Opinión

La locuacidad de López Obrador carece de frenos y límites. A tal grado llegan sus mentiras y cinismo que se considera (con la seriedad necesaria) si está realmente sano de la mente, ya que no es posible llegar a los excesos a los que se ha atrevido. De hecho, no hay día que no mienta, todos, sin excepción inventa una realidad alterna, como tampoco jamás acepta sus yerros, del tamaño que sean. Siempre tiene a la mano la acusación para el otro, la descarga de la responsabilidad propia en el prójimo; genio del escapismo moral y de la responsabilidad oficial a sus cotidianos yerros, no pocos de ellos graves o muy graves.

Uno de ellos es la estrategia implementada para enfrentar la pandemia del coronavirus, si es que se puede llamar así a la improvisación, indolencia, tacañería y el valemadrismo. Más de 400 mil muertos en el país, con un promedio de 1,500 diarios en las últimas semanas, 10 mil contagios también diarios, hospitales saturados y sin los medicamentos suficientes y necesarios, con carencias de implementos y equipos para enfrentar esta terrible plaga, son los resultados de un gobernante y un gobierno que no estaba preparado para hacerlo, ocasionando en su atrevimiento e indolencia daños terribles a México hasta ahora no cuantificados e irreparables (que como ya se dijo solo de muertos por el coronavirus superan los 400 mil, siendo el país con el índice de mortalidad más alto en el planeta).

Lo peor de todo es que en medio de este cuadro dantesco en el que se encuentra el país, con hospitales colapsados y los panteones a rebosar y con largas filas de carrozas ya sea para sepultar o para incinerar los cuerpos (la mayoría a causa del coronavirus), el pasado día 15 en rueda de prensa, López Obrador se atrevió a decir “que le gustaría pasar a la historia como EL PRESIDENTE DE LA SALUD ¿En verdad, es en serio? ¿Cómo entender semejante atrevimiento? De plano, o está mal de sus facultades mentales o es una persona cínica y sin escrúpulos, un ser ególatra hasta lo irracional, incapaz de medir sus acciones y palabras.

Sin embargo, y como es costumbre en él, jamás concede paso a la auto crítica, al contrario, a la manera de Eva y Adán siempre proyecta la culpa en otros, así que para construir su fantasía de ser “el presidente de la salud”, echó mano de nueva cuenta a su gastadísimo (y falso) discurso contra la corrupción, intentando con ello cubrir su TERRIBLE FRACASO para ENFRENTAR LA PANDEMIA: “No obstante… este proceso está lleno de obstáculos que hay que ir brincando, pero lo más importante es no cansarse, (nuestros) adversarios los corruptos apuestan como estrategia que nos desmoralicemos y aceptemos que no se puede o que hay que transar, no nada, seguir adelante, transformado, y haber quien se cansa primero” (El Universal, 16/Feb/2021).

¿De qué habla el presidente? ¿En qué mundo vive? Incapaz nunca de aceptar sus cotidianos yerros, sus decisiones improvisadas y no pocas veces absurdas y contrarias a las necesidades, ya olvidó que con precisamente por sus decisiones anteriores a la llegada de la epidemia y las tomadas para enfrentar ésta, SON LA CAUSA DIRECTA DE LA HECATOMBE, de este exterminio u holocausto, que pudo evitarse (en un gran número de muertes y contagios) si se hubiesen tomado las medidas sanitarias adecuadas. Pero no, se impuso la tozudez y miserable visión política del mandatario, cuya mente no conoce la diferencia entre éste y el mandante. Tiene complejo de dueño.

¿Ya se olvidó que fue él precisamente quien destruyó —con el pretexto de una corrupción que no ha combatido excepto de saliva— las redes de compras y distribución de medicinas que llevaron décadas para implementarse? ¿Ya se le olvidó que encargó las compras de medicamentos a personas fieles a él, pero que no tenían ninguna relación ni conocimiento con las medicinas, su uso, necesidades, requerimientos de temperatura, transportación y distribución a nivel nacional? ¿Ya se le olvidó que dejó de inmediato sin medicinas a los niños con cáncer, a diabéticos y otros enfermos? ¿Ya se le olvidó que a causa de sus pésimas decisiones las cirugías (esperadas por largo tiempo por los pacientes) o se pospusieron o se cancelaron? ¿Cuántas muertes no contabilizadas aun por estas decisiones?

¿Es su amnesia o simple cinismo recordar que fue él quien canceló el Seguro Popular?, un servicio que siempre se concedió a los que carecían de Seguro Social y que proporcionaba Salubridad (Secretaría de Salud), seguro al que Vicente Fox le agregó un costo de $1,000 pesos anuales y le puso nombre, pero que a decenas de millones de mexicanos les era benéfico y necesario, eliminándolo con el INSABI, un mamotreto que solo existe en la mente del tabasqueño.

    ¿Ya olvidó el presidente que fue él, y solo él, el que nombró al merolico López Gatell, que aunque cuenta con buen currículum, su personalidad es de político al estilo Morena, pero no de un científico necesario para enfrentar a tan terrible plaga. Por lo que en su momento tanto el presidente López Obrador como su delfín López Gatell tendrán que rendir cuentas de tantas muertes y tantos infectados (que pudieron evitarse).

¿Ya olvidó el presidente que tuvo cuando menos tres meses para prepararse antes de que llegara la epidemia de coronavirus y no lo hizo? ¿Ya olvidó que minimizó las cosas a su llegada diciendo de manera pública que ‘se abrazaran?, ‘que salieran a comer’, ‘que no pasaba nada’…

     ¿Ya olvidó el presidente que para no desviar dinero de sus obsesiones políticas (electorales y electoreras en primer orden) no quiso gastar en pruebas para detectar contagios, como tampoco en adquirir equipos, medicamentos y vacunas (como lo hicieron todos los países que ya están muy avanzados en las vacunas), y que las pocas que nos llegaron no las compró, sino que se las regaló su amigo el golpista Donald Trump?

      ¿Ya olvidó el presidente que se opuso —y sigue oponiendo— al uso de medidas sanitarias para evitar los contagios, como es el caso del cubrebocas, provocando con su mal ejemplo confusión y promoviendo conductas antisociales en sus seguidores colapsando con ello hospitales y la economía nacional?

      ¿Ya olvidó el presidente que a causa de su pésima estrategia la economía del país se colapsó?, que tardarán varios años, cuando menos un lustro, para volver los negocios al punto en que se encontraban al llegar la pandemia; y que para ese momento la economía lejos de crecer había quedado en 0.1 por ciento (y en el 2020 bajó hasta el -8.5).

¿Ya olvidó el presidente que durante el azote de esta peste posmoderna llamada coronavirus no ha tocado a las bandas delincuenciales y tanto la Guardia Nacional como el Poder Judicial se convirtieron meros adornos de costo multimillonario?

Y podríamos continuar con la lista, pero el espacio obliga reducción, terminando con una pregunta por demás molesta e hiriente para prácticamente la mayoría de los mexicanos, no se diga para todos los que han perdido familiares o han enfermado (excepto para sus cómplices y lacayos) ¿El presidente de la salud? ¡Por favor, ya es demasiado…!

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

Email: mahergo1950@gmail.com

 

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Parafraseando a Shakespeare, su maravillosa y confrontadora obra Hamlet nos permite tomar este breve texto y trasladarlo de Dinamarca a la ciudad china de Wuhan, sitio donde apareció esta terrible plaga llamada CORONAVIRUS, que al inicio se consideró se trataba de un problema y contagio local, resultando a la distancia un virus letal (con demasiados síntomas y demasiadas complicaciones; una especie de coctel de bichos malos) que tiene aterrorizada a gran parte de la humanidad.

    Se consideró como ya se dijo, que se trataba de un virus más, sin embargo, visto a la distancia y con el manejo político y mediático que le dieron los chinos, el asunto abre la puerta a otras conjeturas ajenas a lo que ellos dijeron. El confinamiento obligado para su gente es entendible y creíble, lo que no es creíble es que hayan construido un enorme hospital en tan solo 10 días en Wuhan (presentando todos los días supuestas escenas y tomas de la construcción). Advertidos de su manera de manipular y controlar las cosas y las mentes, lo creíble es que en 10 días dieron a conocer videos hasta la conclusión, lo que de ninguna manera significa que las cosas hayan sido así. Nadie de occidente fue testigo. Hacer los planos, diseñar cimentación, redes hidráulicas, eléctricas y todas las redes e implementos propios de un hospital de semejantes dimensiones, así como su equipamiento, todo en 10 días, es literalmente imposible. Son inteligentes, pero no son dioses. Sin duda que desde antes tenían los planos y su construcción solo ellos saben cuanto duró.

      Ante falacia de semejante tamaño, con apenas 3,869 muertos a causa del coronavirus en Wuhan cuando tan solo en Jalisco ya van 9,469 decesos, los hechos y evidencias muestran otra dirección del tema, que para ser concisos, sugiere el inicio de una guerra bacteriológica; guerra que obviamente incluye comercio, economía, poder geo político y reducción de población. Sobre todo si se toma en consideración que el entonces presidente Trump tenía una postura hostil contra China, atacando un día sí y otro también su economía y refiriéndose a ellos con manifiesto desprecio.

     La cuestión es que el virus se propagó muy rápido fuera de las fronteras de China, que si se considera una guerra bacteriológica, sí se explica el avance tan rápido de la enfermedad. Epidemia que según dicen los chinos apareció en un mercado de Wuhan y se originó en los murciélagos.

     Desechando las absurdas e incluso estúpidas teorías de conspiraciones, pero sin perder de vista la maldad del ser humano y la perversión de los políticos de casi todas las razas y corrientes, la posibilidad de la manipulación del virus en un laboratorio no tiene nada de descabellado. En todo caso la realidad actual que nos presenta la pandemia nos recuerda aquella caricatura seria y con mensaje creada en 1940 por Walt Disney, en la que Mickey se mete de «aprendiz de brujo» y logra entrar en ese mundo, sin embargo sus trucos se salen de control provocando un caos absoluto (“Fantasy”); caos que como se aprecia ya se percibe en muchísimos países; excepto en China, que se encuentra en calma y disfrutando de la normalidad.

    Volteando las hojas del calendario, cuando Wuhan estaba bajo la epidemia, los noticieros en México decían que personas de origen chino compraron todos los cubrebocas en existencia. Un par de meses después México compraba a China cargas completas de equipos de protección para médicos y personal de hospitales, respiradores, cubrebocas, vacunas (para cuando estuvieran listas), etcétera.

   Durante casi todo el año 2020, Estados Unidos, Europa, México y muchos otros países cayeron bajo las garras del coronavirus, saturando los hospitales y acabando con sus economías y la estabilidad de sus sociedades, destinando todos sus esfuerzos y fortunas a la atención de la pandemia, que, de ser una guerra, el ganador está a la vista de todos (si es que en una cosa así puede realmente considerarse ganador a alguien).

     Hagamos un breve recuento histórico que nos ayude a entender lo que sucede. Durante la guerra fría, el uso de armas convencionales creció tanto (y el negocio no se diga) que los propios actores (E.U. y Rusia) se espantaron pues el arsenal era suficiente para destruir muchas veces el planeta, así que además de realizar hipócritamente pactos de paz, enderezaron sus baterías hacia el campo de las armas químicas y bacteriológicas.

    Lamentablemente gran parte de las nuevas generaciones carece de los conocimientos suficientes, lo que les lleva a negar lo anterior, que si le agregamos las estupideces de los fanáticos seguidores de Trump (que ven conjuras por todas partes; capaces de defender el derecho a la vida, pero incapaces de ponerse un cubrebocas defendiendo su derecho); tenemos como resultado multitudes desinformadas incapaces de creer las políticas que las potencias implementan. Las lecciones de la historia no las conocen y la maldad del hombre la diluyen en una visión color de rosa de los derechos humanos que solo existe en su mente.

    Faltos de espacio y recordando que el gobierno de Hitler implementó como política pública el extermino de los judíos, los comunistas, enfermos mentales, gitanos, y otros grupos, traemos a la memoria dos casos emblemáticos de la guerra bacteriológica. El primero ocurrió en los años 60 y 70 del siglo pasado. Un experimentado periodista francés, asignado como corresponsal a Washington, describió en esa época y con lujo de detalles, el escenario legislativo y las razones de estado para justificar y mantener tanto las armas químicas como las bacteriológicas (arsenal en el que cabe perfectamente el coronavirus y otros):

 

“Richard Nixon había encontrado el medio de ir, a poco precio, por encima de los deseos de su oposición liberal y de la comunidad internacional… Renunciaba completamente al uso de armas bacteriológicas mortales hasta en respuesta a la utilización de tales armas contra Estados Unidos. Limitaba la investigación en ese campo de los medios de defensa e inmunización. Y ordenó al Pentágono estudiar los medios de desembarazarse de los depósitos de armas bacteriológicas que había acumulado. ‘La humanidad guarda ya entre sus manos demasiados gérmenes de su propia destrucción’… En el Pentágono, los jefes de estado mayor tomaron ese revés con filosofía… Las decisiones presidenciales dejaban prudentemente la puerta abierta a la utilización de armas químicas no mortales… Las substancias mortales no constituían más que una pequeña parte del arsenal químico del Ejército americano” (Claude Moisy: E.U.A en Armas, Editores Asociados, México 1972, págs. 357-358).

 

   El otro caso es más reciente, ocurrió en el año 2005 durante un viaje del entonces senador Barack Obama a Ucrania, acompañado del también senador republicano Dick Lugar; quienes visitan en la ciudad de Kiev el Centro de Control de Enfermedades, sitio en el que una mujer con bata y mascarilla, saca del laboratorio unos tubos de ensayo del congelador sacudiéndolos cerca de la cara de Obama, quien le pregunta al traductor qué era eso:

 

“Esto es ántrax explicó el traductor, apuntando a la probeta en la mano derecha de la mujer. Aquella otra dijo, señalando la mano izquierda es la peste.

     Miré hacia atrás y me di cuenta de que Lugar se había mantenido al fondo de la habitación…”. Barack Obama: La audacia de la esperanza, Debolsillo, México 2018 (pág. 370). ¿Para qué quieren los rusos esos bichos?

 

    Los más viejos sabemos que durante la 1ª y 2ª guerra mundial el uso de sustancias químicas y otras armas no convencionales estuvieron presentes, no se diga en la guerra de Vietnam y otros países del sudeste asiático. Pensar que los gobernantes no se atreverían a modificar un virus en laboratorio es algo por demás ingenuo. Algunos ciertamente jamás lo harían. Sin embargo hay otros que se atreven a todo cuanto esté a su alcance. El poder los enloquece y pierden toda proporción y sentido de humanidad.

   Con la aparición del CORONAVIRUS además de la tragedia para muchos de los pueblos, incluido México, algunos actores aparecieron en escena protagonizando papeles no concedidos. Es el caso de la OMS que de pronto ha pretendido ser el juez y rector de la humanidad, diciendo qué sí, que no, que vacunas sí y cuales no (cuando los propios laboratorios han aceptado carecer de protocolos y estudios en ciertos sectores de la población). En fin, una nueva geopolítica que parece anunciar entre líneas la existencia de una guerra bacteriológica.

     Una posible guerra que a nivel mundial ya ha cobrado 2’382,634 muertes, en México más de 400 mil (un promedio de 1,500 diarias en las últimas semanas; en Jalisco también unas 120 diarias) y que tal parece que solo Estados Unidos y algunos países de Europa están atacando con firmeza y un plan verdaderamente estratégico; cosa que en nuestro país no ha sucedido pues ha prevalecido el manejo político y la ciencia ha sido desechada. Por eso las graves consecuencias.

Habrá que entender que este tipo de guerras, como el espionaje, jamás se pelean abiertamente, son supletorias y derivadas de las guerras convencionales. Así que como dijimos al principio… “¡Algo huele mal en Wuhan!”

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

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Sus mentiras e incapacidad están acabando con el país. Cuando era candidato a la presidencia criticaba rabiosamente la violencia que se padecía, prometiendo que de ganar las elecciones acabaría con el derramamiento de sangre y por tanto con la violencia. Una de sus muchas e incontables mentiras. Ganó las elecciones y los violentos son los amos del país. Ni siquiera la pandemia intimidó a esas hienas disfrazadas de humanos a los que el presidente López Obrador no toca ni con el pétalo de una rosa. Para ellos “abrazos, no balazos”, así lo dijo públicamente (y es a los únicos que les ha cumplido)

Piensa mal y atinarás, advierte un viejo refrán. En el caso de AMLO el refrán le viene como anillo al dedo, doce años de campaña, sin trabajar nunca en nada, excepto viajar y viajar como aspirante a candidato, de recorrer toda la república con un séquito, lo cual y dicho sea de paso, debió costar una fortuna multimillonaria, lleva a pensar que alguien le estuvo sosteniendo ese nivel de vida.

Y como los pobres no tienen para sostener y gastar cientos o miles de millones en giras de políticos ociosos (en 12 años eso era), habrá que voltear la mirada hacia otro lado. Hacia los empresarios definitivamente no, no suelen tirar su dinero ni gastarlo en trotamundos, aunque se digan políticos o se disfracen de próceres. Son personas que saben perfectamente como se gana el dinero y la necesidad de administrarlo. No se diga en un sexenio que lejos de protegerlos les considera explotadores, fifís, conservadores, etcétera.

Un ejemplo: miles de negocios cerrados por el gobierno (a causa del coronavirus) y sin ayuda oficial de ninguna especie, provocó que para cubrir nóminas, impuestos, rentas, luz, etcétera, empresarios y comerciantes acabaran con sus ahorros (lo cual le ha importado un comino a este gobierno indolente e incapaz que les ha llevado a la quiebra y tiene a otros tantos bajo esta terrible amenaza). Lamentablemente el presidente solo tiene interés de ayudar a los pobres, al pueblo bueno. Pero no a los que crean los empleos para los pobres.

Ese pueblo bueno que asesina, roba, extorsiona, que asalta, que toma casetas de autopista, que al amparo de usos y costumbres asesina doctoras sin que la autoridad intervenga, que asesina mujeres todos los días, que roba los combustibles de los ductos de Pemex, que descarrila trenes para saquear la carga, que roba camiones de carga, que siembra amapola, que trafica con armas, que vende drogas, que secuestra, que secuestra jóvenes para obligarlos a delinquir y si no lo hacen los asesina y mutila, que delinque de una y mil maneras, pero que por ser bueno y cercano al corazón de AMLO les concede una impunidad del 99 por ciento a sus fechorías, como también liberó de la cárcel a 3,322 de los pocos delincuentes que había detenido (argumentando la ‘pandemia’, cuando la pandemia nacional son ellos).

Pueblo bueno al que le ofreció abrazos y no balazos, pero que en el año 2019 asesinó 36,476 personas y en el 2020 asesinó a otras 35,484, dejando al país en un mar de sangre (en tan solo dos años 71,960 mexicanos asesinados). Pueblo bueno al que pertenece el decente señor Guzmán Loera (con el que el presidente se disculpó desde Palacio; sin que las familias de los casi 72 mil asesinados en su mal gobierno le merezcan atención alguna).

Pueblo bueno al que el presidente actual le justifica todo, atribuyendo sus muchos delitos a las desigualdades —y no a la maldad e inclinaciones perversas del ser humano, así como a la nula aplicación de la ley—; mientras que las clases medias se esfuerzan por hacer lo correcto y vivir dentro de la legalidad (aunque las desigualdades económicas, el coronavirus y los delincuentes les mantengan en un estado permanente de terror).

Pueblo bueno que mata policías, humilla soldados y les reclama por intentar destruir sus cultivos de amapola y mariguana, que organiza bandas criminales a las que el gobierno nomas clasifica y reconoce su existencia pero que no las toca, que organiza manifestaciones y toma edificios públicos destruyendo como hunos cuanto encuentra su paso, que roba autobuses de tres o cuatro millones de pesos para moverse y saquea las mercancías de camiones de reparto. Todo con absoluta impunidad por ser pueblo bueno.

Pueblo bueno al que pertenece la mamá del honrable señor Guzmán Loera, a la que para saludar es capaz de detener el convoy presidencial y atender a tan ilustre dama, mientras que a los que crean empleos no los recibe y a sus paisanos de Tabasco les inundó Villahermosa… ¡aunque, claro, y para que vean que todavía tiene algo de conciencia, les perdonó esta semana nada menos que 11,000’000,000 millones de pesos que adeudaban de luz a la CFE! (la cual se estuvieron robando —por consejo de AMLO—, desde el año 1995).

Pueblo bueno al que protegió el presidente soltando en octubre de 2019 al nieto de la mamá del referido Sr. Guzmán ¿Dónde tenía la cabeza el Ejército Mexicano al pretender capturar a tan honorable ciudadano? ¿Acaso el joven Ovidio Guzmán no es parte del pueblo bueno, de ese que enyerba y destruye vidas y familias con la maldita droga, porque detenerlo entonces?

Así que no resultando suficiente la desgracia de la pandemia para los mexicanos y los cientos de miles de muertes que ha provocado, el sufrimiento, la pobreza y demás; tienen además que soportar a los cientos de miles de asesinos y delincuentes a los que el gobierno de López Obrador no toca y sí protege (desde el momento que el poder judicial es apenas un oneroso ornamento, y un instrumento de venganza; el caso de Rosario Robles es un vivo ejemplo).

En uno de sus libros, el escritor y ex Gobernador de Jalisco, el Lic. Flavio Romero de Velasco, un hombre que supo y pudo poner orden, escribió: “Mucha es la sangre de los mexicanos, que sin provecho alguno, ha ido a parar a los albañales de la historia”, frase a la que podemos agregar, “y con ignominia” ¿No hay nadie en este remedo de gobierno que tenga valor para confrontar al presidente, de hacerle saber su fracaso y el estado real que guarda el país? Entre hospitales colapsados y sin medicamentos, con un cuerpo médico diezmado por la muerte y la prolongada fatiga, y una fauna delincuencial ASESINA y PERVERSA, la vida de los mexicanos se ha convertido en una pesadilla permanente, en un escenario real de terror. Tenga Dios misericordia de México.

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

Correo electrónico: mahergo1950@gmail.com

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Probablemente esta es una de las peores épocas de la historia en el trato a los viejos. No se diga en México. Durante siempre los viejos, por múltiples y fundadas razones eran el grupo social más respetado, en ellos se reconocía la sabiduría y se aprovechaba su experiencia. Experiencia que se hacía sentir en el gobierno, en la obra pública, el hospital, la catedra, los negocios, pero sobre todo en la familia.

    A la salida del pueblo hebreo de Egipto, de su liberación de la esclavitud padecida para llevarlos a Eretz Israel, Dios mueve a Moisés a delegar sus grandes tareas y responsabilidades en un selecto grupo de ancianos (grupo del que luego vendría el famoso sanhedrín). A lo largo de la historia vemos a los viejos ya sea gobernando como reyes, emperadores, presidentes o como consejeros de ellos. El respeto social para los viejos era una manera de reconocer y devolver el benefició recibido de ellos, de una vida de trabajo y ejemplo para las nuevas generaciones (sin olvidar que siempre ha habido viejos necios y sin sabiduría, la 4-T nos puede ofrecer un amplio catálogo).

    Hoy las cosas han cambiado, no se diga en el México lopezobradorista, un infierno que con propaganda vulgar y machacona (a la manera de los nazis) pretende hacernos creer cosas que no son ciertas, ni tampoco podrán ser; un mundo de fantasía que solo existe en la mente calenturienta del tabasqueño que cobra como presidente, aunque la silla le quede demasiado grande. No por viejo, sino por sus muchas carencias y deficiencias personales.

     Mañoso y manipulador como siempre ha sido, López Obrador ha tomado la bandera de los viejos para ganar una popularidad inmerecida, y por cuanto es propenso al engaño y a la simulación, y a sabiendas de que somos un pueblo con muchas carencias y desigualdades, implementó quizá asesorado por sus amigos chavistas y maduristas de Venezuela un programa de ayuda económica para los viejos, lo cual no estaría mal si los propósitos fueran otros y no se hiciera de estas ayudas un botín electoral a manera de anzuelo para pescar voluntades y comprar conciencias. El necesitado al recibir ese dinero y para asegurarse de seguir recibiendo esa ayuda, lo más probable es que vote a favor de Morena, pues justo para eso se creó ese programa (como el de darles dinero a los jóvenes y a otros grupos).

    Volvamos al tema de los viejos, independientemente del pésimo gobierno que ha sido la 4-T (probablemente el peor del siglo XX y XXI), el trato que nos ha concedido a los viejos además de repugnante es por demás condenable.Para empezar el eufemismo de «3ra edad» no dice ni significa absolutamente nada. Puede ser tres años, treinta, o lo que quiera y guste el que lo dice, pero en castellano puro no significa nada. Somos viejos y los más viejos ancianos, y no es ofensa decir viejo o anciano, en todo caso el tono con que se digan las palabras es el importante.

    ¿No les ajustó el termino sexagenarios, septuagenarios u octogenarios? Quizá es mucho pedir para los integrantes de la 4-T, sus conocimientos no parecen llegar a tanto. Un gabinete integrado en su mayoría por improvisados, por manifestantes y marchistas, grupos anarquistas, maistros de la CNTE, barzonistas, activistas (lo que esto signifique) y demás agitadores profesionales, vinieron a ocupar cargos y responsabilidades públicas anteriormente ocupadas en su mayoría por personas capacitadas (aunque siempre ha habido vividores y farsantes en el poder, pero no en tal volumen).

    Ver a cientos de miles de viejos en pleno siglo posmoderno (que se ufana de los inventos tecnológicos) peregrinar en plena pandemia de oficina en oficina pública para ver si les dan la ayuda (que realmente necesitan) aunque sin resultados, y ver en la televisión y escuchar en la radio lo que hacen por ellos sin ser cierto, o parcialmente cierto, produce verdadera indignación. Son viejos, ya dieron su esfuerzo por su familia y país y no merecen semejante ofensa.

     Si realmente los quisieran ayudar, en primer orden harían un padrón confiable y depurado en el que solo estuvieran los que realmente necesitan ese dinero, pues hay quizá decenas de miles (sino es que cientos) que no lo necesitan o sus familias los pueden ayudar. De nadie es un secreto que para comprar las voluntades de estos viejos y de millones de ninis (jóvenes a los que se está echando a perder al privárseles del esfuerzo para abrirse camino en la vida) se ha estado desviando dinero público indispensable en otras áreas, incluso salud. Una vez elaborado dicho padrón y por medios modernos (Bancos, tarjetas, cheques a domicilio, etc.) hacerles llegar cada mes la ayuda y no hacerlos viajar a ningún sitio, lo cual, además de indigno, solo es para hacerles saber quién les está dando y obligándoles a deber un favor que no es favor, pues AMLO no les está dando de su bolsa sino del dinero de los mexicanos, no de todos, sino de los que trabajan y pagan impuestos.

    Por si le faltara algo a este remedo de gobierno, a esta dictadura bananera desordenada y sin rumbo (excepto para intentar mantenerse en el poder), las medidas y políticas implementadas contra los viejos son inhumanas, propias de racistas e incivilizados, incluso de propiciar una eutanasia poco simulada aprovechando la pandemia ¿O cómo considerar el trato concedido a los viejos en el sector salud, dónde no hay camas para ellos, donde no hay medicamentos o muy escasos, muchos menos espacio en terapia intensiva, que ni en sus casas pueden ser atendidos ya sea por falta de oxigeno o de médicos, que si logran una cama en un hospital público se despiden de sus parientes al entrar porque se pierde toda comunicación, lo que conduce a pensar tantas cosas?

     En la calle el trato tampoco es mejor; nos han recetado la reclusión domiciliaria como si ser viejo fuera un delito, mientras que a ninis y rebeldes les permiten hacer fiestas, andar en la calle sin ninguna medida de salud, etcétera, etcétera. ¿Cómo aceptar y digerir que no se nos permita entrar al supermercado, a un centro comercial, a ningún lado? ¿No podría fijarse medio día para unos y medio para otros? Las medidas del gobierno no permiten ver un cuidado por los viejos, sino otra cosa muy distinta.

     Los jóvenes fiesteros, los ayotzinapos, los robadores de casetas, la enorme y abundante fauna delincuencial ni se diga, todos, absolutamente todos andan en la calle y pueden hacer lo que se les venga en gana. No se está diciendo que los viejos deseamos andar igual. Se está diciendo que pongan orden, que si realmente les interesa que la pandemia vaya disminuyendo pongan orden con los rebeldes. Con los viejos les ha resultado muy fácil y aparentemente lucidor, pero se equivocan, su desprecio y atentado contra la dignidad nos mantiene en agravio e indignación permanente. Queda en el cartucho de la impresora más tinta al respecto, pero concluyo por esta ocasión con una advertencia divina al respecto: “Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano, y de tu Dios tendrás temor. Yo Yahwéh” (Lev 19:32).

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

 

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