Opinión

Entre los primeros grandes beneficios que trajo la Revolución Mexicana fue la creación y el fortalecimiento de las Instituciones Públicas; tarea realizada por ese gran estadista llamado Plutarco Elías Calles, quien a pesar de las duras críticas en su contra antepuso el interés nacional a su ego.

Lejos, muy lejos, nos encontramos en tiempo y titulares del poder ejecutivo; personalidades más antagónicas no se puede. Para el Presidente Elías Calles dejar un país en orden, llevar la educación a todos los mexicanos y sentar las bases para un futuro promisorio del país lo era todo. Para López Obrador su persona lo es todo, su moral y sus supuestas creencias cristianas deben ser aceptadas como dogmas; ni siquiera la ley puede estar por encima de lo que él cree y piensa.

     Los únicos que quizá no sepan de su alergia y repudio a las Instituciones Públicas y el estado de derecho son algunos millennials y parte de sus fanáticos seguidores. La inmensa mayoría de los mexicanos sabemos, y esa ha sido la causa principal del rechazo a su persona, que ha sido un individuo violento, anarquista, detractor y crítico de las instituciones públicas, violador perenne del estado de derecho, amigo de vándalos y delincuentes (que al amparo de algún sindicato o membrete se creen con derecho de robar y destruir patrimonios, tanto público como privados).

     Lamentablemente el actual presidente no ha querido madurar, pretende continuar en campaña, cuando el cargo le reclama cumplir y hacer cumplir la ley. Como también le reclama tomar las mejores decisiones para el país en todos los órdenes, cosa que no ha sucedido. Rodeado de incondicionales y lambiscones profesionales (que todos los gobiernos los han tenido y México padecido) ha carecido del necesario discernimiento para desechar a los cortesanos vividores (sanguijuelas del presupuesto, les decía “Palillo”) y no ha sabido acercarse a personas sabias y capaces que le orienten en las determinadas materias. Su facilidad para ofender y calificar con desprecio al otro le han dejado muy pronto solo, rodeado de incondicionales y paleros, por lo que no se observa a su alrededor ni conocimiento, ni experiencia, mucho menos dignidad para hacerle saber desacuerdo o señalarle el error cuando lo hay (tan necesario en la buena conducción de cualquier país).

Haber cancelado el NAIM le marcó para siempre como un hombre poco racional, testarudo y despilfarrador, pues su deber era continuar tan necesario proyecto y si había corrupción, investigar, detener, procesar y sentenciar a los culpables, punto, pero no tirar a la basura más de cien mil millones de pesos de dinero público (aunque Jiménez Espriú diga que solo fueron $ 71,000’000,000 millones, pues solo toma en cuenta lo que se pagó a constructores, mas no la obra inconclusa); cantidad que en un país con las necesidades de México, no solo es imperdonable, sino criminal, materia de juicio. Además de que el proyecto del NAIM es superior y más funcional en todos los órdenes que el de Santa Lucía (y demás parches para cubrir su gravoso yerro-berrinche).

No hay día que la opinión pública nacional no le reclame su pasividad, su nula aplicación de la ley, por más que se le diga que su “fúchila y guácala” y las acusaciones con las mamás de los delincuentes son una burla para todos los mexicanos, el presidente no quiere escuchar (lo que ya hace pensar a algunos que hay colusión con los delincuentes); un desprecio absoluto por el estado de derecho, o una incapacidad manifiesta para gobernar, y los mexicanos quieren que se defina pero ya. No se puede esperar más. Decenas de miles de asesinatos durante su gestión, cientos de miles de asaltos, extorsiones, secuestros, violaciones, cobro de piso y demás plagas que ha traído y provocado la impunidad, reclaman de manera inmediata una respuesta firme del estado.

Sin embargo los ataques continuos de AMLO contra la prensa dejan ver a propios y extraños su nulo deseo de cambiar, una absurda defensa de su posición al peor estilo de los dictadores y populistas, cuando la situación reclama un cambio radical en su actitud divisionista, mesiánica y ajena a toda institucionalidad. Un retorno inmediato al estado de derecho, es decir, al imperio de la ley.

La semana pasada durante su tedioso y manipulador show mañanero al referirse a la prensa dijo “le muerden la mano a quien les quitó el bozal”, frase que no es de él y que muestra de paso cuando menos tres cosas: una, que ofende desde su alto encargo cuando su deber es respetar a todos y conciliar; dos, que no lee pues si lo hiciera, supiera que ha habido siempre quienes hemos criticado los yerros y corruptelas de los gobiernos en turno (además de que no somos animales para llevar bozal); y tercero, que desconoce la realidad del país y de este mundo informativo (el cual reprueba y descalifica por resultarle molesto y no poderlo manipular ni controlar; no sabe lo que es en realidad la libertad de expresión).

Y como el mal ejemplo cunde rápido, su émulo Enrique Alfaro creyendo congratularse, no con los ciudadanos de Jalisco, sino con el que controla los dineros públicos de la Federación, declaró en su clásico tono de buscapleitos:  “Pareciera que hay una voluntad unánime de los medios de comunicación de generar miedo y de generar pánico en la población, de generar una sensación de que no hay nada por hacer…   los medios de comunicación prefieren vender periódicos que cuidar la integridad, el futuro, la tranquilidad del Estado”. Será suficiente señalar que el día 6/Nov/2019, mientras Alfaro rendìa su informe y decía que todo marcha mejor, 16 personas fueron asesinadas en Jalisco (Mural 7/Nov/2019). Además de que ‘cuidar la integridad, el futuro y la tranquilidad del Estado’ son deberes de él, no de la prensa.

El presidente pues no puede eludir como hasta ahora la aplicación del ESTADO DE DERECHO de lo contrario continuará como un violador de la ley y su protesta del 1º de diciembre de 2018 se convertiría en prueba en su contra, le haría sujeto de juicio al negarse a cumplir y hacer cumplir la ley. Confundir la aplicación de la ley con reprimir, ni siquiera un alumno de primer año de derecho le pasaría por alto.

Por si no fuera suficiente todo lo anterior (y errores que no se dijeron ante la falta de espacio), el asesinato de nueve mujeres y niños de la comunidad Le Barón en Chihuahua le exhibieron y exhibieron a su 4-T a nivel mundial, como un gobierno fallido e incapaz. Un gobierno ornamental en el que las bandas y los criminales (en general), con o sin organizar son los que mandan, que tienen a la población aterrorizada e indefensa (con más de 30,000 asesinados en lo que corre del año 2019) y al gobierno de rodillas, que apenas se atreve a amenazarles con acusarlos con su mamá y abuelas. Concluimos: aunque no le guste al presidente, les es necesario volverse institucional y someter a la violenta fauna delincuencial al imperio de la ley. No es represión, es lo que dicen la Constitución y los Códigos y si no los quiere obedecer, es tiempo que deje el cargo. Urge poner orden en México.

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

 

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Aunque es actor importante en el actual drama mundial, sobre todo para los mexicanos que están conscientes del daño que está ocasionando su gestión, hoy no hablaremos exclusivamente de AMLO, sino del estado que guarda la sociedad humana en general.

La violencia estúpida que hunde a la sociedad en Chile, Bolivia, España, Ecuador (en días recientes), Hong Kong, Irak, Líbano y México, entre tantas otras, es síntoma de enfermedades sociales casi en grado terminal, que de no atenderse a tiempo y con la medicina adecuada, carecen de un futuro promisorio; aunque gobiernos y promotores de ese modelo social aseguren lo contrario y digan que están haciendo lo correcto. Lo mismo creen sus violentos detractores.

     El pretexto para dar rienda suelta a los instintos bestiales de la turba puede ser legítimo (como es el caso de la tarifa en el Metro de la ciudad de Santiago, en Chile), sin embargo, cuando se somete la turba al escáner de la verdad, este arroja otros resultados que nada tienen que ver con la tarifa del transporte. La insatisfacción interna de la turba, así como su furia reprimida, son otra cosa; producto de una formación sin disciplina, de no aceptar jamás la opinión ajena y menos si viene de una autoridad; que si bien se equivocan con demasiada frecuencia, hay mecanismos legales para hacerle saber su desacuerdo.

Pero no se trata de eso. Se trata de echar desmadre, violencia, destruir por destruir, rebelarse contra todo poder legítimo (o ilegítimo), así fueron educadas ya las nuevas generaciones. La psicología, disciplina que no es ciencia, contribuyó enormemente para cuestionar y deshonrar las instituciones que sostuvieron por miles de años la civilización. No se diga el ataque contra la fe judeocristiana, que entre Nietzsche, Camus, Sartre y otros muchos de sus acólitos, cuestionaron y metieron a las aulas hasta sacar a Dios, primero de las escuelas y finalmente de la mayoría de los hogares, quedando apenas dos remanentes, antagónicos con vida que se mantienen firmes (antagónicos a causa de sus creencias, aunque para los incrédulos sean lo mismo).

    Los primeros, que son los más, son los que conservaron la fe sostenidos en la tradición y la simple costumbre. Los segundos, los que creyendo solamente en Dios y las Sagradas Escrituras, nutren su fe del mensaje divino sin transigir por tanto con las conductas del ateísmo pragmático de la aldea global, repudiando a la vez el sincretismo de la tradición y las costumbres, lo que les convierte —quiérase o no—, en objeto cotidiano de discriminación. Es difícil para el incrédulo carente de orden y disciplina, tener frente a sí, vidas que le representan todo lo que él fue enseñado a rechazar. Claro, le muestran sin palabras un modelo de vida que le dijeron no es posible, pero que la realidad le exhibe otra cosa. Una realidad que le muestra un mundo superior en el plano espiritual que él desconoce y rechaza sin bases valederas.

Las masas de hombres (y mujeres) posmodernos que se rebelan ante todo y por todo, que aseguran ser tolerantes, pero que conceden más valor a las mascotas que a las personas; que no paran de hablar de libertad y gran parte de ellos son esclavos de vicios, drogas y pasiones desbordadas; que son ciegos sin embargo en lo que sucede al otro, al prójimo, a su entorno social. Su ligereza de pensamiento y formación egoísta les ha conducido a esa invidencia.

    Esto se observa claramente en la necedad e intransigencia de los manifestantes profesionales, que reclamando “derechos” pisotean con furia y  menosprecio los derechos de la mayoría, destruyendo a su paso lo construido con el esfuerzo y dinero de los que trabajan y observan la ley. Incapaces de razonar a causa de su espíritu violento, pasan de largo y destruyen como marabuntas o hunos de Atila cuanto encuentran por su camino, sin pensar siquiera que los GOBERNANTES JAMAS CONSTRUYEN NADA CON SU DINERO (al contrario, buscan la manera de llevarse lo más que pueden), de manera que lo que destruyen es parte del patrimonio social, del esfuerzo e impuestos  pagados por los que SI trabajan (y carecen de tiempo y educación para andar de vándalos).

No ven jamás el daño a los bienes del otro, al tiempo del otro, al traslado del otro, a su vehículo, al enfermo en traslado, al que perdió el trabajo o la cita para tal. Se abrogan derechos sobre todo cuanto existe a su paso, pisoteando en su soberbia e intransigencia el estado de derecho y la libertad de los demás que siempre son mucho más que ellos y violando abiertamente el artículo 9º constitucional (en el caso de los mexicanos), entendidos que en cada país la turba viola su propia ley.

Y es que, al repudiar los valores que por milenios sostuvieron la moral pública y privada, rompieron el orden. Simplemente: ¿dónde quedó el Decálogo? ¿Cómo entienden gobiernos y nuevas sociedades el mandato de no matar?, si en nuestro país se cometieron al menos 34 mil asesinatos en el año 2018 y en lo que va del presente van 26,629. Es aberrante e inaceptable que gobierno y nuevas sociedades se interesen más por los ‘derechos humanos’ de los delincuentes que por la detención y proceso de los mismos (ni qué decir del olvido para las víctimas y la reparación del daño), promoviendo una impunidad jamás vista.

Ante la falta de espacio, nos limitamos a señalar que hay un engreimiento a causa de conocimientos y posturas políticas que han mostrado su fracaso total. Un fracaso que es probable no sea aceptado y mucho menos reconocido, y que si llega a suceder, quizá sea demasiado tarde (la soberbia siempre será mala consejera).

En su maravillosa y sorprendente obra, con maestría y sarcasmo, George Orwell describe un sistema político imperante muy semejante al que padecemos. Entre otras cosas que critica su anti utopía, es por cierto las premisas del gobierno dictatorial de su novela: “LA GUERRA ES PAZ, LA LIBERTAD ES ESCLAVITUD, LA IGNORANCIA ES PODER”,

En su libro 1984, escrito entre los años de 1947-48, se considera a la historia un enemigo peligroso, fuente de ideas que la nueva sociedad no debiera conocer, razón por la que el gobierno dictatorial crea el “Ministerio de la Verdad”; dependencia en la que todas las cosas (incluida la literatura) se están reescribiendo: “Por lo tanto, la historia se vuelve a escribir sin cesar. Esta falsificación día a día del pasado… es tan necesaria para la estabilidad del régimen”, de ahí que en otra parte la obra advierta: “quien controla el pasado controla el futuro, quien controla el presente controla el pasado” ¿Algo así como que los que mataron al empresario Garza Sada ahora quieran presentarlos a las nuevas generaciones como supuestos héroes?, sobre todo si se toma en cuenta que algunos de los que le gritaban al último presidente emanado de la Revolución Mexicana –al pasar por abajo de su balcón en Palacio Nacional durante sus manifestaciones (1968)-: “¡no queremos Olimpiada, queremos revolución!” (tomando como modelo la soviética y la cubana y repudiando la nuestra, que costó un millón de vidas) ¿Querrán controlar el pasado también y reescribir la historia nacional?

Como humanidad hemos caminado mucho trecho, una larga historia nos advierte lo bueno, lo regular y lo malo que hemos hecho. Lamentablemente hemos llegado a un punto en que como en la novela de Orwell muchos gobiernos pretenden engañar a sus gobernados a través de un maniqueísmo vulgar y absurdo, mientras que las turbas carentes de visión y disciplina alguna intentan sumir a la aldea global en el caos. Cabe aquí la pregunta que se hiciera al respecto el rey David y con esto concluimos “¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se reunieron los reyes de la tierra, y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor, y rebelan contra su Ungido (Mesías)” (Hechos 4:25-26).

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

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Sólo en México pueden ocurrir semejantes cosas, que un fugitivo de la justicia de pronto, por arte, no de magia, sino del agua bendita del nuevo presidente, se convierta en Senador de la República. Es el caso de Napoleón Gómez Urrutia, un líder sindical con un historial negro, que a diferencia de Carlos Romero Deschamps (hoy en declive político), es amigo y protegido de López Obrador.

     Y es que, como todos sabemos, en el actual gobierno ‒si es que se le puede llamar así a este grupo de improvisados para los que el estado de derecho y la aplicación de la justicia no existen y cuando intentan hacerlos valer, lo hacen a contentillo y gusto personal (no en base a lo establecido en las leyes correspondientes)‒: escaños, curules, secretarias de estado y direcciones, fueron y están ocupados por personas ajenas al perfil requerido.

     Para el actual presidente la capacidad y la inteligencia que los cargos reclaman y requieren puede suplirse con amiguismo, con que le hayan apoyado en su campaña es suficiente (quizá apoyado económicamente también). De otra manera no se pude entender y mucho menos aceptar que el ya referido fugitivo líder minero, además de no ir a la cárcel, haya sido postulado y elegido como senador ¡Ver para creer!

      Un hombre que además de su terrible historial, de vivir por años en Canadá con estilo de magnate; en nuestro país gusta ir acompañado con un séquito de guardaespaldas impresionante, y si se trata de un acto público, con una coreografía integrada por incondicionales de su sindicato minero; evoca sin duda los peores tiempos y ejemplos de ese gremio.

     Y que conste, no se está hablando mal del sindicalismo, expresión legítima y necesaria para la unidad y defensa de los trabajadores, para los equilibrios sociales y económicos. No, se está señalando ese sindicalismo charro, gansteril, extorsionador de la fuente de empleo, y manipulador y controlador del trabajador. Vividores ajenos al dolor y problemas del obrero y trabajador, los cuáles utilizan como bandera y pretexto para sus deleznables propósitos, para continuar son sus faraónicos y opulentos estilos de vida. Y todavía tienen el descaro de hablar a nombre del proletariado: ¡cínicos, desvergonzados!

     No, los verdaderos líderes sindicales son individuos sensibles a la necesidad del otro, a la búsqueda de soluciones que ayuden a su agremiado, sin acabar con las fuentes de empleo; a las que no ven como enemigos ni explotadores, sino como generadores de trabajo y riqueza, sirviendo ellos como mediadores sociales para un reparto mejor y más equitativo del capital. Individuos con ideales pero sin fobias, con metas generosas pero ajenos a fanatismos radicales (producto de la envidia y el revanchismo), entendidos de su rol social por el cual luchan aun en medio de la incomprensión de muchos y el desprecio del charrismo gansteril de los grandes grupos.

     Así que la iniciativa de Napoleón Gómez Urrutia de que la práctica del outsourcing se penalice y equipare con delincuencia organizada, es muestra irrefutable de su anti sindicalismo, de su mente corrompida que muestra sin retoques su falta de interés por la mejoría y futuro de los trabajadores. De su gatopardismo en perjuicio de sus agremiados.

     ¿Acaso desconoce este individuo que los juicios laborales son en este momento, y desde hace muchos años, la principal causa de los bajos sueldos que se pagan en México? ¿No sabe acaso que por estos juicios los patrones (micro, pequeños y medianos) no se atreven, claro, los que sus negocios se lo permitirían, a aumentar los salarios con generosidad ante el temor real de que sus 4,8,12 , 20 ò 60 trabajadores, en algún momento y azuzados por un mal dirigente, demanden su negocio y se vayan a la ruina? Por supuesto que lo sabe, pero como las aves carroñeras, viven del despojo.

    La falsa izquierda que padece la clase trabajadora mexicana es el peor ejemplo de esta expresión política. Se trata de meros vividores, dominados como ya se dijo por la envidia y el revanchismo de clase para hacerse de los bienes del que ha trabajado duro, hecho un capital y creado fuentes de empleo.

     Si realmente fueran de izquierda, leyeran un poquito siquiera, y analizaran las condiciones laborales, económicas y sociales del mundo posmoderno, se hubieran enterado ya de que su visión sindical tiene casi una centuria en quiebra. El sindicalismo del siglo XXI requiere de una visión y conceptos totalmente opuestos a los del señor Gómez Urrutia y demás camaradas.

    El mundo y México en particular requieren de un sindicalismo que bùsque la prosperidad de la fuente de trabajo, que en lugar de quererla extorsionar o acabar (como lo han hecho algunos hasta hoy): encontrar fòrmulas a través de la producción y las utilidades de los negocios y empresas que mejoren los ingresos, calidad y condición de vida de los trabajadores. Que el estúpido negocio de las demandas se acabe para siempre y solo queden para casos en los que la parte patronal (luego de un proceso rápido que lleve a la verdad) haya abusado del trabajador; que los chismes y las mentiras de tanto ‘torero’ y vividor del negocio de las demandas se acaben para siempre. Que los despachos llamados ‘talibanes’ dejen de existir.

      Que los líderes sindicales dejando su postura extorsionadora e inquisitorial contra las fuentes de trabajo, busquen a diputados y senadores para que elaboren una nueva legislación en la que se incluya, además de un seguro de desempleo por dos o tres meses, un acceso seguro a la jubilación pero no controlada por el IMSS. Legislación a la que se deberá de incluir la posibilidad de dar de baja a un trabajador malo, flojo o informal sin perjuicio para el empleador, al mismo tiempo que se estimulen los buenos sueldos (sin que ello represente una carga que acabe con los negocios, como sería el derecho al seguro social con el mismo sueldo, pues la mayoría no podría cubrir sus altas cuotas).

     En síntesis: el problema es serio y requiere que las cámaras se involucren y busquen la manera sabia y justa de cuidar a patrones y trabajadores y mejorar el nivel de vida de los mexicanos. Nada de revanchismos ni posturas que solo han traído pobreza, atraso y divisiones.

     Concluyamos: la aclaración que le hiciera Bill Clinton a George Bush «es la economía estúpido» sirve también para otras muchas cosas, en este caso, al añejo problema que padece México: el uso y abuso indiscriminado de los juicios laborales, que dicho sea de paso, son la principal causa de los bajos salarios y plaga para la planta productiva nacional. Sobre todo para las PYMES que son las que ofrecen el 80 por ciento de los empleos en este país. De manera que lo menos que necesita México es que un aburguesado líder minero quiera penalizar el outsourcing como ‘delincuencia organizada’ (que en muchos, pero muchos casos, es la respuesta a la debilidad económica de los negocios y empresas y una manera de protegerse ante la marea asfixiante de los juicios laborales) cuando el problema real es otro y ese es el que hay que resolver: «no es el outsourcing estúpido, son las demandas»

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

 

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Cada época se define por la calidad moral e intelectual de sus generaciones, así como por su esfuerzo y trabajo. La época actual, la que corre a partir del siglo posmoderno, se puede definir por su decadencia en casi todos los órdenes, su falta de visión y proyecto a largo plazo, su ligereza moral e intelectual, su aversión al orden y la disciplina (causa en buena medida de la impunidad), ni qué decir de su egoísmo y hedonismo.

Esta condición decadente nos recuerda la gran época de la literatura en España, misma que algunos han clasificado en tres etapas: florecimiento, madurez y fatiga. Etapas que comparadas con la vida política de México, el florecimiento lo podemos ubicar en los gobiernos de Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho, la madurez con Adolfo Ruíz Cortines, Adolfo López Mateos y Díaz Ordaz (a Miguel Alemán no se le puede incluir porque aunque hizo cosas muy buenas para el país, su gobierno permitió grandes actos de corrupción). La fatiga correspondería entonces a los gobiernos de Luis Echeverría, López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo.

     ¿Cómo clasificar entonces a los gobiernos del siglo XXI?, si nos atenemos a sus acciones y resultados, que no son otros que la incapacidad, el desorden y el rechazo manifiesto a la disciplina y al estado de derecho; nada mejor que la propuesta del actual régimen. ¡Los gobiernos de cuarta!No de segunda ni de tercera, ¡de cuarta!

     Condición en la que una significativa parte del pueblo mexicano ha tenido culpa o responsabilidad; será suficiente remontarnos a las elecciones del año 2000 en la que un candidato blofero, mentiroso hasta lo irracional, de escasa inteligencia y sobrada incapacidad, logra (he allí el inicio del problema) ganar la presidencia con el voto de muchos y así comenzar con la declive del estado y la vida republicana.

     Es necesario, sin embargo, hacer una reflexión, debemos entender que México ha sido incapaz de valorar el trabajo y esfuerzo de pueblo y gobierno, que con todos sus pros y contras, construyeron y enriquecieron este país, que crearon o fortalecieron sus instituciones. Que luego de una revolución social juntos lograron transformar al país al punto de convertirse en el líder de América Latina. La crítica maniquea, carente de objetividad y equilibrio, condujeron a muchos a la ceguera política abriendo de paso las puertas del poder a cualquiera, literalmente a cualquiera (sin cerciorarse de la capacidad, madurez y formación).

     ¿Dónde están los Plutarco Elías Calles, Manuel Ávila Camacho, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, sí, Díaz Ordaz? Téngalo por seguro que este presidente no hubiera permitido en absoluto que la fauna criminal se atreviera a retar al gobierno. De acuerdo a las concepciones clásicas el poder se creó para ejercerlo. Hoy los gobiernos no lo ejercen, lo disfrutan para su provecho (y de grupo), pero no como jefes de estado para preservar el orden y el estado de derecho. La ley es letra muerta, o brazo para la venganza (pregúntesele a Rosario Robles).

     A nivel Jalisco ¿Dónde están los Agustín Yáñez, los Gil Preciado, los Alberto Orozco Romero, Flavio Romero de Velazco, y Guillermo Cosío Vidaurri; gobernadores que nos devolvían en obra pública (en promedio) 40 centavos por cada peso pagado de impuestos; en cambio a partir de Alberto Cárdenas Jiménez la cifra bajó a 6 centavos y actualmente ha de ser entre 2 y 3 (ocultando con celo que los ciudadanos se enteren pues es muestra inobjetable de su incapacidad e inmoralidad en todos los órdenes).

     El actual gobierno de López Obrador se presentó ante los mexicanos como “La cuarta transformación”, sin embargo, y para desgracia de todos (aun de sus seguidores fanatizados, aunque no lo vean ni admitan) sus acciones le han convertido en un GOBIERNO DE CUARTA.

     ¿Cómo admitir y entender cancelar la construcción de un aeropuerto (NAIM) cuando ya se le habían invertido más de cien mil millones de pesos? Poner de pretexto la corrupción es una tontera, pues de existir, su deber era perseguir, detener y consignar a los corruptos, pero continuar con el proyecto. En un país con tantas necesidades como el nuestro tirar a la basura semejante cantidad solo exhibe la indolencia, incapacidad y soberbia del presidente y sus cercanos.

    ¿Cómo admitir que a los maistros vándalos de la CNTE y normalistas rurales delincuentes?, además de pasar por alto sus gravísimos delitos cometidos un día sí y otro también, todavía se les premie concediéndole cuanta barbaridad le pidan.

     ¿Cómo admitir que para frenar el robo de gasolinas (huachicol son bebidas alcohólicas adulteradas)? haya cerrado los ductos y dejar por algunas semanas paralizado el país a causa de la falta de combustibles. Semejante medida refleja la pobre mentalidad de un gabinete integrado por improvisados y mentes de pocas luces. Y que no se entienda esto como un aval a los corruptos que contaminaban las acciones y mermaban los dineros de la Nación, de ninguna manera. Se está diciendo que López Obrador escogió a puros incondicionales, no que haya buscado a los mejores (y dejado en los cargos a los que sabían y son honrados, que los hay, decir lo contrario además de falso es maniqueo).

      Para no alargar tanto la lista, que ya lo es en apenas diez meses y días ¿Cómo admitir que el presidente admita que maten a los policías y soldados y salga con la burla que va a acusar a los asesinos y delincuentes “con sus mamacitas y abuelitas”? Semejante desatino, impropio e inadmisible en un presidente municipal, no se diga en el titular del Poder Ejecutivo, debe considerarse materia inmediata para su relevo en el cargo.

     Durante la toma de protesta y conforme al art. 87 constitucional, López Obrador se comprometió “guardar y hacer guardar la Constitución… y las leyes que de ella emanan, y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de Presidente”, cosa que no ha sucedido. Al asumir el cargo entre sus obligaciones está el “preservar la seguridad nacional, en los términos de la ley respectiva, y disponer de la totalidad de la Fuerza Armada permanente o sea del Ejército, de la Armada y de la Fuerza Aérea para la seguridad interior y defensa exterior” (art. 89 frac. VI). No lo ha hecho. En la práctica ha claudicado a sus deberes.

     Pero sobre todo ¿cómo admitir que haya permitido que los delincuentes en Culiacán sometieran y doblegaran a su gobierno?, hecho, jurídica y republicanamente inadmisible que descalifica su gobierno ante México y el mundo. La ley es dura pero es la ley. No estamos en el siglo XIX, con las tecnologías actuales y la capacidad del Ejército mexicano (en todos los sentidos) se pudo someter en una o dos horas a los delincuentes; los muertos, son parte del hacer valer la ley, para eso protesto. Y si no tiene la intención de cumplir y hacer cumplir la ley, que deje el cargo para alguien que si tenga el valor y el amor por los mexicanos de protegerles y retornar al imperio de la ley. Lo dicho: gobiernos de cuarta.

 

¡Hasta el próximo sábado si Dios nos permite!

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