hogares al permitir que los criminales participen marcando el rumbo a los votantes (y con ello el destino del país).
La acusación del dirigente nacional del PRI, Alejandro Moreno de que el gobierno federal está rebasado por la violencia, con 89 contendientes asesinados y 724 delitos contra ellos, es inexacta. La realidad es que el gobierno federal, es decir, el presidente López Obrador, no ha querido combatir a los delincuentes. Los ha dejado que se muevan a sus anchas eliminando a los opositores a su régimen y permitiendo que las balas decidan quien gobierna. Esa ha sido la política del estado. No hay rebase, hay permiso oficial.
Aunque se quiera ser respetuoso de las personas, lo cierto es que todas las evidencias apuntan hacia un narco gobierno o a un gobierno aliado con estos grupos. No puede ser de otra forma. No se puede entender semejante impunidad concedida a los maleantes, quienes comparten el poder descaradamente con el gobierno de AMLO.
Sabedores del poder del Ejército y la Marina, de su sofisticado, abundante y costosísimo equipo y armamento, ni que decir del número de tropas (al que debe sumarse la Guardia Nacional), no se puede entender tanta pasividad y afecto para las bandas criminales.
Ha sido a tal punto el descaro del presidente en este sentido, que ante la denuncia cotidiana en los medios de los asesinatos y atentados contra los candidatos y contendientes electorales, prefirió acusar a los medios de “amarillistas” en lugar de mandar a los cuerpos de seguridad a poner en orden en las calles. A nadie le queda duda que para el presidente López Obrador valen más las vidas de los delincuentes y vándalos (tan queridos por él), que los candidatos ajenos a Morena y los ciudadanos en general.
Su falsa conciencia democrática como su falsa fe cristiana, además de ser desnudadas cotidianamente por sus acciones, las propias Sagradas Escrituras lo hacen con severidad desnudando al impostor: “Si un gobernante atiende la palabra mentirosa, todos sus servidores serán impíos” (Prov 29:12).
O como escribiera aquella sabia historiadora y filósofa siria que decidió voluntariamente hacerse mexicana: “Los celos, la envidia son aquí piezas de un edificio sin aberturas; nadie debe levantar la cabeza por encima de la pequeñez general. En un pueblo verde, nadie puede tener un color diferente. Sus grandes hombres han tenido que dejar de ser grandes; o han sido ninguneados y destruidos, odiados y rechazados” (Ikram Antaki: El pueblo que no quería crecer, pág. 90). La pequeñez moral e intelectual del destructor solitario de Palacio Nacional solo admite el color morado de Morena; sus complejos, odios y limitada inteligencia le han llevado a ningunear, destruir, odiar y rechazar a algunos de los grandes hombres que quedan en México.
La portada de la revista inglesa The Economist le describió tal cual es: «El falso mesías», publicación prestigiada a nivel mundial con un tiraje de 1’500,000 ejemplares, pero que para el tirano de Palacio Nacional es ‘un pasquín, con una portada majadera, muy grosera’; mientras que él todas las mañanas y desde que asumió la presidencia, ofende majaderamente con sus groserías habituales a millones de mexicanos. Todo esto nos lleva a pensar y concluir el por qué tenemos las elecciones más sangrientas en un siglo y un presidente voluntariamente inmóvil.
¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!
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